Como todos los años, el inicio del otoño es el momento para volver a disfrutar de la montaña y sus paisajes. En esta ocasión no será por nuestra provincia, sino en la vecina Asturias, concretamente por el Parque Natural de Somiedo, primer espacio asturiano declarado Parque Natural en 1988 y Reserva de la Biosfera el año 2000. Somiedo forma parte de la Cordillera Cantábrica, un accidentado relieve vestido con un hermoso manto de verdes pastos y bosques, es vecino norteño de la comarca leonesa de Babia, también declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO.
La diversidad de la cubierta vegetal de Somiedo es uno de los aspectos que más llama la atención, sobre todo por el dominio del bosque caducifolio, el bosque denominado “atlántico”. Es el robledal y el hayedo, sobre todo este último, el que ocupa la mayor superficie del Parque, extendiéndose por las laderas sombrías, en tanto que el roble ocupa las vertientes soleadas. En las cotas altas el clima y sobre todo el suelo, no permiten la existencia de roble ni haya, pero si el crecimiento del abedul, al que acompaña abundante matorral: piornos, aulagas, retamas, etc.
El Parque de Somiedo tiene cuatro valles principales, atravesados por los cuatro ríos más importantes que dan su nombre a los valles. De izquierda a derecha: el Pigüeña, Somiedo, del Valle y Saliencia. El lugar elegido para visitar será el estrecho valle del río Somiedo, una ruta corta de aproximadamente 11 kilómetros, pero que promete unas vistas espectaculares, además de la observación y constancia de un hábitat concreto basado en una pobre agricultura de montaña y una forzosa trashumancia. Esto ha supuesto que el paisaje, aparte de los imponentes roquedos, aparezca tapizado con extensos pastos (brañas), que son fruto de la acción de los hielos cuaternarios que suavizaron el relieve y donde se levantan las típicas cabañas de teito, auténticas reliquias de tiempos castreños que hoy nos parecen propias de cuentos de hadas.
El Parque de Somiedo tiene cuatro valles principales, atravesados por los cuatro ríos más importantes que dan su nombre a los valles. De izquierda a derecha: el Pigüeña, Somiedo, del Valle y Saliencia. El lugar elegido para visitar será el estrecho valle del río Somiedo, una ruta corta de aproximadamente 11 kilómetros, pero que promete unas vistas espectaculares, además de la observación y constancia de un hábitat concreto basado en una pobre agricultura de montaña y una forzosa trashumancia. Esto ha supuesto que el paisaje, aparte de los imponentes roquedos, aparezca tapizado con extensos pastos (brañas), que son fruto de la acción de los hielos cuaternarios que suavizaron el relieve y donde se levantan las típicas cabañas de teito, auténticas reliquias de tiempos castreños que hoy nos parecen propias de cuentos de hadas.
El sábado 22 de octubre partimos en dirección a Babia cruzando el pantano de Luna, por el siempre espectacular puente Fernández Casado. Por tierras babianas viajamos hacia el oeste por la carretera que conduce a Villablino: Sena, Huergas, Cabrillanes y Piedrafita de Babia, en éste último pueblo un café ambientará una mañana ventosa y fría. Desde esta población nos desviamos por la calzada que se dirige al norte, hacia el Puerto de Somiedo. Se cruza un embrionario río Sil en Vega de Viejos y, posteriormente, la localidad de Meroy, último pueblo leonés donde el arroyo del Puerto forma profundas y vistosas cárcavas.
Nada más cruzar el límite de provincia se alcanza el Alto de Somiedo a 1486 m., y a pocos metros el primer pueblo asturiano, Santa María del Puerto, donde se inicia una bajada vertiginosa hacia el Valle de Somiedo por las comprometidas curvas de Niseléu, que desde el autocar resultan aún más impresionantes.
Durante el descenso, la panorámica del Valle resulta espectacular por la grandiosidad que ofrece esta perspectiva, sobre todo el tramo de carretera antes de alcanzar el desvío que conduce a la pequeña población de La Peral, situada en una pequeña loma.
