Si existe una fuente popular en la ciudad de León es, sin duda, la “fuente del Espolón”. Este pozo artesiano que vierte sus aguas desde su instalación a principios del s. XX en el exterior del recinto amurallado, cerca de Puerta Castillo, ha pasado por distintas etapas y ha mantenido diferentes estructuras, siempre humildes, muy alejadas de otras construcciones consideradas monumentales que se ubican por la ciudad tras la traida de aguas y la constitución de la Junta de Fuentes a mediados del XVIII.
A pesar de su sencillez, siempre ha sido referencia para los leoneses de la zona norte de la ciudad partidarios del consumo de agua artesiana, que acudían y acuden todavía a llenar sus recipientes para disfrutar del sabor y la pureza de un agua sin tratar. Fruto de este apego y popularidad, la fuente sufre en estos días otra enésima renovación a pesar del paso del tiempo y del actual auge del agua embotellada, manteniéndose la tradición de obtenerla en los depósitos que forma la naturaleza y que, según los restos arqueológicos, estuvieron protegidos desde el inicio del asentamiento romano por las ninfas del lugar.
Dentro de la compleja y maravillosa mitología greco-romana, las ninfas ocupan un lugar exclusivo a pesar de ser consideradas “deidades menores”. Algunas veces figuran como seres inmortales, pero en realidad son espíritus femeninos de gran longevidad, personificando, el culto y la fuerza creativa de la naturaleza.
Los griegos y romanos percibían en todo lo que les rodeaba las manifestaciones de la divinidad, por lo que el número de ninfas resultaba infinito: montañas, grutas, árboles, valles, bosques, ríos, fuentes, etc., eran portadores de vida. De alguna manera, resultaban encarnaciones de los dioses y las sensaciones percibidas por el hombre en la contemplación de esa naturaleza, eran atribuidas a la acción de aquellas divinidades.
Según el lugar en el que residen adquieren múltiples nombres. De una manera simple: las Oréades son las ninfas de grutas, montañas, valles y ganado; Mélides, Dríades, Hamadríades, Epimélides, etc., son las ninfas de los distintitos tipos de árboles; las ninfas de praderas, bosques y arboledas, eran denominadas Límonides, Napeas, Alseides y Auloníades. Por último las ninfas acuáticas que habitan en el mar son denominadas Oceánides y Nereidas, y las de agua dulce procedentes de lagos, ríos, arroyos, pozos o fuentes se las diferencia como Náyades, si bien el genérico de ninfas se utiliza habitualmente para éstas últimas.
Sus relaciones y actividades son diversas: se las ve acompañar, cazar, bañarse y bailar con Diana, son ayudantes de Apolo, del “juerguista” Dionisio, o de los lugareños Hermes y Pan. Resultan frecuentemente objetivos sexuales de los sátiros, manifestaciones primitivas del culto a la naturaleza, criaturas pícaras y festivas, pero a veces violentos y peligrosos, mitad hombre mitad carnero, con orejas puntiagudas, cuernos, barba y patas de macho cabrío, gran cola y un permanente priapismo.
En el arte las ninfas son representadas como hermosas jóvenes, desnudas o semidesnudas, con largos y hermosos cabellos, que gustan de cantar, danzar y jugar. Llevan una vida feliz refugiándose en los lugares solitarios de la naturaleza, mostrándose esquivas, tímidas y huidizas.
Son bellas y conocidas las historias que las rodean. Una de ellas, posiblemente la más popular, corresponde a las tribulaciones de la ninfa Eco que, enamorada apasionadamente del hermoso Narciso, hijo de otra ninfa llamada Liríope, fue despreciada y humillada por éste. Eco se fue consumiendo de tristeza hasta quedar únicamente su voz; Némesis, diosa de la venganza, ante el sufrimiento de la ninfa y el ultraje del joven, castigó a Narciso haciendo que se enamorase de sí mismo al ver su rostro reflejado en un arroyo. Como su amor resultaba imposible, la vida de Narciso se extinguió lentamente mirándose en el agua. En aquel lugar surgió una flor, símbolo perpetuo de la hermosura sin corazón: el narciso.
