Tapiz de Bayeux. Conquista de Inglaterra por los normandos.
Una silueta baja y alargada surca velozmente las aguas cercanas a la costa norte del Reino de León. Posee una sola vela rectangular en el centro, distinguiéndose pequeñas troneras laterales para la instalación de remos, que se utilizan para navegar por los ríos o para aumentar su velocidad antes de entrar en combate. Es ligero, rápido, con un reducido calado que le permite maniobrar fácilmente en aguas poco profundas y ser transportado por tierra.
La afilada quilla facilita una suave navegación y una espléndida ceñida al viento. En su interior, alrededor de 200 hombres preparados esencialmente para la guerra, han recorrido cientos de kilómetros hacinados en un espacio reducido (30 m. de eslora por 6 de manga, aproximadamente). Tiene una cubierta simple, con dos pequeñas bajocubiertas situadas a proa y popa y el centro totalmente abierto.
En la proa de la nave, en lo alto de la quilla como era costumbre, un mascarón maravillosamente tallado: la cabeza de un dragón. Es un drakkar, un barco de guerra vikingo dispuesto para atacar cualquier punto vulnerable de la costa del Reino, desde el cabo Peñas, al este, hasta la desembocadura del río Duero, ya en el litoral Atlántico.
Como veremos, las incursiones fueron constantes durante décadas, siendo habitual, durante los siglos IX al XI, la presencia de barcos vikingos merodeando las costas hispanas. La procedencia de las naves de lo más heterogéneo: Irlanda, Normandía, Escocia, Inglaterra, pero también Noruega, Suecia o Dinamarca. Largos viajes que obligaban a los tripulantes a protegerse de las inclemencias de la navegación con una lona encerada que arropaba prácticamente la totalidad de la cubierta, resultando tediosas las largas jornadas en alta mar.
Con el buen tiempo, era habitual, a pesar del escaso espacio del que disponían, la práctica de la típica lucha personal. También se adiestraban y mostraban sus habilidades en un curioso juego, consistente en ir saltando de un remo a otro por la parte exterior del barco tratando de evitar la caída al agua. Estas toscas aficiones, contrastaban con otra más relajada y muy extendida: el Hnefatafl. Un “juego de mesa” que, conociendo las actividades y costumbres de estos hombres, su práctica resulta insólita.
Con el buen tiempo, era habitual, a pesar del escaso espacio del que disponían, la práctica de la típica lucha personal. También se adiestraban y mostraban sus habilidades en un curioso juego, consistente en ir saltando de un remo a otro por la parte exterior del barco tratando de evitar la caída al agua. Estas toscas aficiones, contrastaban con otra más relajada y muy extendida: el Hnefatafl. Un “juego de mesa” que, conociendo las actividades y costumbres de estos hombres, su práctica resulta insólita.
Su significado es “Tablero del Rey” y, aunque resultaba muy popular, formaba parte de la educación de la nobleza que tenía por mérito ser diestro en el mismo. Se han hallado múltiples tableros y piezas; algunos de estos tableros cuentan con pequeños agujeros para sujetar las fichas, que contaban con una pequeña clavija para encajar, señal indiscutible de su empleo durante las largas travesías. Como curiosidad, comentar que el Hnefatafl se distingue del ajedrez en que los competidores, atacantes y defensores, tienen fuerzas desiguales y un objetivo distinto para ganar. La colocación de las fichas también es diferente y el número de los escaques del tablero pueden llegar hasta 11 x 11.
Los primeros avistamientos de barcos vikingos se producen a mediados del s. IX, devastando distintos puntos del litoral: desde el golfo de Vizcaya a Finisterre. Los asturianos de Ramiro I consiguieron organizarse y repeler a los guerreros nórdicos, considerados más peligrosos que los musulmanes.
En el 858, bajo el reinado de Ordoño I, llegaron nuevamente oleadas de vikingos a las costas hispanas. Esta vez desembarcaron en la zona atlántica, arrasando Iria Flavia y asediando Compostela, cuyos habitantes se vieron obligados a pagar un fuerte tributo para salvar la vida. Finalmente fueron empujados a la costa y obligados a reembarcar.
Una tercera oleada vikinga, posiblemente la de mayor importancia, tuvo lugar durante el reinado de Ramiro III (966 al 985). La fuerza vikinga avanzó a sangre y fuego hasta el interior, llegando incluso a las inmediaciones de León. Con esfuerzo, se llegó a reunir un potente ejército que, al mando del conde Gonzalo Sánchez y el obispo San Rosendo, obligó a retirarse a los vikingos hasta la costa donde se encontraba su flota. El ejército leonés logró darles alcance, derrotarles, recuperar el importante botín y quemar sus naves.
