La estampa del nacimiento de Jesús y los sucesos que lo rodean, como puede ser la "Adoración de los Magos" o el "Anuncio a los Pastores", son historias que están siempre presentes en los belenes. La base para la construcción de estas y otras escenas se encuentra en dos de los llamados Evangelios Sinópticos o Canónicos, los de Lucas y Mateo, pero también en los textos no reconocidos por
El Santo receló del ofrecimiento, temiendo que el contacto permanente con la población, les hiciera olvidar y perder sus prácticas eremíticas, pero al final cedió con la condición de que el convento fuera construido, al menos, a un tiro de piedra. El señor de Greccio, que era ya anciano y se desplazaba con dificultad, eligió a un niño para que lanzara un tizón encendido lo más lejos posible y, para sorpresa de todos, el proyectil describió una inmensa parábola estrellándose contra un monte rocoso a más de dos kilómetros de distancia. En aquél pedregal se excavaron algunas grutas acondicionándolas para vivienda de todos los hermanos; de esta manera, Francisco y sus seguidores consiguieron permanecer suficientemente alejados de la población.
Y allí, en Greccio, en el valle de Rieti, se produjo la primera representación viviente del nacimiento de Jesús el día de Navidad de 1223. A pesar de que el Papa Inocencio III había prohibido en 1207, solo dieciséis años antes, las teatralizaciones sagradas, Francisco consiguió de su sucesor Honorio III, una dispensa para realizar dicha celebración.
Con varios días de antelación hizo preparar en una de las cuevas cercana al monasterio un pesebre con heno, y dispuso que se trajera al lugar una mula y un buey. A medianoche acudieron a la cueva para celebrar la misa todos los hermanos, además de los vecinos de Greccio y los campesinos de las aldeas vecinas, que iluminaron el recinto y sus alrededores con antorchas.
Francisco celebró la misa sobre el pesebre y en la lectura del Evangelio, en el momento que llegó al pasaje: “Gloria a Dios en las alturas, paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”, una luz azul iluminó la cuna y todos pudieron ver a Francisco inclinarse y después incorporarse con un recién nacido en los brazos. El niño, sonriendo y agitando sus menudos pies, tendió sus brazos y acarició la barba y mejillas de Francisco, mientras este lo alzó gritando: “¡Hermanos, éste es el Salvador del mundo!"
Si bien puede resultar excesivo asegurar que aquella noche de Greccio fue el origen de las representaciones del Nacimiento, sin embargo, está justificado considerar el suceso como el punto de partida de un fenómeno con una difusión posterior extraordinaria en todo el mundo. Los franciscanos, a ejemplo de su fundador, se convirtieron en los pioneros del "Belén" en las iglesias y conventos que abrieron por toda Europa. Por ello, desde 1986, San Francisco de Asís es considerado el patrón universal del belenismo.