Otra de las bellas fábulas protagonizada por las ninfas y que cobra relevante protagonismo en León gracias al extraordinario mosaico hallado en una villa romana de una localidad cercana a la ciudad, es la que narra la historia de Hilas.
En una de sus múltiples aventuras Hércules se enamoró del hermoso Hilas, llevándolo consigo en la célebre expedición de los Argonautas. Obligados a recalar en Misia para abastecerse, mientras Hércules talaba árboles para fabricar remos y otros miembros de la tripulación se ocupaban de diversas tareas, Hilas recibió el encargo de conseguir agua. De camino al arroyo, las ninfas que habitaban la fuente Pegea lo vieron llegar. Una de ellas, Dríope, se enamoró de él al instante y sin dudarlo pensó tenerlo a su lado para siempre.
Mientras Hilas se disponía con su vasija a recoger agua, Driópe, ayudada por el resto de ninfas, emerge de las aguas y pasa su brazo alrededor del cuello del joven para besar su boca y arrastrarlo al fondo. Hércules pasó días y días buscando a su amante sin resultado alguno, mientras Hilas, después de su unión con la ninfa, se convierte en inmortal tal como simboliza la rama de laurel que crece tras la imagen del héroe en el mosaico leonés, actualmente expuesto en el Museo de la ciudad.
A pesar de la importancia y trascendencia de León como campamento y ciudad romana, los restos arqueológicos no son muy abundantes ni proporcionales a la presencia y cultura latina. No obstante, resultan significativos los testimonios relacionados con el culto a las ninfas, de la que es buena muestra el mosaico citado (pero no la única como veremos), que ponen de manifiesto el interés de los habitantes por aquellas divinidades menores, seguramente poderosamente influenciados por el espacio natural que rodeaba el campamento.
Hace 2000 años, en el sur, este y oeste de la ciudad, hacia la confluencia de los dos ríos, dominaba un paisaje plenamente fluvial, imperando las inundaciones estacionales y las zonas pantanosas que mantenían diversas lagunas alrededor del elevado asentamiento. En el norte el paisaje resultaba agreste debido a las elevadas terrazas conformadas por los ríos Torío y Bernesga y la generosa arboleda, principalmente de robles y quejigos, en la que predominaban los pozos, arroyos y fuentes, como demuestran los cuantiosos descubrimientos de conducciones de agua hacia la ciudad.
El escenario natural representado: humedales, ríos, lagunas, arroyos, fuentes, bosques, monte, etc., era propicio para la “existencia” de ninfas, que serán veneradas por los pobladores de la ciudad, consagrando los lugares de su "refugio o morada". Pero también es un espacio propicio para la caza en el que reinarían las aves en los humedales y, hacia el norte, zona agreste de monte y bosque donde no falta abundante agua, sería habitual encontrar caza mayor: caballos salvajes, cérvidos de todo tipo, jabalíes y, posiblemente, osos.
Como prueba de la existencia de este extraordinario cazadero al norte de la ciudad, es el hallazgo a mediados del siglo XIX, incrustada en la muralla muy cerca de Puerta Castillo, de una de las piezas votivas romanas más interesantes y bellas de la Península: el ara de Diana. Se trata más bien de una “dedicatoria a la diosa” realizada en mármol grisáceo con algunas vetas rojizas, que posee inscripciones en los cuatro costados. La inscripción de la cara principal está en prosa, mientras que en las tres restantes figura en verso.
El ara está consagrada por el legado augustal de la Legión VII Gémina, el general de la legión entre los años 162-166 dC., Quinto Tulio Máximo, gran amante de la caza y probable impulsor de un templo a extramuros de la ciudad dedicado a Diana, en el que depositaría los trofeos logrados: pieles, cornamentas, colmillos, … Dejó admirable constancia de las ofrendas en los versos, que va realizando en el ara a lo largo del tiempo y en función de sus conquistas cinegéticas.
