Desde el mito de su fundación hasta las fábulas, crónicas y leyendas que envuelven los célebres vaticinios entregados a los hombres a través de su sibila por el dios Apolo, todo en Delfos es evocador de misterio y religiosidad. Fueron esas sensaciones, junto con el enigma que envuelve el lugar y la turbación permanente de conocer lo que allí se gestó en la Antigüedad, las que permanecieron mientras pisábamos el suelo sagrado y nos cautivaron durante la estancia en el milenario santuario.
Parnaso, hijo de Poseidón y de la ninfa Cleodora, dio su nombre a la cadena montañosa ubicada en la zona central de Grecia que, en su lado meridional, se orienta al golfo de Corinto salvando la bella llanura del río Pleisto, cubierta de olivos. En ese lado meridional, resguardado por las altísimas Fedríades, enormes peñas conocidas como las Resplandecientes o Brillantes, se encuentra el santuario y oráculo de Delfos.
Allí se localizaba el “centro de la tierra” desde la mitológica disputa entre Zeus y Atenea sobre cuál sería el centro del mundo. Zeus propuso dejar volar dos águilas desde los dos puntos más alejados del orbe, acordando que el lugar donde se cruzaran debía ser el centro. Las águilas se juntaron sobre las escarpadas y frondosas laderas del Parnaso, concretamente sobre Delfos, en el corazón de Grecia, a 2500 m de altura. Desde aquel momento el lugar fue considerado como el verdadero e indiscutible “centro de la tierra”.
Como notario del suceso, Zeus depositó una piedra en forma ovalada, el ónfalos, conocido como el “ombligo del mundo”, posiblemente una roca meteorítica, un betilo, con forma de medio huevo en el que se talló una malla con nudos adornados con piedras preciosas. Simbolizaba el centro cósmico donde confluye el mundo de los hombres, el de los muertos y el mundo de los dioses. El ónfalos que actualmente se conserva en el Museo de Delfos, es una copia romana encontrada en las excavaciones del santuario.
Será en Delfos donde se sustituirá el primitivo culto de una diosa de la tierra por un dios del cielo, un joven dios olímpico con una historia confusa: Apolo. Un dios solar y sabio que otorgará al nuevo santuario una especial atmósfera profética que tomará forma en sus oráculos. Para ello, Apolo utilizará mediadores: la sacerdotisa o pitonisa y los profetas o sacerdotes del templo, que serán los encargados de contestar las cuestiones planteadas por los humanos.
Siguiendo la mitología, las formas empleadas por el dios Apolo para hacerse con el santuario resultaron brutales. Apolo tuvo que derrotar antes a los antiguos “propietarios” de Delfos, santuario custodiado por la serpiente Pitón. El dios luchará a vida o muerte por la posesión del lugar, en lo que puede considerarse como una lucha cósmica. Esta particular disputa entre el joven hijo de Zeus y el guardián de la Tierra, es el punto de inflexión que marcará el progreso triunfal de los dioses olímpicos, de origen indoeuropeo, sobre las primitivas divinidades autóctonas enraizadas a la tierra: Gea, Gaia, etc. Es la indiscutible victoria de los dioses celestes sobre las ancestrales diosas-madres terrestres.
Apolo venció y acabó con la serpiente e inició la construcción de su nuevo templo y oráculo: “En este lugar quiero erigir un templo glorioso para que sirva de oráculo a los hombres que ofrecerán perfectas hecatombes, tanto los que habitan en el opulento Peloponeso como el resto de los hombres de Europa y de las islas lavadas por el mar, que vendrán a preguntarme. Y yo les daré consejo infalible, contestándoles en mi rico templo” (Himno Homérico a Apolo Délfico).
Todo en Delfos resulta especial. Desde los mitos sobre su fundación, hasta las leyendas que rodean los famosos oráculos formulados por Apolo en boca de su sibila, que resultan ser un poderoso aglutinante para los distintos pueblos griegos. A esa atmósfera de misterio contribuye su propio emplazamiento, un decorado, un marco natural de impresionante belleza en la ladera meridional de la cordillera del Parnaso.
