Ante la posibilidad de un viaje al centro de la península italiana, no se puede obviar la visita al parque arqueológico de Paestum, que, sorprendentemente, es un oasis inesperado ante la aglomeración de turistas que pueblan la mayoría de las ciudades y monumentos de Italia. En Paestum se puede disfrutar todavía de la tranquilidad y el sosiego en un recinto arqueológico espacioso, equilibrado y al aire libre, que se asoma a la luz del Mediterráneo en el golfo de Salerno.
La ciudad tiene su origen en la colonia griega-aquea de Síbaris, en la región de Calabria, en el sur de Italia. Esta ciudad, conocida por sus exquisitos y lujosos gustos, buscó extender sus dominios por territorios más fértiles. Navegando hacia el norte llegaron en el siglo VII aC. hasta el estuario del Sele, frontera natural con el mundo etrusco-campano situado al norte, donde fundaron un asentamiento al que dotaron de un importante foso y una muralla caliza de cinco kilómetros de perímetro: Poseidonia, en honor al dios griego del mar.
Para quienes prefieran la mitología a la realidad, la nueva colonia tuvo su origen en la llegada a la desembocadura del río Sele, en el golfo de Salerno, de la nave del mítico Jasón y sus Argonautas tras conseguir el Vellocino de Oro, estableciéndose en el lugar al que denominaron Poseidonia. Allí levantaron el primer templo, hoy desaparecido, dedicado a la diosa de Argos: Hera Argiva. El Vellocino de oro, conseguido por los héroes griegos, era la zalea o vellón que perteneciente al carnero alado llamado Crisómalo, hijo de Poseidón y Teófane. Su posesión representaba la idea de realeza y legitimidad.
Sea como fuere, la ciudad de origen griego fue ocupada por los nativos lucanos hacia el año 400 que se mantuvieron en ella hasta la conquista romana en el s. III aC. Poseidonia, conocida como “la pequeña Atenas”, fue rebautizada como Paestum, pero no perdió la belleza constructiva y atemporal de la Grecia clásica, ya que los romanos, lo mismo que habían hecho los lucanos, conservaron sus bellos templos y se limitaron a completar su urbanismo con edificios civiles. Los nuevos conquistadores demostraron ser mucho más capacitados y fuertes en lo cotidiano, militar y político, pero los griegos les enseñaron lo más importante y duradero: la belleza.
Tras la caída del Imperio, la ciudad, con el tiempo, acabó siendo abandonada y olvidada. Fue en el siglo XVII, cuando Carlos VII de Nápoles, más tarde Carlos III de España, ordenó la construcción de una carretera costera para unir el sur de la península con Nápoles, cuando salieron a la luz los restos de la antigua Poseidonia, cubierta por la maleza durante más de 1000 años. En aquel momento se comprobó que la ciudad mantenía en pie el espíritu de la Grecia clásica que había cautivado al Imperio Romano, y que, tras el descubrimiento, enamoró también a los grandes viajeros románticos.
Paestum fue en su momento un importante centro comercial, artístico y cultural, como demuestra la tradición que sitúa en el s. VI aC. al matemático y filósofo griego Pitágoras, como residente y ejerciendo como pedagogo en la ciudad. Asimismo, durante la dominación romana, era conocida en todo el Imperio gracias a la atracción y belleza de sus rosas. Poetas como el gran Virgilio, enamorados del lugar, cantaron al aroma de las rosas que envolvía Paestum y sus alrededores.
La “rosa de Paestum” era conocida y codiciada por su olor embriagador, su tamaño, su intenso color rosa-púrpura y su alta capacidad de floración. Dos veces al año florecía gracias a una particular técnica que practicaban ancestralmente los habitantes de la ciudad, utilizando expertos y específicos injertos y exclusivos métodos de cultivo, en los que los tallos de los rosales eran sustentados y anclados con ligeras cañas, como atestigua un fresco de la Casa del Brazalete de Oro en Pompeya. La superficie que ocupaban las plantaciones de rosales se encontraba totalmente teñida de púrpura, a semejanza de un manto real. Plinio alababa estos cultivos, describiendo estas rosas como “abundantes, perfumadas, bíferas y de cien pétalos”.
La llegada de los romanos a Paestum mantuvo y perfeccionó su cultivo, creciendo la demanda del cultivo que se exportaban hacia toda Italia, pero sobre todo a Roma, sobre todo en la fiesta de Vinalis, que se celebraba en mayo. Las primeras rosas de la primavera se ofrecían a Venus (Afrodita) en coronas entrelazadas con ramas de mirto, planta que, según la leyenda, utilizaba la diosa para cubrir sus partes íntimas.
