Tabla de la Adoración de los Reyes Magos de Pedro de Campaña. Museo Catedral de León
En estos días la fiesta de la Epifanía vuelve a estar de actualidad. No solo porque nos encontramos en el inicio de otra nueva Navidad, sino porque el nuevo libro de Benedicto XVI, “La infancia de Jesús”, sigue “desvelando” sorpresas. Según informaciones recogidas en diversos medios, el Papa afirma en su obra que los Reyes Magos no procedían de Oriente sino que su viaje se inicia en tierras occidentales. Nada menos que desde Tarsis, territorio que se ubica en el sur de España, en la zona que ocupan actualmente las provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla, la antigua y perdida Tartessos.
Como veremos, según narra el Evangelio de Mateo, los personajes que fueron a adorar a Jesús eran magos procedentes de Oriente. Sin embargo, en la Biblia, el Salmo 72,10 menciona:“Los reyes de Tarsis y las islas ofrecerán presentes, los reyes de Arabia y de Sabá le traerán regalos; ante él se rendirán todos los reyes, …”. También en el libro del profeta Isaías se dice: “.. Las naciones caminarán a tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora… todos vendrán de Sabá, trayendo oro e incienso … los rebaños de Quedar se apiñarán junto a ti … los barcos se congregaran, y al frente de ellos los navíos de Tarsis, para traer de lejos a tus hijos, con su plata y su oro …” (Isaías 60).
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Estos comentarios de la Biblia son los que pueden confundir. Posiblemente lo quiera decir el Papa en su argumentación, es que los tradicionales Magos no son otra cosa que buscadores de la verdad. Simbolizan a los hombres que persiguen a Dios en todos los tiempos y en todos los lugares: desde Persia en el Oriente, hasta Tartessos en Occidente.
En los Evangelios canónicos se habla escasamente sobre la presencia de los Reyes Magos. Simplemente se hace referencia a ellos en el Evangelio de Mateo que no llega a mencionar su número, aunque si se menciona la entrega de tres presentes, lo que hace presuponer que en realidad se trataba de tres personajes: “Jesús nació en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes. Unos magos de oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo”. Evangelio de Mateo (2, 1-2).
“ … Y la estrella que habían visto en oriente iba delante de ellos, hasta que fue a posarse sobre el lugar donde estaba el niño … entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre; se pusieron de rodillas y lo adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.” Evangelio de Mateo (2, 10-11).
Adoración Magos. Panel alabastro trascoro Catedral de León. Esteban Jordan
Sin embargo en los Evangelios apócrifos “de la Natividad” y “de la Infancia”, existen muchas referencias sobre los Magos. Destacaremos el contenido del “Evangelio armenio de la Infancia” que, además de estar prohibido por la Iglesia y tratado como libro oscuro, se perseguía con ferocidad a los que tuvieran una copia del mismo. En el texto apócrifo aparecen los nombres de los padres de la Virgen, del soldado romano que clavó la lanza a Cristo y, por supuesto, el nombre de los tres Reyes. Así se habla de ellos, en un texto poco conocido que merece la pena leer:
… Y José y María continuaron con el niño en la caverna, a escondidas y sin mostrarse en público, para que nadie supiese nada. Pero al cabo de tres días, es decir, el 23 detébeth,que es el 9 de enero, he aquí que los Magos de Oriente, que habían salido de su país hacía nueve meses, y que llevaban consigo un ejército numeroso, llegaron a la ciudad de Jerusalén. El primero era Melkon, rey de los persas; el segundo, Gaspar, rey de los indios; y el tercero, Baltasar, rey de los árabes. …. Y todos habían llegado, por orden de Dios, de la tierra de los magos, su patria, situada en las regiones de Oriente. Porque, como ya hemos referido, tan pronto el ángel hubo anunciado a la Virgen María su futura maternidad, marchó, llevado por el Espíritu Santo, a advertir a los reyes que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y ellos, habiendo tomado su decisión, se reunieron en un mismo sitio, y la estrella que los precedía, los condujo, con sus tropas, a la ciudad de Jerusalén, después de nueve meses de viaje…
… El primer rey, Melkon, aportaba, como presentes, mirra, áloe, muselina, púrpura, cintas de lino, y también los libros escritos y sellados por el dedo de Dios. El segundo rey, Gaspar, aportaba, en honor del niño, nardo, cinamomo, canela e incienso. Y el tercer rey, Baltasar, traía consigo oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio…
… Al ver todo aquel aparato, y al oír todo aquel estruendo, José y María, confusos y medrosos, huyeron de allí, y el niño Jesús quedó solo en la caverna, acostado en el pesebre de los animales. Mas los príncipes y los grandes señores de los reyes magos, detuvieron a José, y le dijeron: Viejo, ¿qué temor es el tuyo, y por qué haces esto? Nosotros, en verdad, también somos hombres semejantes a vosotros. José repuso: ¿De dónde llegáis a esta hora, y qué pretendéis, al venir aquí con tan numeroso ejército? Los magos replicaron: Llegamos de una tierra lejana, nuestra patria Persia, y venimos con gran copia de presentes y de ofrendas. Queremos conocer al niño recién nacido, que es el rey de los judíos, y adorarlo. Si por acaso lo sabes a ciencia cierta, indícanos puntualmente el lugar en que se halla, a fin de que vayamos a verlo. Al oír esto, María entró con júbilo en la caverna, y, alzando al niño en sus brazos, sintió el corazón lleno de alegría. Y luego, bendiciendo y alabando y glorificando a Dios, permaneció sentada en silencio.