Los antiguos señalaban que no existían dudas sobre la ubicación divina de Delfos, ya que parecía una fortaleza que la propia naturaleza había elegido para velar por el santuario. No les faltaba razón. Mientras ascendíamos desde la costa hacia Delfos, comprobamos como la propia montaña resguarda permanentemente la vista del emplazamiento. No es hasta la última curva cuando se descubre el impresionante Delfos, siempre velado y protegido en el vientre de las estribaciones rocosas.
Preciso resulta Michael Scott, gran conocedor de Delfos, que describió así su llegada al santuario: “El mármol brilla bajo la luz del sol matinal y reluce dorado al atardecer. Las columnas decoradas y cuidadosamente coreografiadas de los templos contrastan con el gris salvaje de la ladera rocosa del Parnaso que tienen a su espalda. El sonido del agua de las fuentes de montaña que se abre camino hasta las llanuras a sus pies te llega a los oídos. Y te sientes sobrecogido por el silencio y la sensación de encontrarte fuera del mundo cuando finalmente se te revela este tesoro escondido y te acoge en su seno. Existe una magia en el aire que no se puede comparar con ningún otro lugar que haya visitado en la Tierra”.
Unos metros antes de entrar en el recinto sagrado del santuario es necesario acercarse hasta la fuente Castalia para seguir con la tradición en cuanto a “purificación”, del mismo modo que ritualmente hacían las pitias, los sacerdotes y sirvientes del templo de Apolo, además de los solicitantes del oráculo. Sumergimos nuestras manos en la “fuente sagrada” y empapamos cara y frente, esperando que el agua sagrada socorra nuestro presente y futuro, recordando que era allí, al lado de la fuente, donde la mitología señala la existencia de un bosque de laureles consagrado al dios Apolo. En aquel bosque se reunían las Musas, deidades del canto, de la música y de la poesía, reuniones a las que asistía el mismo Apolo que tocaba la lira, mientras Musas y Ninfas cantaban y danzaban.
El recinto sagrado de Delfos forma un rectángulo en terrazas de aproximadamente tres hectáreas rodeado de un muro con cinco puertas. Se accede por la Puerta de Milciades a la Vía Sagrada, el camino ascendente por el que transitaban en procesión los peticionarios del oráculo remontando la ladera en zigzag durante más de 400 metros.
No vamos hacer aquí un recorrido por los innumerables y bellísimos monumentos, estructuras, edificios o exvotos regalados y donados al santuario por los distintos pueblos o ciudades griegas, que se concentraban a lo largo de la Vía Sagrada, sino que trataremos de centrarnos en lo que más nos fascina y sugestiona de Delfos: su oráculo.
Pierre Amandry, experto helenista del s. XX, sostiene una bella hipótesis sobre las primeras consultas al oráculo. Según Amandry las respuestas de la pitonisa se inspirarían gracias a la observación del movimiento de unas hojas de un laurel, pero no de un laurel cualquiera, sino del árbol en que se transformó Dafne cuando era perseguida por el propio Apolo. Aunque la hipótesis resulta hermosa, no deja de ser una versión poética del oráculo.
Son muchas las opiniones que existen sobre la práctica de las consultas y sus pertinentes respuestas. Y es que, a pesar de que Delfos y su oráculo estuvieron vigentes mil años, no ha llegado hasta nosotros ningún relato completo y preciso sobre su verdadero funcionamiento. Lo único que existe son fuentes bastante tardías que provienen del periodo comprendido entre el s. I aC. al s. IV dC., principalmente de los historiadores Plutarco y Pausanias, y que, ocasionalmente, también resultan contradictorias.
