Por primera vez parece que el patrón de la ciudad de León, San Marcelo, toma protagonismo en las fechas en que se conmemora su martirio y muerte en el norte de África el año 298. Hasta ahora, la mayoría de los leoneses desconocían quien era su patrón e ignoraban las escasas celebraciones que se realizaban. Hasta ahora se limita a un sencillo homenaje de la Policía Local a su patrón y la tradicional visita que realiza la Corporación Municipal a la Catedral de Santa María. Posteriormente, junto el Cabildo y en solemne procesión, acudir juntos a la Iglesia de San Marcelo para honrar las reliquias del santo y escuchar el discurso o pregón que realiza cada año un personaje relevante de la ciudad.
Este año parece que el Ayuntamiento, pero también asociaciones particulares como la de comerciantes "Centro León Gótico", han estado en los medios de comunicación dando a conocer esta festividad que, esperemos, cobrará de ahora en adelante más protagonismo en los días finales del mes de octubre. Este primer año se representará en la calle por la Compañía de Teatro Díadres la obra "Retablo de la vida singular de San Marcelo", que seguro será un éxito.
Es el momento de recordar una entrada de hace varios años con la que conmemorábamos la festividad de San Marcelo, contando alguna curiosa e interesante anécdota relacionada con el santo leonés.
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La jineta de San Marcelo
El pasado 29 de octubre, como viene siendo tradicional todos los años, la Corporación municipal leonesa visitó la Catedral de Santa María y, junto con el Cabildo catedralicio y en solemne procesión, acudieron hasta la Iglesia de San Marcelo para honrar las reliquias del titular del templo y Patrón de la ciudad y pronunciar el discurso o pregón conmemorativo, este año a cargo de la cronista oficial, Margarita Torres Sevilla.
Marcelo fue centurión romano de la Legio VII Gemina establecidaen León. Durante las fiestas del mes julio del año 298 que celebraban el nacimiento del emperador Maximiano, los mandos de la Legión debían de realizar en honor a su Emperador, sacrificios a los dioses en el trascurso de la parada militar.
A la hora de la inmolación, Marcelo se despojó de sus armas, se negó a sacrificar y, haciendo pública confesión de su fe cristiana, proclamó que sólo adoraría al verdadero Dios del cielo y la tierra. Allí mismo fue detenido y con el tiempo enviado a Tánger, juzgado y condenado a muerte por el prefecto africano Agricolao, según la tradición, el 29 de octubre del año 298.
El cuerpo de San Marcelo fue descubierto el 28 de agosto de 1471 durante la toma de Tánger por los soldados portugueses del Rey Alfonso V, gracias al hallazgo ocasional de una lápida con la inscripción: “MARCELLUS, MARTIR LEGIONENSIS”. Tras arduas gestiones realizadas personalmente por rey Fernando el Católico, los restos del santo leonés llegaron a nuestra ciudad y fueron depositados en la iglesia que hoy lleva su nombre. Marcelo había vuelto a León.
Pero, así como en el s. III Marcelo entregó voluntariamente sus armas, dieciséis siglos después, concretamente a mediados del s. XIX, el centurión romano fue privado de su armamento en un curioso episodio ocurrido durante la serie de expolios contra el patrimonio leonés.
El 9 de diciembre de 1869 el comisionado por S.A. Francisco Serrano, Regente del Reino, el secretario del Museo Arqueológico Nacional, un vocal de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos, junto con un representante del Gobierno Civil de la provincia, procedieron a incautar en la Basílica de San Isidoro de la ciudad y trasladar a Madrid para que formaran parte de los fondos del recién creado Museo Arqueológico Nacional (1867), una serie de objetos artísticos: un códice del s. XIV, un óleo sobre tabla, seis cofres, cajas o arcas de diferentes periodos, entre las que sobresalía un arca de ágata y plata del s. XI, y por supuesto, el magnífico crucifijo románico de marfil, que Fernando I y su esposa Sancha regalaron a la Basílica. De esta manera, se ejecutó uno de los saqueos de arte más significativos de la ciudad de León.
Esta situación no era nueva. Dos años antes, el director del Museo Arqueológico Nacional por aquel entonces José Amador de los Ríos, en unos de sus frecuentes viajes a León en busca de piezas para el Museo, localizó en la Iglesia de San Marcelo de la ciudad, concretamente sobre la talla de San Marcelo, obra de Gregorio Fernández (s. XVII) que preside el retablo del altar mayor, una espada de las denominadas jinetas que la imagen del santo portaba al cinto.