Las “visitas” esporádicas de piratas nórdicos se sucedieron. En 1028 tras la subida al trono del rey leonés Bermudo III y la grave inestabilidad política del territorio gallego, una importante fuerza vikinga penetró por la ría de Arosa comandada por un jefe danés llamado Ulf (Lobo), que saqueó y devastó los territorios costeros, para penetrar más tarde hasta el corazón del reino leonés. Cuatro años después, en el 1032, el vikingo todavía se encontraba en el interior del territorio apoyando como mercenario a un rebelde gallego, Rodrigo Romariz, que se alza en armas contra Bermudo III. El obispo de Compostela, Cresconio, le hace frente en nombre del rey, les derrota y les obliga a reembarcar en el 1038, siendo ya rey de León Fernando I.
La constante presencia vikinga en las costas influyó considerablemente en la sociedad y cultura leonesa del momento, sobre todo en esos 10 años en los que Ulf y sus tropas danesas permanecieron en territorio leonés. Esta influencia vikinga queda reflejada en una de las imágenes espléndidas del Antifonario Mozárabe de la Catedral de León, en el que un guerrero empuña una espada de pomo lobulado y ranura longitudinal o abatanador, pero también en otras existentes que se aprecian en el Beato de San Miguel de Escalada, que guardan un parecido substancial con las espadas vikingas que se conservan en distintos museos europeos.
Según cuenta el propio historiador Eduardo Morales Romero, en 1990 vino a España acompañado de dos colegas del Museo de los Barcos Vikingos de Roskilde (Dinamarca), Jan Skamby y Keld Hansen, con el fin de encontrar antecedentes o muestras del pasado vikingo en nuestro país. Tuvo noticias de la existencia de un báculo existente en el Museo de la Catedral de Santa María de León, fechado en la segunda mitad del s. IX y realizado, según se apuntaba, en hueso o diente de morsa. Dicha pieza se había hallado en el interior del sarcófago del obispo San Pelayo (s. IX) y se creía que tenía origen escandinavo.
Las investigaciones de Morales y sus colegas daneses resultaron decepcionantes para sus pretensiones. El báculo resultó estar realizado en madera y, aunque reconocen que su decoración tiene cierto aire nórdico, comprobaron que no muestra ninguna ascendencia escandinava, excluyendo por completo cualquier intervención vikinga en su elaboración.
Después de la visita al Museo catedralicio, acudieron al Museo de la Basílica de San Isidoro. Allí, como venían haciendo rutinariamente en otros centros, se interesaron por la existencia de alguna pieza de origen nórdico. La sorpresa fue enorme cuando les indicaron que, expuesto en el propio Museo de la Basílica, existía un pequeño ídolo de marfil con las características que señalaban.
Según relata textualmente Eduardo Morales, cuando contemplaron dentro de su vitrina la pieza en cuestión, quedaron hipnotizados. Sin duda alguna, se trataba de una obra de excepcional calidad artística del “periodo vikingo” que, hasta el momento, había pasado desapercibida.
El ídolo resultó ser una cajita cilíndrica excelentemente conservada, calada, con un acusado saliente en uno de sus extremos y fabricada en asta de reno, no en marfil como se creía. Mide 44 mm. de altura y 33 de diámetro y posee dos placas de metal que cierran los extremos: una fija y circular, la otra ovalada y con una bisagra que le permite abrir y cerrar, aunque las perforaciones existentes indican que en su día también estuvo fija. Las placas metálicas son también caladas y con parecida decoración al cuerpo de la caja, pero de menor calidad artística. El motivo decorativo lo forman varios animales que se entrelazan cubriendo la integridad de la superficie tubular. El borde saliente representa el animal principal, posiblemente la cabeza de un ave, que vuelve la cabeza hacia atrás en un giro de 180º.
La cajita del Museo de San Isidoro de León es una pieza única y excepcional, con unas características muy especiales y sin equivalentes conocidos. Es, además, uno de los pocos objetos vikingos conservados en un museo durante siglos, ya que la mayoría de los existentes proceden de hallazgos o excavaciones arqueológicas contemporáneas. En definitiva, una obra maestra del arte vikingo de la segunda mitad del s. X, y la única muestra representativa del arte nórdico que se encuentra en España.