Para los griegos, la rosa era la flor de Afrodita. La mitología cuenta cómo la diosa, en su carrera hacia el moribundo Adonis, se pinchó con un macizo de rosas. Su sangre cayó sobre los pétalos, coloreándolos de púrpura para la eternidad.
El pasado año, tras varios estudios paleobotánicos, se injertaron en unos cuantos arriates alrededor del perímetro de los templos de Apolo y Hera de Paestum, algunos arbustos de rosas tratando de conseguir la misma flor que fue cantada por Virgilio en sus Geórgicas. En el pasado mes de abril han comenzado a florecer y quién sabe si, con el tiempo, volverán a inundar con su aroma toda la zona.
De los tres espléndidos santuarios de origen griego que allí se encuentran, el más septentrional es el templo de Atenea, conocido también como templo de Ceres, levantado sobre un pequeño montículo a finales del s. VI aC. Es el segundo construido, realizado en piedra caliza sobre un basamento con una gradería (crepidoma) de tres escalones. La plataforma pétrea (stilobato) servía de base para una imponente columnata con seis columnas sin basas en los lados cortos (hexástilo) y trece en los laterales, que soportan capiteles dóricos. En el centro la cella o naos que preservaba la imagen del dios. El arquitrabe, sobre las columnas, en origen estaba revestido de estuco policromado.
Hay que señalar que el destino de los templos en la antigua Grecia no era el culto. Su función era simplemente alojar las imágenes del dios al que estaba dedicado, ya que el culto y los posibles sacrificios y oraciones se celebraban en los altares que se levantaban en el exterior. Los templos se orientaban al este, al nacimiento de la luz, que se asocia con el nacimiento, con la vida. Pero también la orientación al este tenía una razón funcional: al amanecer entraba la luz directamente hacia la estancia donde se encontraba la representación del dios.
El templo de Atenea de Paestum mantiene todavía su elegantísima estructura caracterizada por el admirable equilibrio entre planta y alzado. Los templos dóricos aunque son construcciones robustas, guardan proporciones perfectas, armónicas.
Caminando hacia el sur por la calzada central, que mantiene en algunos tramos su enlosado original, recorremos el trazado de parte de la ciudad observando muchas de las construcciones civiles más interesantes de la ciudad greco-romana, como el ágora, el ekklesiasterion o asamblea de los ciudadanos, el heroon, edificio consagrado al culto de un héroe, el aerarium, el comitium, el foro, el santuario a la Fortuna Virilis, la curia, el anfiteatro, etc.
A unos trescientos metros y orientado también al este, se encuentra el santuario más reciente y mejor conservado del conjunto: el templo de Apolo, conocido como templo de Poseidón o Neptuno. Edificado en travertino a mediados del s. V aC., constituye unos de los ejemplos más perfectos de arquitectura dórica.
La planta está formada por la cella dividida en su interior por dos columnatas, como se observa en el plano. El exterior consta de seis columnas en los frentes y catorce en los laterales, colocadas sin base, directamente sobre el stilobato: por lo que estamos ante un templo períptero y hexástilo. De nueve metros de altura, las columnas se estrechan ligeramente en la parte superior; su importante acanaladura, ayuda a adelgazar su perfil y crean impresionantes juegos de luces y sombras, dando a las mismas una corporeidad propia que imita los pliegues de la tela. Se levanta sobre tres grandes escalones (crepidoma), que necesitan en el frente peldaños más pequeños para poder ascender a él.
Resulta extraordinario poder contemplar esta obra magnífica edificada hace más de 2500 años. Disfrutamos rodeándolo y admirando su estructura muda y desnuda, ahora sin tallas en frisos, metopas o triglifos, ni la policromía perdida, que ahora nos resultaría incomprensible desde nuestra actual visión de la estética. Esta desnudez le confiere una belleza serena, solemne, que se acopla plenamente con el silencio y sosiego del lugar.
A escasos metros del santuario de Apolo, el templo de Hera, conocido como la “basílica”. Esta denominación posiblemente proceda de la ausencia de frontón, que pudo hacer pensar en un uso civil y no religioso. Se trata de un edificio singular, eneásilo de orden dórico, con dieciocho columnas en los laterales; es el más grande de todos y el primero que se construye, a mediados del s. VI aC. Está dispuesto, como el resto, sobre tres gradas o crepidoma y solo se conserva la columnata perimetral y el arquitrabe.
