En el mes mayo, en pleno apogeo de la primavera, se decide nuevamente disfrutar del espectáculo que siempre ofrece siempre esta estación en la montaña. El sábado 23 de mayo, a pesar de que esta vez la ruta elegida recorrerá, prácticamente en su totalidad, la provincia de Asturias, tendremos también ocasión de admirar los sugestivos paisajes que, desde la capital y durante 66 Km, nos trasladarán a través de Los Argüellos, comarca leonesa declarada por la Unesco Reserva de la Biosfera en 2005, a tierras asturianas. La travesía, de aproximadamente 14 km., discurrirá desde el puerto leonés de Vegarada a la localidad asturiana de Felechosa, atravesando las Hoces del Río Pino, paraje declarado Monumento Natural.
La Reserva de la Biosfera de Los Argüellos es un ejemplo representativo de un ecosistema característico de la Cordillera Cantábrica. Se encuentra en la zona central del norte de la provincia de León y su singularidad es fruto de su exclusivo paisaje, que articula su calidad estética con el interés científico.
Sus innumerables hendeduras, barrancos o cañadas y sus formaciones kársticas, resultan indispensables para entender los procesos geológicos de formación y transformación de la Cordillera, personificando la única muestra europea que ofrece un ecosistema de alta montaña muy cercano al mar y con una altitud moderada. Este ecosistema y su sorprendente orografía hacen de Los Argüellos un rincón único de la provincia de León para visitar y disfrutar, y mucho más en esta época.
La llegada a la localidad de La Vecilla, a 39 Km. de la capital y puerta natural de Los Argüellos, supone una explosión en el paisaje. Se imponen y son protagonistas las grandes masas calizas que sobresalen entre las praderías y bosques de las laderas. Desde esta localidad se continua hacia el norte siguiendo el curso del río Curueño por la antigua Calzada de la Vegarada, vía plagada de puentes de piedra que tienen su origen en la romanización y en el medievo. Restaurados convenientemente para preservar su futuro, el Ayuntamiento de Valdelugueros, dispone y facilita amplia e interesante información sobre estas antiguas e interesantes construcciones: www.mancomunidadcurueno.com/wp-content/uploads/rutadelospuentes.pdf
Un escritor mediático local ha denominado al Curueño como “rio del olvido”, afección “poética” que actualmente parece tener éxito con el fin de atraer el turismo a la comarca, pero que no cuenta con tradición alguna. Es probable que la denominación esté “influenciada” por el río orensano Limia o Río del Olvido (Festa do Esquecemento en Xinzo de Limia), que si cuenta con una hermosa leyenda de tiempos prerromanos: www.fonsado.com/2008/06/el-guila-de-decio-junio-bruto.html.
Un escritor mediático local ha denominado al Curueño como “rio del olvido”, afección “poética” que actualmente parece tener éxito con el fin de atraer el turismo a la comarca, pero que no cuenta con tradición alguna. Es probable que la denominación esté “influenciada” por el río orensano Limia o Río del Olvido (Festa do Esquecemento en Xinzo de Limia), que si cuenta con una hermosa leyenda de tiempos prerromanos: www.fonsado.com/2008/06/el-guila-de-decio-junio-bruto.html.
Pero el Curueño no necesita ninguna invención elocuente o retórica. El Curueño es un río de historia, de memoria, pero también de presente y de futuro, que ofrece un espectáculo natural inconfundible al visitante. Es indiscutible su protagonismo en esta Reserva de la Biosfera y forma parte de lo que en Valdelugueros se denomina “Huellas del Paraíso”, dejando él su propia y característica huella en la roca viva a lo largo de varios kilómetros.