Son muchas las opiniones que existen sobre la práctica de las consultas y sus pertinentes respuestas. Y es que, a pesar de que Delfos y su oráculo estuvieron vigentes mil años, no ha llegado hasta nosotros ningún relato completo y preciso sobre su verdadero funcionamiento. Lo único que existe son fuentes bastante tardías que provienen del periodo comprendido entre el s. I aC. al s. IV dC., principalmente de los historiadores Plutarco y Pausanias, y que, ocasionalmente, también resultan contradictorias.
Siguiendo al escritor Plutarco (s. I dC.), que llegó a ser sacerdote del templo de Apolo, en su tiempo solo existía una sacerdotisa o pitia elegida entre las “familias más sensatas y respetables que se podían encontrar en Delfos”. El propio Plutarco señala que, una vez elegida, la sibila servía a Apolo durante toda la vida y quedaba sometida a una vida austera y casta. Indica también que en siglos anteriores eran tantas las visitas que recibía el santuario, que llegaron a coexistir tres pitias al mismo tiempo.
Según Plutarco, la pitonisa sólo estaba disponible un día al mes para las consultas, posiblemente el séptimo día de cada mes (aniversario del nacimiento de Apolo). Sin embargo, las consultas solo se realizaba durante nueve meses, ya que los tres meses de invierno Apolo se “ausentaba”, por lo que Delfos se quedaba sin su oráculo, pero no sin gobierno, ya que era el dios Dionisio quien se “encargaba” de proteger el santuario.
En esos escasos nueve días de consulta al año, la jornada comenzaba con la llegada al amanecer de la pitonisa a la fuente Castalia para purificarse mediante un baño ritual. Seguidamente regresaba al santuario y entraba en el templo de Apolo acompañada por los sacerdotes, donde quemaba, como ofrenda a Apolo y a todos los dioses locales, unas hojas de laurel.
Pero antes de seguir con las consultas, los sacerdotes comprobaban si el día era propicio para el vaticinio usando una prueba de lo más peregrina. Utilizaban una cabra que no tuviera ningún defecto, sobre la que vertían agua fría. Si la cabra temblaba, significaba que Apolo estaba de acuerdo con que ese día se le consultase. Seguidamente se sacrificaba el animal en el exterior del templo, sobre el gran Altar de Quíos.
El conocido como Altar de Quíos se situaba frente la rampa de entrada al templo. Realizado en mármol negro a finales del s. VI aC., llevaba una inscripción que explicaba que los habitantes de Delfos concedían a la isla de Quíos el derecho a consultar en primer lugar el oráculo, a cambio de costear la edificación del altar.
Existe una leyenda en la que se narra que el hijo de Aquiles, Neoptólemo, fue asesinado sobre dicho altar por infringir las normas del templo. Era costumbre que los sacerdotes del templo se apropiaran de la mayor parte de la carne de los animales sacrificados como ofrenda a Apolo. Neoptólemo se negó a aceptar esta práctica, siendo asesinado por los sacerdotes sobre el propio Altar. El suceso se muestra en la pintura pompeyana de la Casa de Marco Lucrecio y en una crátera de volutas del pintor Iliuperis.
En ambas estampas Neoptólemo se encuentra sobre el altar, frente al templo de Apolo. En ambas imágenes se puede comprobar la existencia de varios de los monumentos y ofrendas exclusivas de Delfos que se encontraban cerca del templo, del que también se muestra su frontal. Entre las ricas ofrendas de las imágenes, se observa la Columna de Platea, una columna de ocho metros de alto formada por tres serpientes, cuyas cabezas sostenían un cuenco de oro. Erigida en conmemoración de la victoria de Platea frente a los persas en el año 478 aC., aún se conserva parte de la columna en la ciudad de Estambul y una de las cabezas de las serpientes en su Museo Arqueológico. También el ónfalos, del que ya hemos hablado, el trípode donde se sentaba la pitia y la Palmera de Atenas, un monumento en forma de palmera de bronce con una estatua de Atenea en sus ramas, que conmemoraba la victoria militar ateniense en la batalla del río Eurimedonte en el 467 aC.
