… “Es cuarta feria, día de Mercurio, como decían los romanos, y caminan deprisa para llegar al mercado en buena hora … Han cruzado ya el Torío por un viejo puente y han adelantado a varios labriegos de alfoz que, montados en las ancas de sus asnos, llevan en sus cuévanos o cestos, ajos, cebollas y castañas, y a varios campesinos de Macellarios, que, también caballeros en pollinos, traen a León carne, sebo y cecina. Una lenta carreta de bueyes cargada de madera queda, como los labriegos, rezagada, y llegan al mercado. Apiñada muchedumbre de gentes se estruja, grita, discute, gesticula. Los colores vivos de las túnicas o sayas de las mujeres, y de los jubones, sayos y mantos de los hombres destacan sobre el fondo gris oscuro de los lienzos de muralla que empieza a dorar el sol del mediodía….
Se apean de las cabalgaduras, las coge de las bridas el siervo que los sigue, abandonan el teso del ganado y se dirigen al Arco del Rey o de Palacio, para entrar por él en la ciudad.
No es empresa fácil abrirse paso por medio del mercado. Como las gentes de León han de proveerse en él de semana en semana de todo lo preciso para el vivir diario, y aun de lo superfluo, que como indispensable les reclama también el regalo y adorno de su persona y casa, la ciudad se ha vaciado toda en la explanada situada, mirando al mediodía, fuera de las murallas. Hay ya algunas tiendas dentro de la cerca que ciñe la agrupación urbana; pero unas se han abierto para remedio de los más pobres, cuya penuria no les permite hacer acopio un día a la semana de los más necesario, y otras han surgido al calor del lujo, para ofrecer a los ricos que viven o vienen a León, pan tierno, bocados exquisitos, carnes frescas, joyas y bellos paños. Ni aquellas por lo mísero, ni éstas por lo escogido de los productos en que trafican, bastan al aprovisionamiento de la ciudad. El número de todos es, además, pequeño, no llegan tal vez al de los cuatro Evangelistas, y el vecindario acude todas las cuartas ferias al mercado, a vender y a comprar, que pocos dejan de ser a la vez mercaderes y consumidores.
Unos venden las galochas, abarcas y zapatones que han fabricado durante la semana, para comprar nabos, sebo, pan, vino, una pierna de carnero, cecina de vaca o de castrón y, si los hay, algunos lomos; y otros el trigo o el vino que les sobrar, cabezas de ganado menor, lino, legumbres o alguna res envejecida en el trabajo o desgraciada en accidente fortuito, para adquirir rejas de arado, espadas y monturas o para mercar sayas, mudas de mesa, tapetes y plumacios…”.
Así era el mercado leonés en el siglo X según el conocido retrato que hace el historiador Sánchez Albornoz en su popular obra: “Una ciudad de la España cristiana hace mil años”, teoría avalada por la existencia de un diploma fechado en el 997 del Archivo de la Catedral de León que corrobora su existencia y localización.
Conocido como “mercado del Rey”, aquella feria leonesa se celebraba los miércoles fuera de las murallas del recinto romano, en un espacio situado hacia el este de la puerta denominada Arco del Rey o de Palacio, concretamente en el ángulo formado entre el ábside de la Iglesia de San Martín y la muralla romana.
El origen de aquel concurso de compra-venta de todo tipo de productos se desconoce, pero en el Fuero de León, conjunto de normas otorgadas por el rey Alfonso V en el año 1017 para la ciudad de León y considerado como la primera recopilación de derechos fundamentales de los ciudadanos, ya se mencionaba la existencia del tradicional mercado. En uno de los mandatos del Fuero leonés se regula la “paz del mercado”: “Quien con armas desnudas, a saber espadas y lanzas, perturbare el mercado público que de antiguo se celebra los miércoles, pague al sayón del rey sesenta sueldos de la moneda de la ciudad”. No será hasta el año 1466, en tiempos del monarca Enrique IV, cuando la ciudad consiga otra feria más que se celebrará los sábados. Estas dos ferias o mercados continúan celebrándose actualmente en León los mismos días y, prácticamente, en el mismo lugar.