Este curso fluvial de escasos 50 km., es la estrella de uno de los paisajes calizos más bellos y mejor conservados de toda la Cordillera Cantábrica: las Hoces de Valdeteja. Este fenómeno natural conforma un desfiladero de casi 5 km. originado por el curso del río, que busca, en su discurrir hasta su desembocadura en el Porma, las partes más débiles de las grandes elevaciones calizas de la Orogenia Alpina. Se impone la presencia de numerosos pliegues, fallas o cabalgamientos, que hacen que, en algunos lugares, las paredes calizas se estrechen y se vuelvan prácticamente verticales, con alturas que pueden llegar a los ochocientos metros.
El autocar en el que viajamos asciende lentamente por la estrecha y sinuosa carretera que recorre serpenteando el lecho del Curueño, permitiendo observar detenidamente las praderas de altura que, tímidamente, ocupan los espacios que dejan libres las masas calizas y las numerosas retamas que lucen en estos días, gracias a su desbordante floración, un amarillo insultante.
Tras cruzar la localidad de Valdepiélgo y a medio kilómetro al norte de Nocedo de Curueño, descubrimos, en la margen izquierda del rio, la silueta del antiguo balneario de Caldas de Nocedo. El balneario, muy conocido y frecuentado en su momento, es una construcción emblemática en este paisaje. Abrió sus puertas en 1900 y, después de pasar numerosas etapas a lo largo del s. XX, cerró sus puertas en 1986, encontrándose desde entonces abandonado y en permanente ruina. Miles de leoneses, y también de otras provincias limítrofes durante la primera mitad del s. XX, aliviaron sus dolencias gracias a sus aguas calificadas como oligo-mineralizadas, bicarbonatadas y nitrogenadas, indicadas para los tratamientos reumáticos, pero también para las deficiencias y problemas en las vías respiratorias y digestivas.
Tras dejar Nocedo y el pico Cueto Ancino a la derecha (1734 m., el conocido como K2 leonés), se entra en el municipio de Valdelugueros, atravesando las localidades de Tolibia de Abajo, Lugueros, Cerulleda, y Redipuertas. Dejando la carretera que parte hacia Riopinos y la Estación Invernal de San Isidro a nuestra derecha, continuamos por la LE 321 hacia el Puerto de Vegarada, uno de los pasos más altos de la Cordillera Cantábrica con 1560 metros de altitud. Este vado montañoso, final de la Calzada de la Vegarada y que une la provincia leonesa con el concejo asturiano de Aller, es conocido desde antiguo y se utilizó frecuentemente como ruta militar, paso de ganado y calzada de arrieros. Pero tuvo también su importancia como camino de peregrinación hacia San Salvador de Oviedo: “Quien va a Santiago y no al Salvador, visita al criado pero no a su señor”.
Antes de la llegada al puerto y debido a la estrechez de la carretera, la parada se realiza delante de la Casa de Vegarada, conocida de antiguo como Casa del Puerto, a escasos metros de la cima. Esta construcción tiene su origen en una primitiva ermita y hospital que estuvo bajo la advocación de la Virgen del Carmen, donde se auxiliaba a los peregrinos enfermos o necesitados. Desde la Casa del Puerto, en los complicados y frecuentes días de temporal, se hacía sonar repetidamente una campana cuyo tañido servía para orientar y guiar a los viajeros y peregrinos hacia el paso montañoso. Quien visite el Museo Etnográfico de Mansilla de las Mulas, podrá contemplar esta histórica campana que fue la salvación de muchos arrieros y devotos peregrinos.
Con la desamortización del XIX esta posesión propiedad de la Iglesia fue adquirida por el Municipio. Actualmente permanece en una eterna remodelación para su conversión en complejo hostelero o, como otros señalan, en un Centro de Interpretación dependiente del Ayuntamiento de Valdelugueros.
Sobre las 10 de la mañana y con un desagradable viento frío, propio de la altura, iniciamos la ruta siguiendo la carretera que, en dirección oeste y en suave ascenso, continúa hacia la cima. La zona leonesa del puerto es más propicia al viento y a las bajas temperaturas que la franja asturiana a menos altura y más protegida. Aquí el bosque apenas se apunta, sin embargo, es el paraíso de los arándanos, de las retamas y del brezo, siendo estos dos últimos, en plena floración, quienes cubren copiosamente las laderas, ofreciendo un bello contraste entre el enérgico amarillo de la retama y el morado intenso del brezo.