Antes de la finalización del puerto, hay que detenerse en la desviación que señala la aldea de Llamardal, todavía a 1200m. de altura, desde donde iniciaremos la ruta señalada como PR.AS. 11.
A esta primera hora de la mañana no acompaña el tiempo que se muestra desapacible, con viento frío y clara amenaza de lluvia, mientras se inicia el camino por una pista asfaltada que, en ligera subida, nos acerca al caserío que se encuentra a unos 500 metros de la carretera, en las estribaciones de la Sierra de Peñalba, cadena montañosa que se despliega de norte a sur.
La pista se encauza con un muro de piedras por la derecha repleto de musgos, líquenes y helechos, donde no faltan los escaramujos y los majuelos; a la izquierda se extiende a lo largo del camino un largo cercado de estacas con alambre de espino, que protegen los prados que rodean Llamardal en donde pasta un abundante rebaño de vacas rubias.
Llegando a la aldea, justo al lado de la primera casa, observamos en un aprisco guardado por mastines, unos cuantos ejemplares de latxa de cara negra, ovejas adaptadas a zonas desfavorecidas de difícil acceso y elevada pluviosidad, que son muy estimadas por su leche y carne. Curiosamente, en algunas zonas del norte, como es el caso, tanto hembras como machos presentan cuernos. Al lado de la majada y una vez sobrepasada una gran fuente-abrevadero, una casona presenta el distintivo TA (Turismo Activo). Bajo la casa, a la entrada del establo, la imponente figura de un caballo alazán observa nuestro paso.
Unos metros más adelante se abandona el caserío de Llamardal por un sendero que, partiendo a la izquierda, continúa hacia el norte delimitado por murias de piedra saturadas de vegetación, ascendiendo por las laderas de Pico Alto y Peña de Gúa, elevaciones que forman parte de la Sierra de Peñalba.
El camino se va estrechando hasta, prácticamente, convertirse en un sendero que en estos primeros metros atraviesa pequeños tramos de arbolado donde predominan las hayas. Pero también se dejan ver con facilidad robles, así como acebos y majuelos repletos de frutos y cuantiosos escaramujos que se dejan notar en los ahora descarnados rosales silvestres. En algunos tramos el roquedo aparta el arbolado haciéndose dueño de la ladera, aunque no faltan entre la caliza las retamas, aulagas, piornos, helechos, bellos ejemplares de brecina con su intenso color rojo amarronado y, curiosamente por la fecha en que estmos, abundantes colchicos o comemeriendas, que no dejaremos de ver durante todo el recorrido.
Bajo Peña de Gúa, siempre asomados a la ladera, el paisaje se abre por completo y el tiempo mejora lentamente, permitiendo disfrutar de las sorprendentes vistas sobre el valle que se muestra salpicado de rojos, amarillos y marrones, mezclados con el verde de las majadas y el blanco y gris de las calizas. En el fondo, a la derecha, el caserío de Caunedo, enfrente el cordal donde se encuentra el Pico Mocoso (1990 m.); mucho más a la izquierda Peña Penouta (1886 m.) y más alejado el Cornón, cerca de 2200m., la mayor altura de Somiedo.
Desde un privilegiado mirador natural colgado en la ladera del Gúa (Canto Mostachal), aún resulta más admirable el valle del río Somiedo, una estrecha planicie interrumpida a la izquierda por la altura del Castiechu (1300 m.) que surge cual excrecencia en el medio del valle, por donde zigzaguean rio y carretera; a nuestra derecha, tras las casas de Caunedo, la caliza del Mochada (1700 m.), iluminada ahora por los primeros rayos de sol que consiguen filtrarse entre las nubes.
La estrecha senda continúa hacia el norte entallada en la pendiente por donde surgen estrechas alfombras de derrubios. Tras una revuelta finaliza el declive del Gúa apareciendo amplios prados de siega cercados por murias de piedra seca, sin argamasa, que en Asturias se llaman corradas, y una serie de cabañas con teitos de retama o escoba dentro de los cercados. Es la Braña de Mumián.