Este espacio urbano fue
conocido de antiguo como “mercado del pan cocho y de la fruta”, y existen
reseñas también a la venta de pescado. En el siglo XV, se hace referencia a
este lugar de venta de pan, como plaza de
Pinganilla (de poco valor), posiblemente porque en ella se realizaban los
pregones de las almonedas, pero igualmente se la denominará como la plaza de la Picota, seguramente porque
allí se ubicaba la cárcel de la ciudad. Con el tiempo, el lugar se conocerá por
el nombre del templo: plaza de San
Martín, pero también como plaza Vieja
El origen de aquel concurso de compra-venta de todo tipo de productos se desconoce, pero en el Fuero de León, conjunto de normas otorgadas por el rey Alfonso V en el año 1017 para la ciudad de León y considerado como la primera recopilación de derechos fundamentales de los ciudadanos, ya se mencionaba la existencia del tradicional mercado. En uno de los mandatos del Fuero leonés se regula la “paz del mercado”: “Quien con armas desnudas, a saber espadas y lanzas, perturbare el mercado público que de antiguo se celebra los miércoles, pague al sayón del rey sesenta sueldos de la moneda de la ciudad”. No será hasta el año 1466, en tiempos del monarca Enrique IV, cuando la ciudad consiga otra feria más que se celebrará los sábados. Estas dos ferias o mercados continúan celebrándose actualmente en León los mismos días y, prácticamente, en el mismo lugar.
A medida que aquel primer mercado se desarrollaba y adquiría mayor relevancia, se generó a su alrededor un suburbio conocido como arrabal de San Martín, habitado principalmente por mercaderes y artesanos. Este barrio, surgido a extramuros del recinto fortificado, se cercó primeramente por un muro de tierra en el s. XII, trasformándose en una cerca defensiva de canto rodado y cal en el XIV (ver plano).
Las noticias que se tienen sobre el lugar del mercado hablan de un espacio irregular y pequeño, de “mala disposición” debido a su solar desnivelado acorde con la topografía de la zona, situándose en la suave ladera existente en el lado meridional del exterior del campamento romano. La pendiente correspondería a la que hoy observamos en las calles Plegaria y Matasiete. En resumen, una topografía y lugar incómodo para transitar y ejercer el comercio.
El espacio estaría circunscrito por un caserío modesto en los inicios, que se iría completando con alpendres, sostenidos con "pies derechos", que resguardasen a comerciantes y clientes del frio clima de León. Con el tiempo, surgiría algún que otro comercio estable, como se apunta en el plano elaborado por Don Claudio Sánchez Albornoz y que figura en la obra mencionada. En él, el historiador ubica dos tiendas en el lado sur de la plaza atendiendo a documentos de 1039: la tienda de San Pelayo y la tienda de Juan. Éstos dos diplomas se refieren a la venta que un tal Juan realiza a María Velasquiz: “tenda mea propia quem abeo in cius Legionis, foris murum per locis et terminis suis. Prima parte tenda de Sancti Pelagii de secunda terminu karraria qui discurrit ad mercato. De tercia parte affiget merkato de rege; pro que accepi de uobis in pretio solidos XX de argento”.
En definitiva, la estructura y morfología del lugar mostraría un aspecto parecido al que hoy observamos en la plaza del Grano pero en suave pendiente y con algún soportal similar a los que en su momento existían en distintos puntos de la ciudad, hoy, por desgracia, todos desaparecidos: plaza de Santa Ana, plaza de Regla, Ramón y Cajal, La Torre, etc.