D. Antonio Viñayo, abad emérito de San Isidoro, cuenta que, tras el examen del pequeño estuche por parte de Morales, Hansen y Skamby, entre los dos expertos daneses se barajó la idea de que podría tratarse de una de las fichas de Hnefatafl. Esta afirmación no parece una solución descabellada. Se han descubierto piezas de juego vikingas realizadas en diversos materiales: cristal, ámbar, hueso o cornamenta, y la cajita de San Isidoro tiene el tamaño perfecto para encajar en los escaques de un tablero. Hay que tener en cuenta también que, en un principio, la pieza en cuestión estaba herméticamente cerrada, siendo posterior su utilización como recipiente para guardar o conservar algún pequeño objeto, una vez desmontada la tapa y añadida la bisagra.
¿Cómo llegó esta sorprendente muestra del arte vikingo a la Basílica de San Isidoro de León? Realmente no se conoce. A pesar de que la cajita no se encuentra en la lista de la donación que realizaron a la Colegiata los reyes Fernando I y Doña Sancha, Antonio Viñayo supone que formaría igualmente parte del lote de las joyas entregadas por el matrimonio regio, llegándose solo a reseñar en el inventario las más importantes y valiosas.
No se debe descartar que la cajita llegase a la Colegiata como receptáculo de una pequeña reliquia procedente de cualquier punto geográfico con importantes asentamientos vikingos: Inglaterra, Irlanda, Noruega, etc. Sin embargo, creemos que la ausencia de cualquier simbolismo cristiano en su factura y la posterior inclusión de la bisagra, implica que tuvo una utilidad anterior distinta. Morales se inclina por dos opciones: la posibilidad de contener una sustancia olorosa o ser portadora de un amuleto, posiblemente el apreciado ámbar.
Estas dos propuestas, más la referida que anotaron los dos expertos daneses, relacionándola con su posible utilización como una bella pieza del Hnefatafl, son las opciones más fiables sobre su origen. Sea como fuere, su llegada a la corte leonesa es, seguramente, consecuencia de un botín arrebatado a las tropas nórdicas en alguna de las múltiples refriegas ocurridas durante el s. XI, momento en el que la costa hispana era objetivo permanente de los ataques y saqueos vikingos, que suponen importantes enfrentamientos con las tropas leonesas.
En cuanto a los posibles asentamientos nórdicos en territorios hispanos, resulta sorprendente que el único vestigio toponímico vikingo en España, después de las múltiples incursiones por toda la costa, se encuentre en el interior, muy alejado de la zona literal y al sur de la capital leonesa. Es el caso de la localidad de Lordemanos (“hombres del norte”), aldea que aparece ya documentada en el 1117 y que tiene el privilegio de ser el único asentamiento vikingo reconocido en la Península.
Estas escasas, pero únicas y valiosas, muestras de la llegada y estancia de los piratas nórdicos, hacen de León referencia obligada de su presencia y arte en España, protagonizada principalmente por la “Cajita de la Basílica de San Isidoro de León”, desconocida hasta hace unos años y ahora ocupando un puesto relevante dentro del Arte Vikingo.
- Flota de barcos vikingos. Grabado.
- Disposición del Hnefatafl.
- Tablero de Hnefatafl con clavijas.
- Caballeros. Vasnetsov.
- Ataque vikingo. Rom Lovell.
- Drakkar. Grabado.
- Antifonario Mozárabe de la Catedral de León.
- Beato de San Miguel de Escalada.
- Espadas vikingas. Museo Estocolmo.
- Báculo del obispo San Pelayo. Museo Catedral de Santa María de León.
- Cajita vikinga, siglo X. Museo de San Isidoro de León.
- Piezas vikingas de Hnefatafl.
- Libro de Horas de Fernando I.
- Visitantes de ultramar. Nicholas Roerich.
- Muchas de las referencias, imágenes y videos se encuentran en Internet dándose debida cuenta de su origen, no obstante, serán retiradas si así se solicita.
Hace un par de años estuve reuniendo información para redactar un artículo sobre este tema. Lo dejé aparcado y pensaba retomarlo, pero ahora no hace falta, gracias a tu magnífico artículo. Enhorabuena,y por favor, publícalo en alguna parte.
ResponderEliminarGracias por compartir esta joya fonsado, desconocía por completo parte de la historia que cuentas y me parece una lástima que este tipo de historias vean tan pocas veces la luz.