Por segunda vez los magos interrogaron a José en esta guisa: Venerable anciano, infórmanos con exactitud, manifestándonos dónde se encuentra el niño recién nacido. José, con el dedo, les mostró de lejos la caverna. Y María dio de mamar a su hijo, y volvió a ponerlo en el pesebre del establo. Y los magos llegaron gozosos a la entrada de la caverna. Y, divisando al niño en el pesebre de los animales, se prosternaron ante él, con la faz contra la tierra, reyes, príncipes, grandes señores, y todo el resto de la multitud que componía su numeroso ejército. Y cada uno aportaba sus presentes, y los ofrecía.
Adoración de los Reyes Magos. Claustro de la Catedral de León
En primer término se adelantó Gaspar, rey de la India, llevando nardo, cinamomo, canela, incienso y otras esencias olorosas y aromáticas, que esparcieron un perfume de inmortalidad en la gruta. Después Baltasar, rey de la Arabia, abriendo el cofre de sus opulentos tesoros, sacó de él, para ofrendárselos al niño, oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio. A su vez, Melkon, rey de la Persia, presentó mirra, áloe, muselina, púrpura y cintas de lino.
Y, no bien hubieron ofrecido cada uno sus presentes, en honor del hijo real de Israel, los magos salieron de la gruta, y, reuniéndose los tres fuera de ella, iniciaron mutua consulta entre sí. Y exclamaron: ¡Asombroso es lo que acabamos de ver en tan pobre reducto, desprovisto de todo! Ni casa, ni lecho, ni habitación, sino una caverna lóbrega, desierta e inhabitada, en que estas gentes no tienen ni aun lo necesario para procurarse abrigo. ¿De qué nos ha servido venir de tan lejos para conocerlo? Franqueémonos los unos con los otros en recíproca sinceridad. ¿Qué signo maravilloso hemos contemplado aquí, y qué prodigio nos ha aparecido a cada uno? Los hermanos se dijeron a una: Sí, lleváis razón. Contémonos nuestra visión respectiva. Y preguntaron a Gaspar, rey de la India: Cuando le ofreciste el incienso, ¿qué apariencia reconociste en él?
Y el rey Gaspar contestó: Reconocí en él al hijo de Dios encarnado, sentado en un trono de gloria, y a las legiones de los ángeles incorporales, que formaban su cortejo. Ellos dijeron: Está bien. Y preguntaron a Baltasar, rey de la Arabia: Cuando le aportaste tus tesoros, ¿bajo qué aspecto se te presentó el niño? Y Baltasar contestó: Se me presentó a modo de un hijo de rey, rodeado de un ejército numeroso, que lo adoraba de rodillas. Ellos dijeron: La visión es muy propia. Y Melkon, sometido a la misma interrogación que sus hermanos, expuso: Yo lo vi como hijo del hombre, como un ser de carne y hueso, y también le vi muerto corporalmente entre suplicios, y más tarde levantándose vivo del sepulcro. Al escuchar tales confidencias, los reyes, llenos de estupor, se dijeron con pasmo: Nuevo prodigio es el que estas tres visiones sugieren. Porque nuestros testimonios no concuerdan entre sí, y, sin embargo, nos es imposible negar un hecho patentizado por nuestros propios ojos. …
¿Reyes, sabios o magos? El término griego magós no era únicamente utilizado para referirse a los hechiceros, sino también a “hombres sabios” u “hombres de ciencia”. En la religión zoroástrica, cuyos paralelismos con la judía y cristiana son abundantes y constantes, principalmente por la creencia en un solo Dios, se prohíbe la astrología y la hechicería. La palabra magu era el nombre dado a los sacerdotes persas que formaban una casta muy poderosa e infundían gran respeto, por lo que eran considerados como reyes, no reyes por linaje, sino por su saber y reputación dentro de la sociedad. Estos magos persas también creían en la llegada de un Mesías, de un Salvador que haría triunfar el bien sobre el mal, la luz sobre las tinieblas. Esto lo conocía el pueblo judío, que había sufrido el destierro en Babilonia (s. VI a.C.), y había tratado con estos sacerdotes/reyes que eran, como hemos dicho, considerados “magos”. Y así los define Mateo en su Evangelio: Magos de Oriente. De ahí, a Reyes de Oriente y, con el tiempo, a Reyes Magos.
Estos Magos llegan a Belén gracias a una luz, una estrella que les guía. Son varias las teorías científicas que tratan de explicar este suceso. Una, la posibilidad remota de la aparición de un cometa parecido al Halley, pero no existe ninguna referencia del evento. Más extendida está la creencia de una conjunción de planetas que resulta más frecuente en el tiempo; por ejemplo, en el año 6 a.C., hubo una conjunción de Saturno y Júpiter. Como tercera opción, se habla de una explosión estelar, una supernova, con su brillante estallido de luz. Pero tampoco existen registros de la época que lo corroboren.