Este espacio no fue el único espacio destinado al comercio en el León medieval. El mercado del Rey, en la plaza de San Martín, competía con los mercados que se celebraban en el Rollo de Santa Ana, en la plaza del Misteo (plaza Don Gutierre), en la del Mercadillo (plaza del Grano), en las plazuelas de Carnicerías y de las Tiendas (las dos ubicadas en la actual plaza de San Martín y separadas, de antiguo, por un edificio) o, en la propia plaza de Regla, frente a la Catedral. Muchas de éstas ferias, sobre todo la de plaza de Regla, donde el Cabildo construye las denominadas “casas de las Boticas” (balcones corridos y soportales), le quitaron protagonismo en ciertos momentos, pero la Plaza Vieja o de San Martín, a pesar de su inadecuada conformación, siempre mantuvo el espíritu y apoyo de los artesanos y mercaderes de la zona, además de la decisión del propio Concejo.
Con el tiempo se impone una reforma de aquella zona. Desde los siglos XIV-XV comienza el gusto por los diseños geométricos en las ciudades. Se proponen trazados regulares para calles y plazas, alejándose de la sinuosidad, hacinamiento e irregularidad de los perfiles y construcciones medievales. Esta moda conecta desde comienzos del s. XV con la difusión en la Península de la afición por los espectáculos públicos: justas a pie o a caballo, teatro, coso taurino, sortijas, fiestas religiosas, cívicas, juegos de cañas o ejercicios militares, que acaparaban gran expectación y que necesitan áreas adecuadas para realizarlos y contemplarlos. Con la llegada de los Austrias se impondrán las plazas y espacios amplios y regulares, pensados como centro comercial pero, también, como lugar receptor de espectáculos y centro ciudadano de reunión.
Al inicio del s. XVI, el Cabildo de la Catedral leonesa se anticipó a los regidores de la ciudad, adecuando y ampliando la plaza existente frente a la Catedral. Se derribaron las viejas casas y se edificaron otras con soportales, como ya se ha indicado, dando lugar a un importante espacio donde se celebrarán todo tipo de fiestas profanas y religiosas que el Cabildo presenciaba desde la terraza existente sobre el pórtico, una vez desmontados los antepechos calados que se encontraban en la portada occidental.
Así todo, los mercados de miércoles y sábado se conservaron semanalmente en el mismo lugar hasta que el incendio ocurrido en febrero de 1654, determinó la decisión municipal de remodelar la plaza de San Martín edificando otra más acorde con las necesidades y gustos del momento. Pocos años más tarde, en 1657 y siguientes, la municipalidad realiza adquisiciones de solares con la firme decisión de ampliar y ensanchar el espacio de la plaza.
Teniendo como modelos las construcciones que se realizan en Valladolid y Madrid, dos ciudades con muchísimas posibilidades económicas, León se implica en la construcción de su nueva plaza. Sorprende como el Concejo leonés se atreve con la realización de una obra de esta magnitud, contando con una pobre economía y una precaria situación demográfica, que, probablemente, no llegaría en aquel momento a alcanzar los 10.000 habitantes. Esta iniciativa del Ayuntamiento solo se entiende desde la perspectiva de conseguir engrandecer la, en aquellos momentos, la decadente ciudad de León por encima de otras ciudades y de consolidarse frente al inmenso poder que ostentaba la Iglesia, además de delimitar claramente su propio ámbito.
Todas estas circunstancias hicieron muy compleja la financiación de la obra. Popularmente se cree que la construcción de la Plaza Mayor leonesa se realizó gracias a la concesión de Felipe IV que, por Real Providencia de 1657, de un arbitrio de 40 maravedíes por cada cántara de vino que se vendiese en la ciudad y en su alfoz. Pero esto no es totalmente cierto. La recaudación del arbitrio sobre el vino, prorrogado invariablemente cada año por los monarcas, resultó cada vez más escasa. Este impuesto fue utilizado excepcionalmente para la construcción de la Plaza Mayor, ya que siempre surgieron motivos prioritarios para dedicar la tasa sobre el vino a otros asuntos del propio Ayuntamiento leonés o para solventar gastos excepcionales del Reino: casamiento de la infanta María Teresa y tratado de Paz de los Pirineos, la formación de una armada para la guerra con Portugal y las sucesivas campañas posteriores, reparación de los palacios del Rey, construcción capilla de San Isidro, etc. Constantes peticiones reales que continuaron en el reinado de Carlos II.