Según la tradición, para evocar y rememorar el asesinato de Neoptólemo frente al templo de Apolo, Delfos se convirtió en sede de los Juegos Píticos, uno de los cuatro Juegos Panhelénicos junto con los Olímpicos, Ístmicos y Nemeos.
Pero continuemos con el oráculo. El preceptivo sacrificio de la cabra era la señal para que todos conocieran que el día era propicio y que se podrían realizar consultas. Los peticionarios tenían también que purificarse en la fuente Castalia y organizarse de acuerdo con unas reglas muy estrictas que fijaban el orden para consultar.
Antes de hacer la pregunta había que costear la respuesta. Cada consulta, en primer lugar, suponía la quema de una galleta de cebada que se tenía que adquirir en el propio Delfos. Además, se requería una cuantía en metálico que, al parecer, variaba según fuese una consulta privada u oficial o de una ciudad pudiente o modesta.
Tras la espera de turno, los demandantes entraban en el templo (nunca mujeres) acompañados obligatoriamente por un habitante de Delfos, un “padrino”. Antes era obligatorio realizar otro nuevo sacrificio, en este caso en el altar interior del templo. Parte del animal sacrificado era quemado en el propio altar, otra parte quedaba para el templo (sacerdotes), otra para la ciudad y una pequeña ración para la persona que realizaba el sacrificio.
A partir de aquí las distintas fuentes se muestran muy dispares en cuanto al transcurso del oráculo. En primer lugar, se desconoce la verdadera disposición del interior del templo. Los restos actuales corresponden al último santuario construido en el siglo IV aC. que sustituyó a otros dos templos anteriores de los siglos VII y VI aC. En la actualidad sólo queda el basamento y fragmentos de seis columnas de estilo dórico realizadas en caliza. Sostenido en su parte sur por un imponente muro, el templo dórico tenía seis columnas en el frente (hexástilo) y quince en los laterales (períptero). Costaba de pórtico, cella y opistodomos (recinto y acceso trasero reservado al tesoro). Su frontón, orientado al este, narraba el nacimiento de Apolo, mientras el frontón trasero, orientado al oeste, representaba al dios Dionisio entre las ménades. De las metopas, cuentan que colgaban escudos capturados a persas y gálatas. En el ángulo noroeste se encontraba el famoso auriga, ofrenda de Policelo, tirano de Gela, en el 478 aC.
El templo se mantuvo en pie hasta el 390, año en el que el emperador cristiano Teodosio I silenció el oráculo. Con posterioridad fue saqueado y demolido por su sucesor Arcadio en nombre de la Cristiandad y con el fin de borrar todas las huellas del paganismo.
Junto al templo, en otra terraza superior, se encuentra el teatro, construcción sorprendente del s. V aC. Realizado en mármol blanco sobre un terreno difícil, es uno de los mejor conservados de todo el mundo griego, aunque con numerosas restauraciones, sobre todo en el periodo de dominación romana. Era el hogar permanente de las competiciones musicales que formaban parte de los Juegos Pitios, sirviendo también como lugar de reunión para la asamblea de Delfos.
En varias terrazas más arriba, en la zona más elevada del santuario, se encuentra el estadio, espléndidamente conservado en su graderío norte y en la tribuna presidencial. Construido también en el s. V aC., tiene una capacidad para siete mil espectadores y más de 170 m de longitud en la pista.
Volvamos al templo de Apolo y a su oráculo. Se cree que la sibila realizaba sus profecías en el ádyton, una pequeña sala en el interior del templo prohibida para los consultantes. No obstante, existen fuentes que aseguran que en el ádyton podía entrar cualquiera y que allí se encontraban dos estatuas de Apolo (en oro y madera), junto con su armadura sagrada y la famosa lira del dios. También el ónfalos, el ombligo del mundo y, por supuesto, la sibila sentada en su conocido trípode. Mucho se ha hablado sobre que el ádyton era un espacio subterráneo, no obstante, en los restos del templo no existe prueba de ningún subterráneo, aunque sí de una sala dentro de la nave que, posiblemente, pudiera tratarse del nombrado ádyton.