El texto de Mateo hace entrever que solo los Magos percibían la estrella, lo que nos lleva a aventurar que la luz a la que seguían no puede tener una explicación natural. En un tiempo de “milagros”, no es de extrañar uno más: una luz celestial, una estrella sobrenatural que señalara a los Magos el lugar de nacimiento de Jesús.
Ya hemos dicho que, por el número de presentes que aparecen en el texto de Mateo, el número de Magos que llegaron al pesebre pudiera haber sido de tres. En un principio este número era indeterminado, oscilando entre los dos que figuran en una pintura del cementerio de los santos Pedro y Marcelino, tres en otra del Museo Laterano, o cuatro que figuran en un fresco de la catacumba de Domitila, todas ellas en Roma. Pero no son los únicos. Existe una representación de ocho magos en un jarrón del Museo Kircher (Roma), de la que resulta imposible conseguir una reproducción, pero que es citado en 1899 en la obra clásica Eléments d'archéologie chrétienne. Estas opciones se disparan en las tradiciones que guarda la iglesia de Siria que hablaba de doce, prefigurando así el número de los futuros Apóstoles, o entre los cristianos armenios donde la cifra alcanza los quince. También existe divergencia en la iglesia Copta que eleva hasta sesenta los Magos que llegaron a Belén, citando incluso los nombres de más de una docena de ellos.
El teólogo Orígenes (s III d.C.) afirma la existencia de tres reyes y en el mismo siglo, otro teólogo, Tertuliano, fue el primero que aseguró que eran Reyes de Oriente, resultando que en los siglos posteriores la visión monárquica de los Magos se fue imponiendo hasta el día de hoy. Ayudó a ello la interpretación del Salmo 72,10, que hemos mencionado al inicio, como confirmación de la naturaleza regia de los Magos.
El Papa San León Magno en el s. V, habla ya de ellos como si no hubiera ninguna duda de su existencia y confirma el número de tres. En el s. VI la iconografía comienza a diferenciarlos en la edad y el físico, comenzando las tradicionales representaciones de dos personajes con barba y uno sin ella. Como ejemplo, el conocido mosaico de origen bizantino fechado en el s. VI, que se encuentra en la Iglesia de San Apolinar el Nuevo de Rávena, en el que sobre las figuras de los Reyes aparece el siguiente texto: SCS BALTHASSAR + SCS MELCHIOR + SCS GASPAR (SAGRADÍSIMOS BALTASAR, MELCHOR Y GASPAR). El rey Baltasar, de mediana edad y con barba oscura, lleva en sus manos un recipiente para la mirra; Melchor, representado muy joven, aparece imberbe con una bandeja para incienso y Gaspar, el mayor de ellos, con pelo y barba blancos, presenta una canasta llena de oro. Todos aparecen con piel blanca, ropajes orientales, gorro frigio y pantalones anaxyrides (a la manera persa). Sin embargo, esta imagen cambiará con el tiempo.
El monje y erudito benedictino, Beda el Venerable, en su obra Excerptiones patrum, collectanea et flores, recoge, hacia el año 700, los nombres y atributos de los Reyes Magos, ya muy diferentes a los reflejados en Rávena. El texto tan conocido y difundido es el siguiente: “El primero de los Magos fue Melchor, un anciano de larga cabellera cana y luenga barba, siendo quien ofreció el oro, símbolo de la realeza divina. El segundo, llamado Gaspar, joven, imberbe de tez blanca y rosada, honró a Jesús ofreciéndole incienso, símbolo de la divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de tez morena, testimonió ofreciéndole mirra, que significaba que el hijo del hombre debía morir”.
Aunque Beda señala al rey Baltasar como de rostro moreno, no será hasta los ss. XV-XVI cuando en todas las representaciones de la Epifanía la figura de Baltasar será de raza negra, debido, principalmente, a un contexto de viajes y descubrimientos geográficos de la época, que permitirán determinar que esa raza es propia del continente africano. Una leyenda se hizo popular en el s. XV, situando un reino cristiano más allá del mundo árabe, en el cuerno de África, de esta manera aparece un rey negro junto a los otros dos que representan Asia y Europa. En este momento también se inicia la tradición de presentar a los Reyes Magos, en algunas pinturas, montados sobre los animales propios de su geografía: caballo, dromedario y elefante.
Del mismo modo, a la vista del texto del monje benedictino inglés, se personifica a los Magos de acuerdo con unas determinadas edades: Melchor anciano, a veces calvo, de barba blanca; Gaspar, un hombre maduro y Baltasar joven e imberbe, como observamos en la representación anónima del s. XII del Museo de Jaca. También la indumentaria irá adaptándose con el tiempo y la moda de cada momento.
Los presentes que entregan a Niño Jesús son siempre los mismos: oro, incienso y mirra, regalos que encierran un fuerte simbolismo. El oro simboliza la realeza, el incienso la divinidad, y la mirra, la muerte como origen de la salvación del mundo. Igual que los ropajes que visten, la representación del continente que trasporta las ofrendas, soporta múltiples cambios a través del tiempo.