Las brañas son antiguas formas de explotación de los pastos de altura, que aprovechan especialmente los recursos de una forma integral, a la vez que se asocian y funden con su entorno, tanto por los materiales que se utilizan en las construcciones como en los ciclos de explotación de las mismas. Restauradas con ayuda de fondos del Programa Europeo LIFE (Programa de Medio Ambiente y Acción por el Clima), las 17 cabañas que posee esta braña son de planta cuadrada, cubierta de retamas, con la cuadra abajo y el henil en el desván. En la planta baja, en algunos casos, a un lado de la puerta de acceso, puede existir una pequeña portilla que da acceso a una pequeña estancia de uso exclusivo del ganadero.
Las cabañas, que parecen sacadas de narraciones fantásticas, no son exclusivas de Asturias, apareciendo en otros lugares como en el norte de la provincia de León. Son regularmente de planta cuadrada o rectangular y techo a cuatro aguas, con bastante inclinación para que pueda resbalar fácilmente la lluvia y la nieve. El cubrimiento se apoya sobre pequeños muros de piedra irregular, siendo la parte más significativa y sorprendente. Se sustenta sobre vigas de madera, la mayoría de haya al ser el árbol predominante.
Sobre la estructura de madera se coloca una capa de brezo entrelazada con varas de avellano, también abundante en el lugar. Las ramas de retamas o escobas se van clavando sobre la estructura con el tallo hacia arriba y se comienza la cubrición de abajo arriba. Este trabajo tiene que ser ejecutado tras la corta de la escoba a ras de suelo después del verano, entre los meses de septiembre y noviembre. Este corte periódico de matorrales supone también un beneficio para las brañas o praderías, pues de lo contrario esta planta las invadiría por completo.
Las ramas han de clavarse verdes, pues de ello depende la impermeabilización de toda la construcción. La capa suele ser muy gruesa, de más de 50 cm, siendo las reparaciones frecuentes cada año después de soportar los rigores del invierno. La parte superior del techo, llamada cume, suele protegerse de forma especial, generalmente con largos maderos, llamados zancos, que se colocan a horcajadas sobre el cume o parte superior del tejado.
La Braña de Mumián pertenece a las brañas de “construcciones rectangulares”. En este tipo de brañas, que se utilizaban en primavera, verano y otoño, se recogía el heno seco y se acostumbraba a estabular el ganado durante la noche, consumiendo la hierba almacenada a la vez que se producía el estiércol como abono para los prados cercanos. Durante los veranos los brañeiros subían a la braña por la tarde, ordeñaban el ganado y pasaban la noche en la cabaña. Por la mañana, después de ordeñar, bajaban al pueblo para volver a subir por la tarde. En primavera y otoño, con las noches más largas y frías, no se dormía en la braña, el pastor subía por la mañana, ordeñaba mañana y tarde y bajaba por la noche a los pueblos.
Nos acercamos a la braña recorriendo los estrechos senderos que unen las cabañas, entrando en algunos de los cercados para observar de cerca las construcciones. La cercanía da crédito del trabajo que supone su construcción y mantenimiento.
En medio de la braña, la fuente del Cañu. Junto a ella, a su derecha, una de las joyas del patrimonio etnográfico de Somiedo, aunque común en otros lugares del norte: las olleras (otcheras). Las olleras son oquedades o construcciones realizadas normalmente con piedra labrada, que en el interior tenían un pequeño curso de agua que podría brotar del mismo terreno o de una fuente o arroyo cercano, permitiendo así mantener en su interior una baja temperatura, incluso en los meses de verano.