ResponderEliminarPor cierto como bien dice nuestro buen amigo Ricardo Chao por favor publícalo en alguna parte.
Un abrazo para los dos, Irma.-
Las invasiones vikingas fueron el terror de las costas españolas del norte, pero no sabía que hubieran llegado tan al interior.
ResponderEliminarHiciste un buen trabajo de investigación que interesa conocer pues creo que la mayoría al hablar de los vikingos nos quedamos en las costas.
Buen fin de semana.
Ricardo: Como tú bien sabrás, hay muy poca documentación sobre el asunto: el pequeño artículo publicado en una revista hace 20 años por Morales, y el artículo de Gavilanes en Tierras de León del 2003.
ResponderEliminarEl tema: fascinante. Sólo aquí, en León, tenemos sus escasas huellas.
Gracias por el comentario. Un abrazo.
Irma: Aunque no lo podemos tener en "papel", creo que el mejor lugar de publicación es este.
Es el lugar que más posibilidad tiene de que "en todo el mundo" ¿? se conozca que, la práctica totalidad del escaso pasado vikingo de España, está aquí.
Abrazos Irma.
Leodegundia: Es lo típico. Desde luego las costas sufrieron todo tipo de asaltos y desmanes vikingos desde el Golfo Vizcaya hasta Lisboa, sin contar las incursiones por el Guadalquivir y el Ebro. Pero las escasísimas huellas están aquí.
ResponderEliminarSobre Asturias, resulta curioso contemplar la bandera que empleaba Ramiro I de clara influencia nórdica. También, hay quien asegura que el denominado "arte asturiano" tiene claros antecedentes normandos.
Gracias por el comentario Leo. Un abrazo.
Aunque la presencia vikinga en España no es desconocida, es curiosa la huella en nuestra historia del pueblo normando.
ResponderEliminarLástima que no se conserven mas objetos de la época, aunque las imágenes de los Antifonarios reflejan el paso de “los piratas feroces” por territorio leones.
¿Leoneses de origen vikingo?
Fantástica la versión animada del Tapiz de Bayeux.
¡¡¡F E L I C I D A D E S!!!
Un abrazo. IoI
Cuantos datos traes sobre la presencia Vikinga en el interior de España. Es cierto que existen pocos datos, o al menos, no tantos como desearíamos.
ResponderEliminarMe ha sorprendido el juego del tablero y maravillado la cajita hecha con hastas de reno. Es una joya preciosa.
Un abrazo
Estimado amigo.
ResponderEliminarMi incorporación a la blogosfera en esta ocasión es bastante lente por causas ajenas a mi voluntad,así que poco a poco nos vamos poniendo al día.
Muy interesantes las aficiones para entretenerse un poco es esos viajes largos y tensos.
La lucha contra estos de vital importancia,sin embargo no sabia las consecuencias de la presencia vikinga en la sociedad y cultura leonesa y esa referencia obligada de su presencia y arte en España.
Buenas imagines y el video estupendo sobre el Tapiz de Bayeux.
Un abrazo directo.
María: Gracias por el comentario y por las felicitaciones.
ResponderEliminarMe gusta que estés por aquí.
Otro abrazo para ti. Lol.
Sabor Añejo: Si lo piensas detenidamente, no es de estrañar la ausencia de cultura vikinga en España, ya que su presencia, salvo en contadas ocasiones, era conseguir rápidamente un botín para volver a sus bases.
Abrazos.
América: Es estupendo tenerte de nuevo "por aquí".
ResponderEliminarGracias y un fuerte abrazo.
pero en España dejaron descendientes que son Nordicos Brunn y se mezclaron con españoles de toda España
ResponderEliminarHola! Estoy viviendo en Bergen, Noruega, y me ha gustado mucho el post. Sólo una apreciación, los "drakkar" no son los barcos vikingos. En realidad drakkar es un transcripción de dragón, y se refiere a las imágenes talladas que llevaban en proa y popa (si os fijais una de las características de los barcos que utilizaban para navegar es que eran iguales en proa y popa) y era lo primero que se veía. El barco de carga que tenían era el knörr (o knarr, o knorr), y el barco que utilizaban para las incursiones era el snekker (o snekka o snekkar), más rápido.
ResponderEliminarDe lo primero que hice cuando llegué a Bergen fue preguntarles por los vikingos y los drakkar, y me preguntaron que qué era eso, que no lo habían escuchado nunca.
Un saludo desde el norte!