En la conocida copa griega de figuras rojas (Museo de Berlín), en donde se observa a la sibila sentada en su trípode de cara al consultante, en este caso Egeo, es indicativo de que la pitia escuchaba personalmente al visitante y allí mismo le daría la respuesta del dios. Sin embargo, Plutarco afirma que el peticionario permanecía en sala aparte, por lo que la pregunta no se realizaría de viva voz, sino que se efectuaría por escrito y se entregaría a uno de los sacerdotes, que daría la respuesta de la misma manera. Como vemos, no se conoce realmente todo el proceso.
El interés por las formas y el escenario no resulta tan importante, como el deseo de conocer la manera en que la pitonisa recibía la inspiración para contestar a las preguntas que se le hacían a Apolo. Antes del s. IV aC. no existen datos al respecto, salvo la leyenda que señala que la sibila se instalaba en el exterior, sobre una roca que todavía hoy se puede ver. Con posterioridad a esa época, cuentan que para el vaticinio la pitia se sentaba en un trípode con una rama de laurel que agitaba en una mano, mientras bebía el agua de la fuente Casiótide, manantial que se encontraba en el mismo templo (imagen que se ve claramente en la ya nombrada copa o kylix de Berlín).
Será el historiador griego del s. I aC., Diodoro Sículo, el primero que mencionará una grieta bajo el trípode de la sibila, de donde emanaban unos vapores. Dos siglos después, Plutarco menciona el “aliento” que ocasionalmente llenaba la sala del templo; el historiador menciona la existencia de una “fragancia deliciosa”, pero sin especificar nada más. La imagen de la pitonisa respirando los efluvios de la grieta bajo el trípode ha sido siempre la imagen dominante para comprender el “funcionamiento” del oráculo de Delfos, y así lo plasmó en 1891 John Collier en su conocida obra: Sacerdotisa de Delfos.
En la búsqueda de estas referencias, las primeras excavaciones del santuario resultaron decepcionantes al no encontrar vestigios ni de la grieta ni de las emanaciones, llegando a suponer que todo había sido un montaje de los sacerdotes del templo para engañar y confundir al mundo antiguo. Durante la primera mitad del siglo XX, para explicar el éxtasis de la pitia, se recurrió a otras teorías como la existencia de drogas, la auto-hipnosis y a un sin fin de suposiciones e hipótesis. No obstante, todo llevaba a pensar en la existencia de un autentico fraude.
Las pruebas y resultados de un estricto examen geológico en el emplazamiento de Delfos realizado a finales del s. XX y principios del XXI, han demostrado la existencia de dos grandes fallas geológicas que se cruzan precisamente en Delfos, justo bajo el templo de Apolo. Del mismo modo, se ha comprobado la existencia de fisuras en las rocas bituminosas que podrían permitir que, pequeñas cantidades de gas propios de estas calizas (etano, metano y etileno), llegaran al exterior. Estos gases, que producen un estado placentero al inhalarlos, pudieron generarse en una cantidad suficiente para que, en un lugar cerrado como el ádyton, la sibila pudiera caer en un estado de trance, una especie de “delirio sagrado”, balbuceando palabras o frases sin conexión que más tarde los sacerdotes se encargarían de redactar en forma de versos hexámetros, dando como resultado respuestas ambiguas y a veces incomprensibles. Así todo, y dando por hecho la existencia de estos gases y sus posibles consecuencias en el comportamiento de la sibila, creemos que todo este decorado y atrezo no tendría nada que ver con la conclusión final de su respuesta.
¿Cómo puede ser posible que las contestaciones resultaran las adecuadas para que el oráculo de Delfos se mantuviera vivo durante más de mil años? La respuesta no hay que buscarla en la emanación de gases ni en drogas ni en el trance y gritos de la sibila, la respuesta hay que buscarla en la religiosidad, en la profunda y particular relación de los griegos con sus dioses.