Los Reyes Magos no se salvaron de la “locura de las reliquias”. Se cuenta que, después de la Resurrección de Cristo, el apóstol Tomás los buscó y encontró en Saba. Allí, al parecer, fueron bautizados y consagrados obispos. Sufrieron martirio en el año 70 d.C., siendo enterrados los tres en un mismo sepulcro.
A principio del s. IV, la madre del emperador Constantino, Santa Elena, encontró los restos y los trasladó a Constantinopla para su veneración. Dos siglos después, el obispo de Milán, San Eustrogio, recibió como obsequio del emperador las reliquias de los tres Reyes Magos, que el obispo trasladó a Milán.
En el siglo XII la ciudad de Milán fue arrasada por el emperador alemán Federico Barbarroja y, entre otros, los restos de los Magos fueron trasladados a Colonia Agripina, actual Colonia, donde se construyó para ellos la Catedral de San Pedro y Santa María, llamada el Gigante Gótico, el monumento actual más visitado de Alemania. Gracias a estas reliquias, la ciudad de Colonia se ha convertido, junto con Roma y Santiago de Compostela, en uno de los grandes centros cristianos de peregrinación.
Los sagrados restos de los Reyes Magos se encuentran dentro de un sarcófago triple situado detrás del altar mayor de la Catedral, siendo el relicario más grande de Occidente. Tiene forma de basílica y pesa más de 350 kilos. Mide más de un metro de ancho, metro y medio de alto y más de dos metros de largo, y fue realizado en madera revestida de oro y plata, con esmaltes y joyas, por el francés Nicolás Verdún y diversos orfebres alemanes entre los ss. XII y XIII. Dentro están las reliquias de los tres Reyes Magos, en tres cajas forradas de terciopelo. El relicario se abrió en 1864 y así lo describe un testigo del momento: "En un compartimiento especial del relicario que ahora se ve, junto con lo que queda de antiguas, viejas y podridas vendas, probablemente de biso (lino), y con restos de resinas aromáticas y sustancias semejantes, numerosos huesos de tres personas, que bajo la guía de varios expertos presentes se podría reunir en cuerpos casi completos: el uno en su juventud temprana, el segundo en su virilidad temprana, el tercero envejecido más bien …”.
La festividad actual de los Reyes Magos se la conoce como Epifanía. Es una de las fiestas más significativas de la Navidad, y más antigua que la propia Natividad. Ese día se celebra la presencia, adoración y ofrenda de presentes de los tres Reyes Magos a Cristo recién nacido Es considerada la primera Teofanía, o primera manifestación del Hijo de Dios, que elige a unos gentiles para señalar la universalidad de su mensaje de salvación.
La iglesia católica celebra como Epifanías (manifestaciones) tres acontecimientos en los que Jesús se da a conocer en diferentes momentos: a los Reyes Magos, a San Juan Bautista en el Jordán y en el milagro de las bodas de Caná, donde se considera que comienza su vida pública. La de los Reyes es la más importante y, como sabemos, se celebra doce días después de la Natividad.
Antes de la aparición del cristianismo, se conmemoraba con grandes festejos el solsticio invernal del 25 de diciembre, y el 6 de enero se celebraba el acrecimiento efectivo de la luz, sobre todo en la región de Egipto. La fiesta de la Epifanía es de origen Oriental y surgió de forma pareja a la Natividad en Occidente. Los cristianos orientales vieron en la celebración pagana del día 6 de enero, la fecha propicia para el Nacimiento de Cristo, compitiendo así con la celebración pagana del sol invictus del 25 de diciembre, al apreciarse el día 6 de enero fehacientemente el crecimiento, el triunfo de la luz, después de trascurridos doce días.
Cuando la celebración llegó a Occidente, donde ya se celebraba el Nacimiento de Cristo el 25 de diciembre, a la festividad del 6 de enero se le otorgó un significado distinto, conmemorándose la primera revelación de Jesús al mundo pagano, la Epifanía: la adoración de los Magos de Oriente.
La costumbre, casi exclusivamente española, de realizar regalos en esa fecha, como hicieron los Reyes en el portal de Belén, no es una tradición muy antigua. Se inicia en el s. XIX, aunque arraiga a lo largo del XX. En un principio, se dirigió especialmente a los niños a los que se regalaban dulces o algún que otro juguete. Con el tiempo, la festividad se rodeó de una serie de costumbres que todos conocemos: cabalgatas, entradas a media noche por la ventana, zapatos, bien limpios, comida y licor para para Reyes y camellos, el envío de la carta, el carbón como regalo, etc., etc. En la actualidad, y aunque la tradición de los regalos ha pasado en parte a la celebración de la Nochebuena-Navidad (el importado Papá Nöel), todavía se mantiene la tradicional petición y llegada de regalos en el día de Reyes, y que se ha extendido, inevitablemente, a todas las personas queridas. Esperemos que continúe.
Antifonario de la Catedral de León. S. XI
- Tabla de la Adoración de los Reyes Magos de Pedro de Campaña. Museo Catedral de León
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- Adoración Magos. Panel alabastro trascoro Catedral de León Esteban Jordan
- Adoración de los Reyes. El Greco
- Adoración de los Reyes Magos. Luis de Morales.
- Adoración de los Reyes Magos. Claustro de la Catedral de León
- Cementerio de los santos Pedro y Marcelino,
- Museo Laterano
- Frescos de la catacumba de Domitila.