Todas estas circunstancias dieron lugar a que la financiación recayese principalmente en los censos propios del Ayuntamiento y en algunos propietarios, vecinos e Iglesia, que levantaron a su costa algunos edificios en la plaza a su costa, aunque siempre ajustándose al plan urbanístico comunal.
Señalar que la impronta de los municipios en la construcción de los nuevos trazados urbanos se manifiesta en un edificio principal que suele “presidir” la plaza y que en la mayoría de ciudades se trasformará en la sede del propio Ayuntamiento: la Casa de la Ciudad. Así se denominará generalmente a estos edificios que, normalmente, albergarán la sede del Concejo, aunque pueden tener también otras funciones de servicios o competencias propias de los municipios.
Al poseer ya la ciudad León un palacete como sede municipal, concretamente el edificio de la plaza de San Marcelo construido en la segunda mitad del XVI por el arquitecto Juan del Rivero y Rada, se decidió erigir en 1587, en el espacio del mercado, un inmueble que albergara la venta de pan con el fin de normalizar, como en otro tipo de géneros, como el pescado o la carne, la venta ambulante de estos productos. Este edificio se conocerá como Casa de las Panaderías. Recordar que en la ciudad de León ya existía la Casa de las Carnicerías, en la actual plaza de San Martín, y la Casa de las Pescaderías, de la que no quedan restos y que estaba situada entre la muralla y el crucero de la iglesia de San Martín.
La Casa de las Panaderías, que un principio se pensó que “presidiese” el nuevo proyecto de plaza, era una construcción de buena sillería con dos pisos y arcadas que se sustentaban con columnas con basa y capitel, además de balcones de forja en la fachada. El edificio también fue realizado por Juan del Rivero, discípulo de Juan de Badajoz, y su ubicación exacta no está muy clara. Parece que formaba parte de la calle Santa Cruz (según se entra), aunque, probablemente, siendo ésta una de las calles que más sufrieron con la traza de la nueva plaza, el inmueble pudiera estar a caballo entre la citada calle y parte de la actual plaza.
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- Plaza Mayor de León. Inicios del s. XX. Óleo sobre tabla.
- Biblia de San Isidoro de León.
- D. Claudio Sánchez Albornoz.
- Plano extramuros, lado meridional del recinto campamental de León.
- Alfonso V de León. José María Rodríguez Losada.
- Instantáneas mercado Plaza Mayor primera mitad del s. XX.
- Soportales Santa Ana.
- Soportales Rollo de Santa Ana.
- Soportales intersección Ramón y Cajal y calle La Torre (Teatro Trianón).
- Soportales Ramón y Cajal.
- Soportales Plaza de Regla.
- Fiesta de toros en la Plaza Mayor de Madrid.
- Felipe IV. Velazquez.
- Bodegas medievales. Aranda de Duero.
- Tratado de los Pirineos (Isla de los Faisanes). Laumosnier.
- Edificio Consistorio. 1587 obra de Juan del Rivero de Rada.
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- Plaza Mayor de León. Inicios del s. XX. Óleo sobre tabla.
- Biblia de San Isidoro de León.
- D. Claudio Sánchez Albornoz.
- Plano extramuros, lado meridional del recinto campamental de León.
- Alfonso V de León. José María Rodríguez Losada.
- Instantáneas mercado Plaza Mayor primera mitad del s. XX.
- Soportales Santa Ana.
- Soportales Rollo de Santa Ana.
- Soportales intersección Ramón y Cajal y calle La Torre (Teatro Trianón).
- Soportales Ramón y Cajal.
- Soportales Plaza de Regla.
- Fiesta de toros en la Plaza Mayor de Madrid.
- Felipe IV. Velazquez.
- Bodegas medievales. Aranda de Duero.
- Tratado de los Pirineos (Isla de los Faisanes). Laumosnier.
- Edificio Consistorio. 1587 obra de Juan del Rivero de Rada.
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