La arquitectura religiosa griega estaba vinculada a la contemplación del edificio. Los arquitectos griegos trataban de integrarlo en un ambiente determinado, teniendo en cuenta las construcciones circundantes y la topografía de su emplazamiento.
Con el fin de resaltar su armonía, los constructores fueron introduciendo con el tiempo ciertas correcciones ópticas que determinarían finalmente la estructura final del santuario, como la éntasis que consistía en ensanchar la columna en su parte central, lo que aportaba cierta sensación de flexibilidad a la rigidez de la construcción. Otra de las correcciones causadas por efectos ópticos, debido al exceso de luz, sería la ligera curvatura del entablamento que así daría la impresión contraria, es decir, de línea recta. Las columnas en los extremos se ensancharán para que éstas no parezcan más pequeñas que las demás y todas se vean del mismo tamaño.
No advertimos, por supuesto, la fragancia que hace 2000 años brotaba de los inmensos plantíos de rosales, pero sí logramos notar y disfrutar de la idílica atmósfera que envuelve el lugar con sus grandiosos templos griegos, que hace de Paestum un espacio mágico e inolvidable, no comparable con la fastuosidad y grandeza de la Acrópolis de Atenas, pero sí una verdadera e inesperada sorpresa para los sentidos.
Pero la belleza Paestum no está solo en su arquitectura. Paestum tiene al menos otros dos argumentos capaces de robar el corazón a cualquiera; los dos arcaicos y misteriosos, envueltos en esa nebulosa entre la arqueología y la mística de lo mitológico. Ambos se encuentran en el espléndido Museo de Paestum, en donde se expone y reconstruye la identidad de la ciudad antigua, y las largas y continuas metamorfosis del área arqueológica a través de los restos encontrados en el curso de los años en templos, viviendas, necrópolis y edificios públicos.
Uno de estos argumentos es la magnífica colección de vasos con figuras rojas realizadas entre finales del V y principios del s. III aC., en cuya confección sobresalen dos artesanos que trabajaron en la ciudad y firmaron sus obras: Python y, sobre todo, Assteas, el más famosos ceramista de Paestum, del que se conservan vasos en los museos más destacados del mundo, entre ellos nuestro Arqueológico Nacional.
Los que se conservan en el Museo de Paestum son dos auténticas obras de arte: la hidria con el Mito de Belerofonte y la exquisita crátera con el Rapto de Europa, devuelta recientemente al patrimonio italiano desde EE.UU.
Otro testimonio de la riqueza arqueológica de Paestum son las pinturas, prácticamente intactas desde hace 2500 años, que se encontraron en el interior de los sarcófagos pétreos de las necrópolis de sus alrededores, y cuya semejanza con las figuras de la cerámica griega de la época clásica es enorme. Estas representaciones pictóricas son un claro ejemplo de las primeras tentativas de libertad en la pintura, a la par que nos adentran en las costumbres y en los ritos helénicos sobre la vida y la muerte.
En el verano de 1968 se descubrieron las primeras pinturas en una necrópolis cercana a la ciudad, en un estado de conservación casi perfecto. En 1969 aparecieron otras tumbas que, adornadas con numerosos frescos ya realizados por artistas lucanos, mostraban el mismo estilo griego o con evidente influencia de éste.
Estos sarcófagos pétreos, con sus más de 150 losas pintadas en estilo griego o lucano-griego, poseen, la mayoría, unas medidas aproximadas de 1,80 m. de largo por 60 centímetros de ancho. Conviene destacar uno de estos sarcófagos por su belleza y originalidad, del que hemos podido disfrutar y admirar en el pequeño pero espléndido Museo, en el que se haya expuesto.
Se trataba de una tumba en forma de cista, tipo de inhumación que consiste en cuatro losas laterales semienterradas en el terreno y una quinta que hace de cubierta, con unas dimensiones de 215 x 100 x 80 cm. Está decorada en su interior, tanto las lajas pétreas de los cuatro laterales como la que hace de tapa. Las losas, finamente unidas por yeso, se han desmontado para ser expuestas en el Museo, mostrando unas bellas figuras, pintadas al fresco, que mantienen una gama cromática muy limitada, pero que recuerda, en lo concerniente a la técnica e incluso a la temática, el estilo de las tumbas etruscas coetáneas que, sin embargo, eran mucho más espaciosas y, en algún caso, contaban con varias estancias.