- Idem. Dibujo en la Eléments d'archéologie chrétienne
- Mosaico Reyes Magos en Iglesia de San Apolinar el Nuevo de Rávena
López de Sedano, colector e historiador del s. XVIII, dejó escrito sobre D. Bernardino de Rebolledo lo siguiente: «Fue el Conde de Rebolledo, según muestra su retrato, de hermosa presencia y gran gentileza personal, alto y gallardo de cuerpo, el rostro hermoso, blanco, grueso y prolongado, aspecto grave, majestuoso y halagüeño, los ojos vivos, los labios gruesos, el cabello largo y abundante.»
Sedano hablaba de esta manera de D. Bernardino de Rebolledo y Villamizar, poeta, soldado y diplomático leonés, heredero del condado que el rey Ramiro I, a comienzos del s. IX, otorgó al primer conde de Rebolledo, de nombre Rodrigo.
Bernardino nace, al parecer, en la casa que en la actualidad ocupa el nº 8 de la Plaza del Mercado, plaza que se abre tras los ábsides de la tradicional iglesia de Nuestra Señora del Mercado, nombre que desde el siglo XVI recibió el antiguo templo dedicado al principio a Santa María del Camino, donde será bautizado el 31 de mayo de 1597. Sus padres D. Jerónimo de Rebolledo y Dª. Ana de Villamizar y Lorenzana, procedían de familias ilustres leonesas, siendo su padre señor de Irian, villa cercana al río Órbigo (Soto y Amio).
Curiosamente en el pequeño atrio existente bajo la torre de la Iglesia del Mercado, a unos siete metros de altura, cuelga del techo un exvoto, muy deteriorado, en forma de navío, que está rotulado en sus laterales con dos nombres: http://cosinasdeleon.com/el-barco-de-la-iglesia-del-mercado/
Posiblemente se trata de una ofrenda a la Virgen del Camino de D. Jerónimo de Rebolledo por salir ileso de la batalla de Lepanto en 1571, 16 años antes del nacimiento de D. Bernardino. Esta costumbre, muy habitual en ciudades costeras europeas, menos en España, no es frecuente encontrarla en una localidad del interior como es este caso (existe una interesante página de consulta sobre "ofrendas de barcos".
Así todo, observando la forma del barco, la hechura de las velas, la ausencia de remos y una batería de cañones en la primera cubierta, más bien parece una nave de finales del XVII o ya del s. XVIII, y no una de las galeras propias de finales del siglo XVI que combatieron en Lepanto, haciéndonos dudar de que se trate de un exvoto realizado tras la gran victoria naval sobre los turcos.
D. Bernardino creció en un ambiente militar. No tardó en seguir la estela marcada por sus antepasados y con solo 14 años continuó los pasos navales de su padre, dirigiéndose a Italia en 1611 y comenzando su espléndida carrera militar como alférez en una compañía de Marina en las galeras de Silicia y Nápoles. Allí, desarrollará su aprendizaje y servicio de armas bajo el mando del Príncipe Filiberto de Saboya y D. Pedro Leiva que, con el paso del tiempo, le llevará a ostentar los títulos de: Conde de Rebolledo y del Sacro Romano Imperio, Señor de Irian, cabeza y pariente mayor de los Rebolledos de Castilla, Caballero de la Orden de Santiago, Caballero de la Orden sueca de Amaranta, Comendador y Alcayde de la Tenencia de Villanueva de Alcaudete y Puebla de Don Fadrique, Capitán de Infantería de Marina y de Caballos Corazas Españoles, Coronel de un Regimiento de Alemanes, Gobernador y Capitán General del Palatinado Inferior, Teniente de Maestre de Campo General de los Estados de Flandes, Maestre de Campo de un Tercio de infantería española, General de Artillería, Ministro plenipotenciario en Dinamarca y Ministro del Supremo Consejo de Guerra.
Durante dieciocho años permaneció en el Mediterráneo. Dieciocho años de combates permanentes, hostigamientos continuos con turcos y berberiscos, participando en expediciones, combates, sitios y apresamientos, llegando a conseguir la capitanía de una galera de Sicilia.
Si importante fue su participación militar en el mar, sería en los conflictos del continente donde alcanzaría sus mayores éxitos militares. En 1629 y siguiendo las banderas del Marqués Ambrosio de Spínola en la Guerra de Sucesión de Mantua, participa en la toma de Niza y los sitios de Pontestura y Casale, donde es gravemente herido en un brazo por una arcabuzazo.
Después del conflicto italiano, con el Cardenal Infante Don Fernando se dirige a Flandes en 1630, donde participa en sucesos célebres como la expugnación de Wertal, el paso del Mosa, el socorro de Maestricht y en la conocida jornada de Güeldres. Ya en 1636, a los 39 años, el Cardenal-Infante le nombra Teniente de Maestre de Campo de los ejércitos de Flandes y le encarga la misión de solicitar personalmente el apoyo militar de Alemania.
En ese momento se descubre a D. Bernardino de Rebolledo como diplomático y negociador. Realiza significativas misiones ante el emperador de Alemania, el rey de Hungría y los Electores de Maguncia y Colonia. Sus excelentes gestiones son recompensadas por el emperador alemán Fernando II, concediéndole el título de Conde del Sacro Romano Imperio.