A nuestra izquierda los perfiles y significativas alturas de Puerta de Faro y pico el Huevo, que sobrepasan los 1700 metros, manteniendo todavía cuantiosos neveros. A la derecha, en el horizonte, el conocido pico Jeje que supera los 2000 m.
Antes de llegar a la raya del puerto, todavía en territorio leonés, a la izquierda y en una peña de poca altura, se localiza uno de los bunkers de la guerra civil que defendió el ejército republicano. Consta de una casamata de hormigón para armas automáticas, trinchera excavada en la roca y varios parapetos para fusilería. En octubre de 1937 y tras el asalto de los nacionales a los puertos de la Cordillera, esta posición es tomada sin resistencia ante la huida republicana.
En lo alto del puerto (1560 m), límite entre Asturias y León, finaliza la carretera y se inicia la pista que desciende hacia tierra asturiana. Es en lo alto del puerto de Vegarada donde nace el río Curueño. Hay quien señala y fundamenta que el nacimiento se produce hacia el este, en una de las laderas del pico Toneo (2094 m), en la zona de Fuentes de Invierno. Pero más consistencia tiene la propuesta de que las primeras aguas del Curueño surgen en el lado meridional del Puerto de Vegarada, cerca de la zona conocida como Charcos Cochaína a 1600 metros.
Nada más iniciar el descenso el cambio de temperatura es instantáneo. Prácticamente desaparece el viento y el Sol cobra, poco a poco, protagonismo, apuntando un espléndido día. Inmediatamente surgen las brañas asturianas de Vega de Reina, con sus antiguos refugios que se han convertido, gracias a la rehabilitación, en pequeñas fincas de verano.
Se continua en dirección noroeste hacia la zona conocida como Brañuelas, dejando a nuestra izquierda los farallones repletos de neveros de Les Morteres y Mayéu del Chegue, y atravesando, ya a la altura de las moles del Llanón a 1487 m., un carrascal, como llaman por aquí al acebal, en el que muchos de los ejemplares “femeninos” conservan todavía sus frutos rojos, propios del otoño-invierno. Entre ellos se distinguen incipientes avellanos, hayas o brotes de roble que pugnan por crecer entre el cerrado acebal.
Inesperadamente y ocupando espacios selectivos en las praderías, descubrimos brañas ocultas entre la arboleda, alguna de las cuales se revelan por el particular y seductor sonido del agua al romper sobre la superficie de los abrevaderos dispuestos para el ganado. En el entorno, se nota el esfuerzo del hombre que, mediante maquinaria moderna, trata de ganar espacio para pastos rozando las retamas que se aferran vigorosamente al suelo con sus potentes raíces.
La pista asciende hacia el norte, hacia el Collado Caniella, conocido también como Caniecha (1537 m.), que cruza por el sur la conocida Serranía de las Fuentes de Invierno. El collado se encuentra a los pies de Peña Caniella (1627 m) y la collada Palmian. Desde lo alto se obtiene una vista extraordinaria del valle de la Camperina y las cumbres de los picos Caorna y Cicuela. Hacia el norte y enmarcada en el valle Caniella, por el más tarde descenderemos, las cumbres de la Serranía de las Fuentes de Invierno, con Peña Pandos como fondo.
Parada obligada en la collada junto a una pequeña laguna, que sobrevive milagrosamente, donde se renuevan fuerzas y se formaliza la foto de rigor de “todos juntos”, teniendo como marco el espectacular paisaje y una mañana espléndida.
Se inicia el descenso en dirección norte por la pradería que lleva hasta la majada Caniella, con sus cabañas y abrevaderos construidos al refugio que, en cierta medida, le ofrecen las alturas. Muy cerca comienzan los primeros signos de lo que será un “rio de piedra” que, lentamente, se va estrechando y haciéndose más pedregoso. Es el conocido como Valle Caniella, garganta estrecha y pendiente en forma de V, formada por acumulaciones de rocas de mediano y pequeño tamaño (cantos rodados, guijarros o detritus rocosos), producto de la erosión y las glaciaciones en un antiguo cauce.