Los brañeiros, recién ordeñado el ganado y recogida la leche en vasijas de barro u ollas, colocaban éstas dentro de las olleras, en la parte donde discurría el agua, agilizando así el enfriamiento de la leche. El objetivo era refrescarla con el fin de su conservación, además de recoger la nata con la que luego elaboraban la mantequilla. Este último proceso oscilaba entre las 24 horas en verano y 36 en invierno, según hemos podido leer en las publicaciones sobre la actividad en las brañas.
Las ollas podían ser de forma de cono invertido, con la boca grande y un vertedor, llamados herradones, donde, cuidadosamente, se retiraba la nata acumulada en la superficie y en los costados. Otra vasija común para las olleras era la fabricada en barro con el interior vidriado, que en su parte inferior poseía un orificio con una pequeña espita de madera que lo taponaba. Cuando transcurría el tiempo determinado, se abría la espita para que saliera la leche completamente desnatada, quedando en su interior la nata que podía recogerse fácilmente.
La ollera de la fuente de la Braña de Mumián es una estructura en piedra labrada magníficamente conservada y orientada al norte, que contiene cinco olleras que aún mantienen parte de su cerramiento en madera.
Abandonamos la braña para continuar por el camino empinado que nos asomará a otra vertiente del Parque, mientras el sol resalta su presencia y cambia por completo el aspecto del día. Bordeando el Pico del Miro, que dejamos a la derecha, se descubre a lo lejos otro de los valles de Somiedo, donde a lo lejos se distingue el caserío del Valle del Lago. Frente a nosotros las impresionantes calizas de Peñas de Urria, que con sus alturas: Palombera, Piniecha, Piedralba y Gurugú, forman una gigantesca pared que encajona por el norte el río Sousas, que vierte sus aguas en el Somiedo.
Se entra ahora en una zona catalogada como de “uso restringido especial”, por lo que está prohibido abandonar la senda. Ésta desciende hacia el valle por la ladera de la Peña el Molinón. Lentamente se entra en el hayedo de la Enraimada, impregnado de los colores otoñales que hacen de cada recodo una imagen saturada de magia, un cuadro de silencio donde se siente intensamente la naturaleza. La ruta discurre en continuo zigzag para evitar la fuerte pendiente, resultando imprescindible el refuerzo artificial con entramado de troncos en algunos taludes para evitar los frecuentes argayos. Cerca de uno de estos taludes y creciendo al mismo lado del camino, descubrimos un ejemplar de belladona que, junto con la mandrágora, pertenece a la tradicional farmacopea de las “hierbas de las brujas”.
Entre las viejas y retorcidas hayas aparecen al borde de la senda gran cantidad de acebos, moreras, majuelos, escaramujos, y grandes alfombras de helechos que han perdido su clásico verdor para dejarnos los bellos tonos marones y amarillos del otoño. A mitad de la pendiente y después de dejar atrás la Fuente del Tornu, la arboleda permite observar parte del valle al que descendemos. Enfrente, bajo las paredes calcáreas y a media ladera, el pueblo de Urria con su particular acceso por carretera en enérgico zigzag.
El paisaje se abre al llegar al pueblo de Coto de Buenamadre, manifestándose un cambio de vegetación al ser sustituido el hayedo por pastizales de siega, con diversidad de especies entre las que destacan unos altos cerezos de un amarillo intenso. Los hórreos aparecen en varios lugares dentro del apretado caserío, con su clásica planta cuadrada y sus cuatro pies de piedra tallada. Se cruza por delante de la fuente de la Riba, una enorme fuente-pilón, con su cruz patada labrada en el frente, que mantiene también dos olleras a la izquierda.
Breve parada al pasar por la pequeña capilla de San Claudio del siglo XVIII, con su minúscula espadaña de piedra y su campana, para continuar por la carretera hacia el fondo del valle por donde transcurre el río Sousas. Se dejan atrás los apartamentos rurales Buenamadre y el cementerio y la iglesia parroquial de San Miguel de la Llera, para abandonar la carretera por la margen izquierda del río, siguiendo la señalización de la PR. AS. 11.