En las dos paredes longitudinales de este sarcófago se nos ofrece una doble escena de banquete fúnebre ¿? realizada en rojo/ocre, negro, amarillo y azul, en la que se muestran diez comensales con el torso desnudo, algunos barbados, y todos coronados de laurel. Se apoyan sobre un codo mientras se entregan al recreo de la música, el canto y el vino, mientras conversan, juegan al kottabos (diversión antigua consistente en transvasar en forma acrobática los restos de vino de los kylix), o intercambian caricias amorosas.
Todos son hombres, naturalmente, ya que en la cultura griega estaba vetado a la mujer el acceso a este tipo de reuniones, apreciándose distintas edades por la hirsutez de la barba. Como hemos señalado, son cinco hombres por laja que se distribuyen en un total de seis triclinii, de forma que ocho están emparejados y comparten solamente uno.
Al menos una de las parejas parecen ser amantes, al mostrar una actitud amorosa. Se mantiene el canon clásico y conocido en lo referente a la homosexualidad admitida en la Grecia antigua, según el cual debe de existir una diferencia de edades suficiente entre ellos. En este caso el adolescente lampiño, que aporta el instrumento de cuerda, cumple el rol de erómeno y el hombre barbado cumple el rol de erastés.
En las losas de los extremos, más estrechas, se observa un desfile encabezado por una niño flautista que parece preceder el cortejo fúnebre del difunto ¿?, mientras en la otra, se muestra un posible escanciador ¿?, junto a una enorme crátera.
La escena más insólita y fantástica es la de la cara interna de la lápida que sirve de tapa al sepulcro. Un joven se lanza elegantemente al agua desde un frágil pilar, recortándose su figura sobre el cielo que corona un sencillo paisaje costero sugerido con sorprendente economía de medios: una pequeña colina en el horizonte y dos árboles estilizados.
La figura da nombre al sepulcro, que es conocido como “tumba del tuffatore“ (el que se zambulle). La tumba está datada en el 470 aC., en la época en la que ciudad se denominaba todavía Poseidonia, y aun no habían bajado de las montañas circundantes los belicosos lucanos que conquistaron unos años después la metrópoli griega.
Hay acuerdo general en afirmar que esta última imagen es una escena simbólica, y que el salto no puede ser interpretado como una situación real, sino que se trata de una figura alegórica, en la que la “zambullida” representa el pasaje de la vida a la muerte.
Observando la admirable escena, no he compartido ese simbolismo fúnebre que afirman la mayoría. He disfrutado de una obra sencilla, delicada, exquisita. Una obra que habla, desde la lejanía histórica, del placer, de las delicias que ofrece la vida, del goce y la felicidad que supone disfrutar de las pequeñas cosas. Después de 2500 años y a pesar de los malos momentos, aún se mantiene y perdura en las sociedades mediterráneas occidentales, el deseo de disfrutar del ocio, de la música, de los juegos, del vino, ...; entretenerse y divertirse con las reuniones y tertulias, la persecución de la amistad como compañera de viaje y cómplice en la búsqueda del placer y la felicidad.
La civilización griega cedió estas ideas de arte, placer y disfrute de la vida al mundo romano que, a través del Mediterráneo, las trasmitió al resto del mundo, conservándose aún en el sur occidental, mientras que hacia el norte han quedado más relegadas y hasta han llegado a a trasformarse y desaparecer, como ocurre en las sociedades musulmanas, ancladas todavía en un medievalismo oscuro y fanático de represión y desesperación.
Paestum con su arquitectura, pintura y rosas, supone un memento de la belleza en estado puro. Una muestra espléndida del pasado que, desde la distancia de los siglos, no deja de recordarnos e invitarnos a disfrutar del arte, pero, sobre todo, de disfrutar de las pequeñas cosas que nos regala la vida.
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- Templo de Apolo. Pintura.
- Barco colonos. Cerámica ática, fragmento.
- El Vellocino de Oro. Herbert James.
- Rivales inconscientes. Alma Tadema.
- Casa del Brazalete de Oro. Pompeya.
- Rosa de Paestum.
- Rosas de Paestum en el recinto arqueologico.
- Afrodita y Adonis. William Waterhouse,
- Visita a Esculapio de Afrodita. Edward Poynter.
- Templo de Atenea.
- Templo de Apolo.
- Templo de Hera.
- Lápida mortuoria.
- Sepulcro.
- Crátera Rapto de Europa.
- Lápida con guerrero.
- Tumba de Tuffatore.
. Tumba de Tuffatore.
- Idem. Detalle.
- Tuffatore.
- Templos de Apolo y Hera. Foto Mariela.
- Sueño. Reynolds Stephens William.
- VIDEO You-Tube: Philippe Jaroussky - Ombra mai fu - Händel - Serse (randgeschehen).