En varios puntos el estrecho sendero que atraviesa el valle se ha empedrado convenientemente para hacerlo más asequible para el ganado, al ser paso obligado, a lo largo del tiempo, para los pastos de Caniella y Vegarada a lo largo del tiempo. Según se desciende, la vegetación se hace más abundante, apareciendo abedules, hayas y robles, alguno de ellos espectacular. Asimismo, la vegetación rastrera y plantas como calabaceras, helechos, musgo, etc., ocupan y ocultan parte de las rocas y cubren las laderas del camino.
Aparece ahora abundante floración, logrando identificar a grupos de gencianas amarillas, todavía incipientes; varios gamones que comienzan a florecer, uñas de gato mezcladas con las doradas genistas, vistosos brezos de primavera con sus “campanillas” malvas y la solitaria siempreniña. En el medio del camino dos ejemplares prodigiosos de espino albar, nos reciben con su espectacular fluorescencia blanca.
El final del estrecho valle Caniella da lugar de nuevo al espacio abierto con su potente vegetación y las masas calizas coronando las alturas. Entre las rocas se distingue alguna que otra gruta; es la zona conocida como las Cuevas. La integración es a veces tan poderosa entre vegetación y riscos que permite descubrir como un viejo tejo, hunde sus raíces en plena roca ofreciendo una visión insólita.
La pista es ahora un pequeño sendero que discurre por la ladera de la majada de las Campas hasta nuestro próximo y esperado objetivo: las Hoces del Río Pino, considerado Monumento Natural desde el 2001 por el Gobierno del Principado de Asturias.
La vegetación se multiplica y aparecen, salpicando las praderas y las grietas de las rocas, pequeñas muestras de las flores autóctonas de la Cordillera Cantábrica: los morados de las calabaceras o la coronilla de fraile, el amarillo de los adonis, gencianas, genistas, retamas o jarillas, el blanco del espino o del cantarillo… A nuestra izquierda la mole inconfundible de caliza de Peña Redonda de 1836 m.
Se pierde velozmente altura en rápidas vueltas a la altura del aprisco de Fontil, dejándose oír ya en la lejanía el sonido del agua rompiendo en bruscas torrenteras. Antes de bajar al río Pino, que desciende impetuoso desde su nacimiento en Peña Redonda, nos asomamos a él desde un comprometido y escarpado mirador de roca que se levanta a considerable altura sobre el lecho del arroyo, justo en el nacimiento de las Hoces.
Tras la privilegiada perspectiva, descendemos directamente al denominado Posaero, lugar del río en el que se pueden admirar las espectaculares torrenteras desde el rústico puente que cruza su estrecho cauce, justo en la bifurcación que señala la subida en dirección a Peña Redonda.
La parada es imprescindible. Desde el pequeño pontón se puede disfrutar del espectáculo que ofrece la fuerte corriente que salva ruidosamente, mediante pequ
El arroyo Pino, que nace en las estribaciones de Peña Redonda, tiene una longitud de apenas 6 km en los que salva un desnivel de 800 metros. En su tramo medio se encuentra un estrecho desfiladero de paredes verticales originado al erosionar el agua un determinado grupo de roca caliza, que en algunos puntos no llega a 6 metros de anchura.
Después de un pequeño descanso para contemplar el espectáculo, continuamos a través del desfiladero siguiendo el arroyo. En varios tramos el sendero está pavimentado con grandes losas de caliza, con el fin de que el ganado pueda moverse cómodamente a los pastos de Caniella y Vegarada. La vegetación en el tramo de las hoces resulta escasa debido a la verticalidad de las paredes. Solamente algún tejo y pequeños ejemplares de sauces o alisios. Cerca de la orilla y entre las fisuras de las rocas: helechos, musgos, escuernacabras, chupamieles y, sobre todo, los brotes blancos de la milenrama o planta de Aquiles, planta con la que cuentan que el héroe aqueo curaba las hemorragias de sus soldados durante la Guerra de Troya; en un rincón un bello ejemplar de genciana o gitanilla azul de los prados.