El alto valor artístico-histórico de la pieza dio lugar a la realización de importantes gestiones o presiones por parte de José Amador de los Ríos, teniendo como resultado que, al año siguiente, la espada fuera “donada” por el Cabildo de la iglesia de San Marcelo al Museo Arqueológico Nacional, pasando a formar parte de los tesoros artísticos leoneses que se localizan, por una u otra causa, en Madrid.
Esta denominación del tipo de espada tiene un significado incierto. Se relaciona su origen con la tribu berberisca de los benimerines o zenetes, que entraron en la Península en el s. XIII. A pesar de su origen africano, la jineta es un arma de producción exclusiva del periodo nazarí, existiendo dos tipos de espadas jinetas: las empleadas para la guerra, prácticamente exentas de decoración, y las de lujo, utilizadas en paradas o desfiles militares, recepciones, regalos, etc.
Éstas últimas, se caracterizan por una hoja estrecha de doble filo, ligera y recta, sobresaliendo sus bellas y decoradas empuñaduras que las hace únicas. Estas empuñaduras constan de una guarda con un arriaz muy curvo que inclina sus brazos hacia el arranque de la hoja, y en el que se muestra una profusa decoración a base de calados, nielados, textos, repujados o esmaltes, realizados en plata, filigranas de oro, incrustaciones de piedras, marfil, etc. Suelen ser de una sola mano y rematada por un pomo esférico, que a su vez finaliza con un botón un poco alargado; todo ello, siguiendo la exuberante decoración del arriaz.
La vaina suele ser de madera, forrada de cuero y decorada con rica guarnición en la embocadura y en las dos abrazaderas, cuyo fin es la suspensión del hombro mediante tahalí y contera, como se puede observar perfectamente en el soldado de la derecha de la pintura del Greco, El martirio de San Mauricio y la legión tebana, cuadro en el que también se distinguen otras jinetas suspendidas del hombro de otros soldados. Este tipo de espadas están documentadas por primera vez en las pinturas de la bóveda de la Sala de los Reyes de la Alhambra, donde el grupo de los diez primeros sultanes nazaritas, todos con jinetas, están representados en una pintura realizada sobre cuero, que resulta insólita en la tradición iconográfica islámica.
Se conservan muy pocos ejemplares. En la Biblioteca Nacional de París, se exhibe una espada jineta adquirida en Granada a principios del s. XIX; otras dos, se encuentran en el Museo de la ciudad alemana de Kassel y en el Metropolitano de Nueva York. Pero la mayoría se encuentran en España: una en el Museo de San Telmo de San Sebastián; dos en colecciones privadas, de Pedro Pidal y del Marqués de Campotéjar; dos en el Museo del Ejército, posiblemente las más conocidas popularmente ya que pertenecieron al famoso a Ali-Atar, alcaide de Loja, y otra que la tradición atribuye a Boabdil, el último rey de Granada. Estas dos últimas jinetas, fueron capturadas en 1483, en la batalla de Lucena.
Pero, sin duda, la espada leonesa que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional es una de las más bellas a la vez que posee la historia más apasionante. El propio Museo Arqueológico realiza una reciente y magnífica descripción de la jineta de San Marcelo, en texto realizado por Gaspar Aranda Pastor:
Esta espada constituye un ejemplar singular de la panoplia de armas de la Edad Media. Mide 95 cm de alto y 9,6 cm de ancho y se compone de hoja de acero y empuñadura de azófar, aleación de cobre y zinc.
La hoja es de doble filo con canal axial poco acusado hasta la mitad, sobre el que figura por ambas caras una marca flanqueada por dos estrellas de cuatro puntas. La marca, realizada con un punzón probablemente nazarí no identificado, presenta tres círculos concéntricos, el intermedio contiene quince crecientes y el interior un pequeño triángulo central.Los especialistas consideran que la hoja es original. La empuñadura consta de: grueso pomo redondo con caras de círculos relevados en el anverso y reverso, y coronado por un botón; puño husiforme formado por dos piezas; y arriaz con forma ultrasemicircular de perfil superior ondulado, centrado por un escudete trilobulado (perdido en una de las caras con posterioridad a 1892).
Los brazos del arriaz, caídos hacia la hoja, rematan en ganchos hacia el exterior para soportar láminas caladas por tres filas paralelas de círculos. Estos remates se han identificado con cabezas de aves por A. Fernández-Puertas.