Debemos imaginarnos una sociedad en contacto permanente con la divinidad mediante los oráculos. El pueblo griego creía plenamente que el mundo era controlado por los dioses y que éstos podían favorecerles o perjudicarles. De esta manera, era tarea cotidiana para los griegos tratar de apaciguarlos con todo tipo de ofrendas y sacrificios, además de conseguir averiguar, mediante distintos métodos de adivinación, que es lo que habían preparado los dioses para su futuro. Teniendo en cuenta esto, la supervivencia del oráculo de Delfos y su notoriedad y fama durante tanto tiempo, fue debida al ansia griega de preguntar a sus dioses sobre el porvenir.
Probablemente el “gran secreto” que encierra el oráculo en sus contestaciones fuese, precisamente, la “pregunta”. De las consultas que se conocen, la mayor parte de las cuestiones se planteaban en forma de consejos, buscando los peticionarios opciones sobre el futuro y no preguntas directas sobre lo que iba a ocurrir. Serían preguntas del tipo, ¿sería más beneficioso hacer esto o aquello? De esta manera, si la pitia aconsejaba A y esta opción era funesta, los griegos pensarían que la opción B hubiese sido mucho peor. Así resultaba imposible que el oráculo se equivocase de una manera total en su respuesta, ya que los dioses les habían indicado la mejor opción. El filósofo Heráclito en el s. V aC., señala: “El dios, cuyo oráculo está en Delfos, ni dice ni oculta, sino da señales”.
Desde las últimas gradas del teatro, bajo el sol de Delfos, se contempla la práctica totalidad del recinto sagrado y su situación privilegiada frente al valle de Pleisto. Desde allí, es fácil imaginar el santuario en todo su esplendor: el ágora romana, las estoas de Atenas y Esparta, con sus innumerables esculturas; las diversas construcciones denominadas “tesoros”, entre las que sobresalían por su belleza y decoración el de los atenienses y el tesoro de los sifnos, la Esfinge de Naxos, el espléndido templo, cuya terraza, como ya dijimos, se encontraba repleta de excepcionales ofrendas como las ya nombradas, que se completaban con la pilastra y estatua de Emilio Paulo y el monumento de Jarixenos, ambos a los lados del templo, el gigantesco Apolo de Salamina, la estatua rodia de Helios, las estatuas de Atalo II y Eumenes II de Pérgamo y la columna de acanto de las Bailarinas; en un lateral, entre el templo y el teatro, el archiconocido Auriga de Delfos, todo un conjunto escultórico del que se conserva íntegramente la figura del auriga.
Como escribe Michael Scott, Delfos conserva una magia en el aire que no se puede comparar con ningún otro sitio en la Tierra. Posiblemente sea el lugar donde más han confluido dioses, diosas, semidioses y héroes: Apolo, Atenea, Artemisa, Dionisio, Poseidón, Hermes, Gaia, Zeus Macaneo, Polieo, Sóter, Artemisa, Leto, Afrodita, Armonía, Deméter, Asclepio, los Dióscuros, Pan, las Musas, las Ninfas y las Trías, Heracles, Orestes, Egeo, Castalio, Parnaso, Neoptólemo, etc., etc.
Pero hay algo más que magia en el ambiente. Allí estuvieron, entre otros, Jenofonte, Licurgo, Milciades, Pirro, Pausanias, Aristóteles, Esopo, Herodoto, Cicerón, Sila, Emilio Paulo, Filipo de Macedonia, Olimpia y su hijo Alejandro Magno, Plutarco, Nerón, Adriano, Juliano el Apóstata, …. Delfos posee el encantamiento, el hechizo que ha dejado la estancia de cientos de personajes históricos que durante 1000 años pisaron y admiraron, como ahora nosotros, la belleza y la fascinación del centro del mundo, del santuario de Delfos.