Cuatro años después, en 1640, fue nombrado Maestre de Campo General del Tercio de Infantería Española. Durante su mandato tomó por asalto las fortalezas Pequelem, Falestein y Crucenak, en el Palatinado Inferior. Se le confirió seguidamente el gobierno de la plaza de Frankenthal. Durante la ocupación franco-
sueca de las plazas del Rin, defendió Frankenthal durante 18 meses y no solo mantuvo el asedio, sino que obligó a franceses y suecos a levantar el sitio.
En 1649 se le nombró ministro plenipotenciario en Dinamarca, encargándose de la embajada española en Copenhague. Fueron veinte años como embajador donde acreditó su sensatez y buen hacer, principalmente en la guerra entre Carlos Gustavo de Suecia y Fernando III de Dinamarca. Los suecos llegaron a sitiar Copenhague durante dos años, durante los cuales el Conde de Rebolledo auxilió y aconsejó al rey de Dinamarca, prestándole además su experiencia militar.
A la vez fue "espía" del Papa Alejandro VII a quien representaba en la corte de Polonia. La primera capilla católica de Copenhague, tras la reforma protestante, fue creada por el conde leonés en su propia casa. En ella se oficiaba misa y se administraban los sacramentos a los católicos que vivían en la ciudad. Pero una de las facetas más curiosas y desconocidas de Bernardino Rebolledo fue su relación y correspondencia con la reina Cristina de Suecia, que dio como
fruto un tratado de paz entre Suecia y Dinamarca y el convencimiento de la reina sueca para convertirse al catolicismo.
Importante fue la relación de Cristina con militares y diplomáticos españoles, sobre todo con el embajador español en Suecia, D. Antonio Pimentel de Prado, muy cercano a estas tierras, siendo señor de Alvires, Joarilla de las Matas y Gordoncillo. Esta relación “amorosa” pudo dar lugar a la creación de la conocida Orden caballeresca de Amaranta por la reina Cristina en 1653, de la que ella misma fue Gran Maestre. Compuesta por caballeros y damas, éstos debían mantenerse solteros y en en el caso de que estuvieran casados, no podían contraer segundas nupcias: su lema “Memoria dulcis”. El propio Conde Rebolledo fue uno de los galardonados por la reina, llegando a reconocer en su testamento que la banda de la Orden se utilizara para el culto en la catedral de León.
Cuando Cristina decidió abdicar a favor de su primo Carlos Gustavo. El Conde Rebolledo fue partícipe activo en el hecho. La esperó en Hamburgo y la refugió en casa de un amigo sefardita. Poco después la reina se dirigió a Roma donde fue bautizada directamente por el Papa Alejandro VII. Muchos de los tesoros de arte antiguo que fue coleccionando Cristina durante su reinado salieron con ella de Estocolmo y muchos de ellos llegaron con el tiempo a España. Muchas de ellas se muestran en el Museo del Prado, y otras por distintos museos españoles, entre éstas el Puteal de la Moncloa (http://www.fonsado.com/2010/02/el-puteal-de-la-moncloa.html), del que hemos hablado en otra entrada.
Otra de las excelencias de D. Bernardino Rebolledo fue su faceta como intelectual y espléndido escritor, en los momentos en el que daba tregua a su espada. En Copenhague, nostálgico de su patria, se refugió en la literatura, llegando a componer una ingente obra poética (sonetos, poemas, piezas teatrales, traducciones, obra didáctica, …). Una obra poco conocida hasta el momento pero que comienza a ser valorada, estando distribuida en cuatro volúmenes. El primero de ellos contiene sus poesías líricas con el nombre de Ocios; el segundo la Selva Militar y Política; el tercero, la Selva Sagrada, la Constancia Victoriosa, los Trenos y el Idilio Sacro, todas éstas últimas son traducciones que dedica y envía a Cristina de Suecia. El cuarto volumen corresponde a las Selvas Dánicas, un poema sobre la genealogía de los reyes daneses. Uno de los sonetos dedicados a la reina sueca:
Arde
el Báltico mar cuyos cristales
luminosos
reflejos dan al suelo,
desde
que aposentaron en su hielo
de
Cristina las luces celestiales.
Pervertidos
los términos fatales,
del
uno al otro opuesto Paralelo
incluyó
breve Golfo tanto Cielo,
en
asombro común de los mortales.
Y
lustradas de puros esplendores
brotan
de Tetis las cavernas ondas,
de
perlas rica numerosa suma.
Y
ceñido de cándidos fulgores
vuelve
a nacer el Sol entre las ondas
y
Minerva cual Venus de la espuma.
En 1662 D. Bernardino Rebolledo y Villamizar, Conde de Rebolledo, regresa a España y ocupa varios cargos políticos relevantes. Entre ellos Ministro del Consejo de Guerra y Ministro de la Junta de Galeras que le traería sin duda recuerdos de juventud: mar, sol, combates y pólvora, en aquellos primeros años al inicio de su carrera militar en la marina española del Mediterráneo. No quedan antecedentes en esa época de su obra escrita. Posiblemente no volvió a escribir.