La ruta señalada continua por un estrecho camino, siempre con el murmullo de las aguas del Sousas. La vegetación envuelve la senda, atravesada permanentemente por sonoros riachuelos que bajan atropellados por la ladera. El reino del haya no llega tan abajo y ahora prevalecen los fresnos, avellanos y también castaños, rodeados de una abundante vegetación de ribera.
Las murias que trazan el camino están prácticamente cubiertas de helechos, musgo y líquenes del tipo parmelia que gustan de invadir las rocas silícias y huyen de las zonas ventosas, como es el caso. También se hacen notar las setas como la lepiota, micena, ruxula o la yesca. Asimismo, aparecen flores como la campanita del té o poleo menta, las amarillas castañuelas, los curiosos pompones malvas de la hierba betunera y, hasta se descubre como si estuviera llegando la primavera, un vilano de diente de león.
Antes de cruzar el río Sousas por un pequeño puente, se observan en el suelo las aparatosas huellas que dejan los jabalíes en su búsqueda incesante de tubérculos. Unos metros más adelante el camino accede directamente a la carretera que lleva a la capital del Parque Natural: Pola de Somiedo, el final de la ruta.
Esta población nos recibe con sus múltiples y característicos hórreos, que aparecen salpicando todo el caserío. A la entrada la pequeña Iglesia de San Pedro fechada en el siglo XVIII, realizada en sillería y con su espadaña a los pies. Preside el altar un Cristo crucificado sin brazos y con las piernas cortadas, consecuencia de los tristes episodios ocurridos durante la Guerra Civil. Desmembrado y arrojado al río por partidarios del bando republicano, fue recogido por una vecina, envuelto en una sábana y enterrado en lugar cercano hasta el final de la contienda.
En Pola se localiza el “Centro de Interpretación del Parque Natural” con una amplia exposición, donde se proyectan varios videos y se facilita información sobre el Parque y sus distintas rutas. Igualmente, cerca de la iglesia de San Pedro, se encuentra el “Centro de Interpretación Somiedo y el Oso”, al que acudiremos a primera hora de la tarde.
Pero antes, la visita a la sidrería-restaurante Carión se hace imprescindible. Un tradicional pote asturiano y una carne asada, más los exquisitos, distintos y abundantes postres caseros, ponen el broche a una fenomenal jornada, solo pendiente de conocer el "reino del oso".
La asistencia tras la comida al pequeño Centro de “Interpretación Somiedo y el Oso” resultó muy interesante. Somiedo es una de las últimas zonas de Europa donde aún vive el oso pardo en libertad, aunque la zona de expansión alcanza plenamente en la zona norte de la montaña leonesa que limita con el Parque. Se calcula que entre las dos provincias, pueden habitar más de 200 osos pardos.
En el Centro se muestran las costumbres y supervivencia del oso, supervivencia limitada a áreas poco habitadas, tranquilas y con escasa presencia humana. Su hábitat ideal lo constituye, en el caso del oso cantábrico, un mosaico de bosque formado por hayedos, robledales, abedulares, praderías y pastizales, matorral de brezos y piornos, arandaneras y roquedos. Este medio se sitúa habitualmente entre los 1.100 y los 1.800 m. de altitud, por encima de las áreas de intensa actividad agrícola y ganadera y por debajo de la zona subalpina. Los ambientes más frecuentados son los bosques maduros de hayas, abedules, abetos, pinos silvestres o pinos negros, ya sean puros o mixtos.
Necesitan amplias extensiones para vivir, pero la edad y el sexo condicionan el uso del hábitat y el tamaño del área de campeo, que en las hembras reproductoras suele ser de algunas decenas de kilómetros cuadrados, mientras que en los machos son mucho más extensa, especialmente durante la época de celo.
Las amenazas a las que se enfrenta el oso cantábrico son variadas y todas provocadas directa o indirectamente por el hombre: caza furtiva, caza accidental, cambio climático, destrucción del hábitat, etc. Por eso su conservación es a la vez una historia de éxito y un reto de futuro.
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