El artesano nazarí ha decorado la empuñadura de azófar mediante las técnicas del damasquinado y del nielado con oro y plata, respectivamente. Así, concibió la ornamentación en dos planos con un tema de lazo de círculos enlazados, superpuestos a las bandas que siguen los ejes marcados por los círculos.Las bandas muestran inscripciones, y los espacios intermedios se rellenan con ataurique. Las inscripciones rezan lo siguiente, según F. Fernández y González: en el pomo, "No hay permanencia sino en Dios, que es subsistente"; en el puño, repetido dos veces: "El imperio permanente y la gloria duradera son propiedad de Dios"; y en el arriaz, en un lado: “No hay permanencia sino en Dios, que es Supremo", y en el otro: "La subsistencia toda es de Dios, que es Supremo ".La espada, que ha sido objeto de algunas intervenciones, ha perdido su vaina, pero se debe suponer que estaría guarnecida con brocal, abrazadera y contera, siguiendo el mismo patrón decorativo de la empuñadura tal y como muestran los trazos inconclusos en el arriaz.
El origen de la espada leonesa es una incógnita, aunque es muy probable que llegara a León junto con el cuerpo de San Marcelo, y como ofrenda de Fernando el Católico que estuvo presente en el acto ocurrido el 29 de marzo de 1493.
La jineta, supuestamente entregada como ofrenda al santo por Fernando el Católico y fechada por expertos en la segunda mitad del s. XV, debió pertenecer a algún o algunos de los altos personajes árabes de Granada. Después de pasar cerca de cuatro siglos colgada al cinto de la talla de San Marcelo, en el retablo del altar mayor de la iglesia de León, le esperaba su nueva y definitiva ubicación en Madrid para ser valorada y admirada en el recién creado Museo Arqueológico Nacional. Pero no iba a finalizar ahí su historia, aún le esperaba una nueva e inesperada aventura.
El panorama político español al final del reinado de Amadeo de Saboya era desolador. En Madrid, los motines y algaradas populares eran frecuentes. El 11 de diciembre de 1872, un grupo de insurgentes republicanos salieron a la calle siendo uno de sus objetivos el Museo Arqueológico, en aquel momento instalado en un antiguo palacete, denominado Casino de la Reina, en la madrileña Glorieta de Embajadores.
El asalto al Museo no formaba parte de la acción político-revolucionaria de los alborotadores, sino que, únicamente, se trataba de conseguir cualquier tipo de arma allí expuesta. Antonio García, director en aquel momento del Arqueológico, relató los sucesos de aquella noche:
Entraron en el denominado Salón Árabe, sin que se les pudiera oponer resistencia. Los cinco individuos del cuerpo de orden público que guardaban el establecimiento no tenían otras armas que tres revólveres por lo que, notando la insistencia con que los amotinados les buscaban, creyeron prudente ocultarse. El conserje del Museo trató de calmar la violencia de los amotinados, ebrios en su mayor parte, haciéndoles algunas concesiones, como un revólver de su propiedad y una carabina del jardinero. No pudo impedir que otros se apropiaran de unas armas antiguas de poco valor, salvo una espada granadina que es la única pérdida importante a lamentar.
La llegada de los soldados provocó la huida de los asaltantes que rápidamente desaparecieron por las calles adyacentes al Museo. Uno de aquellos revolucionarios se llevó con él la jineta de San Marcelo, hecho que pudo haber sido el final de la historia de la pieza. Sin embargo, la suerte quiso que durante su ronda habitual dos civiles militarizados, miembros del 10° Batallón de Voluntarios de la Libertad, escuchasen gritos y vivas a la República.
Localizados los alborotadores, los militares les dieron el alto efectuando uno de ellos un disparo al aire que produjo la huida instantánea de los dos amotinados, soltando lo que llevaban en las manos: una vieja bayoneta y una espada antigua, espada que resultó ser la jineta de San Marcelo, robada momentos antes del Museo.
La jineta de San Marcelo recuperó su lugar en la Sala Árabe, y aún se puede contemplar hoy junto con otras piezas de origen hispanoárabe, en las estancias del Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
-Pregón San Marcelo 2009. Diario de León.
-Prisión centurión Marcelo en León.
-Crucifijo marfil de Fernando I (s. XI).
-San Marcelo. Talla Gregorio Fernández, retablo altar mayor.
-Jineta de San Marcelo. Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
-Escenas de guerra. La Alhambra.
-Los primeros diez sultanes nazaríes. Sala de los Reyes. La Alhambra.
-El Martirio de San Mauricio. El Greco.
-Jinetas del Museo del Ejército.
-Jineta de San Marcelo. Detalle, MAN.
-Jineta de San Marcelo. Detalle, MAN.
-Manifestación pueblo Madrid en Puerta del Sol durante revolución de 1868. José C. de Alisal.
-Grabado Ilustración Española y Americana. Nº 48, 24-12-1872. Biblioteca virtual M.Cervantes.
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