El conde Rebolledo falleció en Madrid el 27 de marzo de 1676 a los ochenta años, siendo sepultado en el convento de los Mercenarios Calzados, concretamente en la Capilla de Nuestra Señora de los Remedios. Sin embargo, antes de su fallecimiento, hizo testamento. Al haber permanecido célibe sin descendencia y no tener parientes cercanos con necesidades, distribuyó su herencia principal en dotes a parientes femeninos pobres y huérfanas de su familia, pero también a mujeres ajenas a ella. Pero sobre todo, dejó un importante legado a las iglesias de su ciudad natal: León.
Asimismo hizo construirse en el lienzo norte del claustro catedralicio, una capilla funeraria que en la actualidad y después de muchísimo tiempo, sigue cerrada y utilizada, al parecer, como trastero, según la información reflejada recientemente en elmundo.es.
Conocemos el interior de la Capilla gracias al artículo de Fernando Llamazares Rodríguez publicado en la Biblioteca Digital Leonesa (Tierras de León – www.saber.es) que facilita y describe admirablemente el lugar de descanso definitivo del Conde Rebolledo, una vez trasladados los restos desde Madrid el 10 de junio de 1677, un año después de su muerte.
La capilla, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, se integra perfectamente en el claustro y recinto catedralicio. Los materiales que se emplean para su construcción son puramente leoneses, de Boñar, a base de dolomías para el sepulcro del conde, arcos y columnas, que se mezclan con margas calcáreas para el resto de la obra.
Sobre la entrada de la capilla el escudo de los Rebolledo: encima de la cruz de Santiago, orla coronada con cinco estrellas en los bordes. En el centro un roble con tres cabezas a los pies, posiblemente enemigos. Sobre la orla, corona condal, de la que sobresale águila con el lema: “vivit post funera”.
La entrada presenta una puerta bellamente enrejada dividida en dos hojas (actualmente se oculta toscamente el interior). En el frente, altar y retablo de la Inmaculada con su imagen titular y ocupando el lado del Evangelio se levanta el sepulcro del conde leonés construido como arco de triunfo . Dos ménsulas sujetan el nicho cubierto por una lápida.
Una gran hornacina contiene el conjunto escultórico realizado en alabastro de D. Bernardino de Rebolledo que, arrodillado sobre dos cojines, reza ante un crucifijo tallado en el frente. Se encuentra representado con el hábito de Santiago, ha dejado su sombrero sobre un reclinatorio y se muestra sereno, no octogenario sino con rostro joven, en la plenitud de su vida. Aunque se desconoce su autor, el sepulcro del conde es una excepción a la decadencia del género sepulcral del siglo XVII, continuando con la excelencia estética del siglo anterior. Una lástima no poder ser visitado.
Nos queda su recuerdo
en la ciudad en el nombre de una tradicional
pero estrecha calle que, partiendo de La Rua, sube en dirección a la plaza San
Martín, pero solo hasta el inicio de Azabachería, donde existe una plaquita del Ayuntamiento que dice escuetamente así:
D. Bernardino de Rebolledo y Villamizar, es el prototipo del caballero leonés renacentista. Conde del Sacroimperio. Militar en Italia. Embajador en Copenhague. Consejero de Guerra y escritor.
Apenas 100 metros, una
pequeña calle y una lacónica y ridícula placa para un gran hombre, nacido y bautizado muy cerca de allí, que
combatió largos años en el Mediterráneo, Italia, Flandes, Alemania … al frente
de la Armada y de los Tercios de España. Autor de una respetable obra literaria, valedor del catolicismo en medio de territorios defensores a ultranza del luteranismo, y excelente diplomático y negociador que llegó a enfrentarse al poder militar sueco de
Carlos Gustavo en Copenhague, y relacionarse personalmente con una de las mujeres más
influyente, enigmática y poderosa del siglo XVII: Cristina de Suecia.
Todo un personaje leonés cuyo recuerdo es prácticamente irrelevante en la ciudad, y cuyos restos y legado artístico, se encuentran “ocultos” en el claustro de la catedral, al parecer, a la eterna espera de financiación. No se puede descartar la falta de voluntad, propósito e intenciones, tan habituales en esta ciudad.
A Manuel Suárez, que si no es descendiente de Bernardino Rebolledo, debería serlo.
- D. Bernardino Rebolledo y Villamizar. Grabado. - Plaza del Mercado. León. - Pila bautismal de la iglesia de Nuestra Señora del Mercado. - Apoteosis Batalla de Lepanto, 1571. - Galera española en el Mediterráneo, s. XVII. - Ambrosio de Spinola. Rubens. - Cardenal Infante Fernando de Austria. Antonio Van Dyck. - Emperador Fernando II de Alemania. - Alejandro VII. Gian Bauttista Galli. - Tercios españoles en Flandes. - Ocios. Obra del Conde Rebolledo. - Cristina de Suecia. Sebastian Bourdon. - Entrada capilla de la Inmaculada. Sepulcro Conde Rebolledo. Claustro catedral de León. - Sepulcro Conde Rebolledo (detalle). - Vista general del sepulcro de D. Bernardino Rebolledo. - León, C/ Conde Rebolledo. - D. Bernardino Rebolledo y Villamizar, Conde de Rebolledo. Anónimo.
