Un paseo por la orilla del Torío permite observar un paisaje portentoso a pocos kilómetros del centro de la ciudad, hacia el este, en la zona conocida como La Candamia. Es el reino del Monte Áureo medieval, formado por las enormes cárcavas arcillosas que ocupan la margen izquierda del río, ofreciendo un panorama espectacular cuando las ilumina el sol del atardecer (Leer el espléndido artículo de Miguel Ángel González en su blog: https://asturiense.blogspot.com/2011/09/el-monte-sagrado-de-la-candamia.html).
Allí, aparte de los habitantes acuáticos del rio como el barbo, cangrejo y hasta una especie de nutria, son los chopos y sauces los protagonistas autóctonos del paisaje, aunque no faltan acacias, álamos blancos, abedules, fresnos y alisios que comparten espacio con gran cantidad de especies arbustivas como la zarzamora, jaras, piornos y rosales silvestres.
Una parada a orilla del rio, bajo las impresionantes cárcavas, pueden observarse sin dificultad, sobrevolando la superficie del agua y la planicie de cantos rodados que florecen sobre las aguas en época de estío, abundantes mirlos y córvidos y, con suerte, se avistará alguna ave acuática como la focha común o la polla de agua.
Los márgenes de la ahora escasa corriente, es el hábitat también de anfibios, pequeños reptiles y mamíferos y, como no, de múltiples insectos entre los que sobresalen la reina: la mariposa, símbolo universal de transformación y evolución en la vida. No es común poder fotografiar a la bellísima “laurel menor”, con sus vistosas alas anaranjadas moteadas de marrón, en pleno apareamiento, uniendo sus abdómenes mientras miran en dirección contraria.
Pero para nuestra sorpresa, a escasos metros del rio, encontramos varios ejemplares del hongo yesca (polyporus fomentarius), también conocido como hongo pezuña de caballo u hongo del hombre de hielo. Se trata de un hongo parásito de grandes dimensiones con forma de pata o casco de caballo y que varía su color del negro al gris claro. Infecta distintas especies de árboles y es capaz de sobrevivir una vez que el árbol ha muerto.
Los ejemplares que encontramos se hallaban tanto en árboles aun vivos, como en tocones ya quemados y en descomposición, lo que demuestra su enérgica supervivencia y su fama de descomponedor de la madera.
Aunque es comestible, desde la Prehistoria era muy estimando y se recolectaba como portador del apreciado amadou, sustancia que se encuentra bajo la piel externa del hongo y por encima de sus poros. Esta sustancia es esponjosa e inflamable por lo que era utilizada por el hombre como yesca, ya que cualquier chispa sobre ella prendía fuego al instante. De ahí su denominación de hongo de yesca y su importancia durante miles y miles de años en nuestra evolución.
El control de fuego y, por supuesto, la claridad, la luz y el calor que genera origina un gran cambio en el comportamiento de la especie humana. No solo les producía luz y calor, sino que evitaba el ataque de animales, ofreciendo una poderosa arma de defensa, pero también de ataque.
Pero además al tratar los alimentos con el fuego, al descubrir la cocción, se favorece la absorción de más calorías lo que según investigadores implicaría un aumento paulatino de la capacidad cerebral.
En 1982 se concede el Oscar al mejor maquillaje a una película ya mítica, “La guerra del fuego” (en español: En busca del fuego.). Asimismo, en ese mismo año, dicha cinta obtiene el Globo de Oro a la mejor película extranjera (franco-canadiense), el premio BAFTA al mejor maquillaje y peluquería y el premio César a la mejor película y mejor director.
Se trata de una curiosa e interesante cinta ambientada en la Prehistoria, hace unos 70.000 años, cuando en la vieja Europa convivían con los primeros neandertales diversas y amenazantes especies de animales pero también de homínidos. En la película se cuenta la peripecia de un pequeño clan de neandertales que dependen para sobrevivir del fuego que consiguen mantener, pero que no saben producir. Pierden la única fogata que sostiene el clan tras el sangriento ataque de una horda simiesca. Sin el fuego, se sienten tan vulnerables y desvalidos que deciden enviar a tres integrantes jóvenes del grupo en busca de una llama salvadora, de una nueva fuente de fuego.
El uso cotidiano de este hongo como yesca como utensilio para encender fuego, queda demostrado tras el hallazgo fortuito del conocido Hombre de Ötzi, el hombre de hielo, que falleció hace más de 5000 años (plena edad del cobre). La momia fue descubierta en 1991 por dos alpinistas alemanes a 3000 m. de altura entre Austria e Italia, siendo la momia más antigua de Europa.
Entre sus varias pertenencias cargaba un cinturón en el que portaba, entre otras cosas, un hongo de yesca, además de pedernal y pirita, utensilios con lo que haría saltar facilmente la chispa sobre la yesca. Este hombre poseía todo el equipo necesario para poder encender fuego en cualquier momento y lugar.