Una vez superadas las hoces se abre a ambos lados del valle, un extenso hayedo que alterna con pastizales que llegan a ocupar las vaguadas, y laderas de brezales que dominan parte del paisaje. En el tramo final del curso del rio Pino, antes de su desembocadura en el río San Isidro, ya en la localidad de El Pino, se transforma la cubierta vegetal, donde predomina los prados de siega y cultivos forestales, entre los que prevalecen las plantaciones de castaños.
Siguiendo ahora el tranquilo río por una ancha y cómoda pista, encontramos a nuestra derecha un arroyo canalizado y dispuesto como fuente. Se trata de la fuente de Gavilanceras, fotografiada mil veces, y que da nombre a la majada que se encuentra a escasos metros. Muy cerca, al borde del camino, un viejo, retorcido y carcomido tejo, nos sorprende por su enorme tamaño y silueta de cuento.
Cruzamos el río por un antiguo puente de piedra, Puente el Vao, para llegar al conocido Molín de Peón, antiguo molino restaurado y minicentral hidroeléctrica, reconvertido en la actualidad en criadero de alevines de trucha con el fin de repoblar de esta especie los ríos que lo precisen (Centro Ictiogénico el Marabayu).
ras cruzar el puente y dejar atrás el Molín de Peón, el arroyo fluye ahora por nuestra derecha. En el camino una nueva fuente muy conocida en el lugar de aguas ferruginosas, con la Santina en una pequeña y rústica hornacina, merece una parada para probar el agua. Es la fuente de la Salud, en la senda señalada como Verde Foyoso que nos llevará en pocos minutos hasta la localidad de El Pino.
Nada más entrar en la población franqueamos una bella ermita abandonada, construida en canto rodado y que conserva una pequeña espadaña cobre la entrada que aún mantiene su campana. Más adelante y amenazando ruina, la conocida como Casa de la Torre que debe su nombre a una torre circular de origen medieval que quedó englobada en un edificio construido en el S. XVII y que, con el tiempo, desapareció. La actual estructura es del año 1928.
En apenas un kilómetro llegamos a Felechosa, población que ha desarrollado a lo largo de la carretera, siguiendo también el río San Isidro que desciende de la Estación de Invierno del mismo nombre. Gracias a la cercanía de la Estación de Esquí, Felechosa ha pasado a ser un gran centro turístico, de ahí la proliferación de establecimientos hosteleros.
Es el final de la ruta y el lugar elegido para
reponer fuerzas después de los 14 km. de travesía. El último tramo hasta encontrar
el Hotel-Restaurante Peña Pandos, que se encuentra al final del pueblo, se hace interminable.
Una vez acomodada la impedimenta necesaria para la marcha y realizado un pequeño aseo, llega el momento de disfrutar, antes de la comida, de unas cervezas y, como no, de unas botellinas de sidra que se agradecen tras la ruta y el calor, que ahora castiga.
Una vez acomodada la impedimenta necesaria para la marcha y realizado un pequeño aseo, llega el momento de disfrutar, antes de la comida, de unas cervezas y, como no, de unas botellinas de sidra que se agradecen tras la ruta y el calor, que ahora castiga.
El
restaurante tiene
preparado un menú que, a pesar de no ser típico
asturiano como hubiéramos deseado, deja a todos muy satisfechos. Mientras
se da cuenta de varios platos bien preparados y acompañados de un Mil Hojas, vinito suave de la Rioja, se comentan las
anécdotas y la espectacularidad de la ruta, sin dejar de proponer diferentes ideas para una próxima
escapada, que deseamos sea pronto.