Después de suspenderse sine die las oposiciones para “empleado público” y ante tanto miembro de tribunal en paro, no estaría de más que para las próximas elecciones generales, automónicas, municipales, etc., etc., todos los candidatos superen antes un examen exhaustivo que demuestre su valía, capacidad y conocimientos para gestionar debidamente el país, la automonía o el ayuntamiento. Tampoco habría que olvidarse de valorar, antes de que puedan ejercer, la capacidad idónea de los dirigentes sindicales que, tras la tradicional pancarta de apoyo a los trabajadores, viven y sobreviven a base de subvenciones estatales procedentes de … nuestros impuestos.
Políticos opositando: ahí los quiero ver (Artículo Pérez-Reverte)
Lo sugería el ex embajador Paco Vázquez hace unos días, de guasa. Aunque tiene razón: debería ser obligatorio. Como a registrador de la propiedad, pero con temario más amplio. Y quien no llegue, a tomar por saco. Búscate la vida, chaval. O chavala. Recogiendo melones, fregando suelos o podando setos, como la gente que no tiene más remedio; y que, sin embargo, a menudo está mejor preparada. Ignoro si de ese modo iba a resolverse algo, pero introduciría algo de justicia en el putiferio. Sentido común dentro del esperpento nacional. Porque oigan: en España deben hacerse oposiciones para médico de la Seguridad Social, arquitecto municipal, inspector de Hacienda, abogado del Estado, fiscal, juez, o cualquier puesto público. Hasta un profesor de instituto o catedrático de universidad deben hacerlas. Quien pretenda currar en los sectores de la sociedad dedicados a la función pública, debe enfrentarse a unas oposiciones que a veces son de una dureza terrible, en situaciones de extrema competencia y con años de estudio, preparándose. Y sin embargo, el aspecto más decisivo en nuestras vidas, la actividad política que determina el presente y condiciona el futuro, puede caer en manos de cualquiera. A veces, quizás, de individuos excepcionalmente preparados; pero también, y eso ya resulta menos excepcional, de cualquier analfabestia incompetente, varón o hembra, incapaz de articular sujeto, verbo y predicado, cuyo único mérito, o aval, es compartir ideología o intereses -a menudo una y otros van íntimamente relacionados- con un partido político concreto.
Porque echen cuentas, señoras y caballeros. Si no todos los médicos que salen de la facultad superan las pruebas de residente, ni todos los abogados las de juez, por ejemplo; si para conducir un coche hace falta superar un examen teórico, otro práctico y tests psicotécnicos; si tenemos la constancia experimental de que no todos valemos para todo, ni siquiera cuando se trata de gente preparada y con estudios, calculen, entonces, el control de calidad, las Iteuves posteriores y la psicotecnia que pasaría buena parte de las decenas de miles de políticos españoles en activo o en pasivo, algunos de los cuales -conozco a un concejal de cultura en esa situación exacta- no tienen ni acabado el bachillerato. Consideren los que habrían llegado ahí, donde están, medran y trincan, de exigírseles estudios, preparación, controles éticos y formación adecuada. De aplicárseles de un modo práctico, objetivo, antes de ocupar puestos de tanta importancia, tan bien pagados y con tantos privilegios, la idea de los antiguos filósofos griegos de que toda comunidad pública debe ser gobernada por los mejores. Y de establecerse si lo son. O si no lo son.
Eso, naturalmente, incluye a algunos de nuestros sindicalistas, ornatos del telediario. Cuando oigo expresarse a los más conspicuos, o los veo pasear la pancarta queriendo ponerse al frente de ciudadanos honrados que no sé cómo los toleran, con sus antecedentes, pienso que todo aspirante a líder sindical debería probar antes su conocimiento histórico de la lucha de clases y su capacidad oratoria para convencer al trabajador de que es necesario dedicar parte del sueldo -y no de subvenciones estatales embolsadas por la cara- a mantener una institución sindical imprescindible para la sociedad, cuyo único fin es defenderlo de las agresiones de empresarios y políticos. Y si, por reparto de pastel, ese mismo sindicalista puede acabar en el consejo de administración de una caja de ahorros -que tiene pelotas la cosa-, tampoco estaría de más que se le examinara antes de las cuatro reglas: sumar, restar, multiplicar y dividir. Como mínimo.
Así que, oigan. Puestos a suponer gente pública idónea, España decente, mundos felices donde comer perdices, permítanme imaginar una actividad política regida por el sentido común. O sea: militantes de partidos colaborando, faltaría más, en cuanto haga falta. Según su ideología, interés y conciencia; allá cada cual. Sin embargo, cualquiera que aspirase a figurar en una lista elegible por los ciudadanos, tendría que hacer antes unas oposiciones en las que se le examinase de cultura general como trámite previo. Y luego, según las especializaciones a las que aspirase -ministro de Trabajo, presidente de Gobierno y tonterías así-, de economía, derecho, política internacional, historia de España y ética, por ejemplo; aunque temo que aprobar ética muchos lo tendrían peliagudo. Y por supuesto, idiomas: inglés, un poco de francés, alemán. A no pocos de ahora -muchos impresentables de ambos sexos lo demuestran en cuanto abren la boca en el Parlamento- ni siquiera se les exige hablar bien el castellano.