El anuncio en la prensa ha sido todo una sorpresa. Mañana, día 23 de diciembre, la Sibila “volverá” a nuestra Catedral después de cinco siglos, gracias a la iniciativa del titular del órgano catedralicio, D. Samuel Rubio.
Según la noticia, la actuación de mañana en nuestra catedral será una referencia cultural nacional e internacional, debido a lo antiguo del espectáculo que, cada 24 de diciembre y a medianoche, se realizaba el solemne canto compuesto por la Profecía de Isaías, seguido por el Canto de la Sibila. Estos dos cantos trataban de significar la “venida” de Cristo, con su Nacimiento en estas fechas, mientras la Sibila anunciaba a continuación la segunda “venida”, el Juicio Final.
La Sibila siempre ha estado presente en nuestra Catedral entre las tallas de la Portada Occidental, es la Sibila Eritrea, ahora situada en el claustro. ¿Qué hacía un personaje pagano cercano a la mitología griega y romana, en la portada de la catedral? La presencia de la Sibila Eritrea en el templo leonés y en la religión y tradición cristiana, obedece a que la pitonisa es considerada, desde los primeros tiempos del cristianismo, como la voz del mundo antiguo, del mundo pagano, al que se le prometía un Salvador de igual manera que los profetas anunciaban al pueblo judío la llegada de un Mesías.
Las sibilas eran mujeres que, en la cultura griega y romana, se creía estaban inspiradas para interpretar las respuestas de los dioses sobre la predicción del futuro. Según la tradición, la primera de estas mujeres se encontraba en Delfos y se llamaba Sibila, generalizándose el nombre a todas las demás.
También se las denominaba pitias o pitonisas, nombre tomado de la serpiente Pitón (antes designada como un dragón llamado Delfine, de ahí el nombre de Delfos) vivía dentro de una cueva en la ciudad griega de Delfos y a la que el dios Apolo (Apolo Pitio) dio muerte con el fin de apoderarse de su sabiduría. Delfos fue el oráculo más nombrado y sus prácticas las más conocidas y divulgadas por los autores de la Antigüedad.
La sibila o pitonisa de Delfos se sentaba sobre un trípode y, después de haberse purificado con el agua sagrada de Delfos y haber masticado hojas de laurel, escuchaba la pregunta y devolvía a los solicitantes el oráculo del dios que hablaba a través de ella.
En el siglo II aparecen una serie de libros de poemas, denominados sibilinos, compilados por cristianos orientales que tenían como base textos con contenidos históricos, políticos y religiosos de origen y antecedentes paganos, judíos y cristianos. Entre estos contenidos, figuraban los oráculos de la Sibila Eritrea que fueron considerados tan importantes como las predicciones de los profetas del Antiguo Testamento.
Durante la Edad Media, las profecías de la Sibila gozaron de gran estima e influencia, dando lugar a las representaciones teatrales más antiguas (s. XI) sobre el misterio de la Navidad. Eran, en principio, ceremonias sencillas que solían celebrarse el 24 de diciembre y que se limitaban al solemne canto de la “Profecía de Isaías” y al denominado “Canto de la Sibila”, que se componía principalmente de su antigua profecía sobre el Juicio Final y las horrendas consecuencias que le acompañaban.
En el XII y XIII surgen sobre el mismo asunto verdaderos dramas teatrales. Al profeta Isaías y a la Sibila Eritrea les acompañan ahora las prefiguras de Cristo y los profetas mesiánicos y escatológicos: Jeremías, Daniel, Samuel, Ezequiel, Elías, Asuero, Esther, etc.; también figuras con simbolismo escatológico: Baalam, Aarón, la Sinagoga, la Iglesia, la Virgen, San José, la reina de Saba, etc… Es el conocido drama denominado Ordo Prophetarum, que deriva de un sermón, atribuido a San Agustín, que se leía en la vigilia de Navidad.
Durante la representación del drama son llamados a dar testimonio del advenimiento de Cristo y de los sucesos que acaecerán en el Juicio Final, los profetas del Antiguo Testamento, interviniendo también prefiguras de Cristo y de la Virgen, personajes mesiánicos y, por supuesto, la Sibila Eritrea.
El denominado “Canto de la Sibila”, del que mañana disfrutaremos después de cinco siglos, es una ceremonia propia de las iglesias españolas. Se representó en ciudades levantinas: Gerona, Barcelona, Palma, Valencia, etc., pero también en León. Desde la capital del Reino se expande la tradición a ciudades como Santiago, Toledo y, según avanzan las conquistas militares, a tierras portuguesas, extremeñas y andaluzas.
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