Diana es la diosa virgen de la caza, protectora de la naturaleza y reina de los bosques. Júpiter la armó con arco y flechas y le otorgó como acompañantes un numeroso grupo de hermosas ninfas con las que se dedicaba a su ocupación favorita: la caza.
Pero las ninfas compañeras de Diana no eran las únicas que habitaban en la zona. También están presentes en varias aras votivas, como la que consagra y dedica el imaginifer (portador de la imagen imperial) de la Legio VII Gémina, Quinto Cornelio Antero, junto a un destacamento (vexillati) de la misma, a las ninfas que “habitarían” en el nacimiento de un arroyo o en una fuente significativa por su poder curativo o, tal vez, decisiva en el abastecimiento de la ciudad. Allí podría existir un pequeño templo, un espacio acotado como sagrado, una sencilla capilla o un santuario rupestre dedicado a los espíritus divinos de las ninfas del lugar:
Anteros im / aginifer le(gionis) VII G(eminae) F(elicis) /
cum vexil(l)ati / one v(otum) s(olvit) l(ibens) m(erito)
“Consagrado a las Ninfas. Quinto Cornelio Anteros,
imaginifer de la legión VII Gemina Felix,
en compañía de un destacamento de la misma
cumplió su voto con agrado.”
Tal vez, en el mismo recinto o lugar que lo hizo el imaginifer Quinto Cornelio, otro legado augustal Tito Vitrasio Polión, hijo adoptivo de Pomponio Proculo, junto con su esposa Faustina, situarían sobre el 160 dC., una bella ara votiva dedicada a las ninfas en cumplimiento de un voto, en gratitud de algún bien obtenido o, simplemente, como agradecimiento por la presencia o existencia del curso de agua. El ara hallada incrustada en la muralla, tiene la siguiente inscripción:
Nymphis / T Pomponius / Proculus /
Vitrasius / Pollio cos / pontif pro cos / Asiae leg aug pr /
pr provincia / Moesiae inf et / Hisp Citer / et Faustina eius
“A las Ninfas Tito Pomponio Próculo Vitrasio Polion
cónsul, pontífice, procónsul del Asia, legado augustal,
propretror de las provincias Mesia inferior y Hispania citerior,
juntamente con Faustina su esposa.”
Del mismo modo, resulta probable que las ninfas a las que el imaginifer Quinto Cornelio y el cónsul Tito Vitrasio Polion junto con su esposa rindieron homenaje, sean las mismas que “habitaban” en la famosa fuente Ameva, fuente conocida por los dos exvotos en forma de ara que les dedicó 20 años antes otro legado augustal de la Legio VII, el general Cneo Lucio Terencio Homullo en el 140 dC. Ambas piezas, de muy parecidas características y casi idéntica inscripción, fueron halladas también alojadas en la muralla leonesa.
El padre Fidel Fita, a mediados del s. XIX, sugiere que la fuente Ameva podría tratarse de la fuente o pozo que surtía de agua a las termas que ocupaban el solar de la catedral. Así todo, no descarta que las aras consagraran el nacimiento de un fructífero artesiano o una nueva obra pública de conducción de agua hacia el campamento, patrocinada o costeada por este legado, que con los años llegará a ser un importante personaje en la historia del Imperio.
Nymphis / fontis Amevi /
Cn(eus) L(ucius) Terentius / L(ucii) (f(ilius) Homullus /
iunior leg(atus) / l(egionis) VII G(eminae) F(elicis)
otra:
Nymphis / fon [tis Amevi] /
Cn(eus) L(ucius) Teren(tius) / L(ucii) (f(ilius) Homullus /
iunior leg(atus) / leg(ionis) VII G(eminae) F(elicis)
“A las Ninfas de la fuente Ameva.
Cneo Lucio Terencio Homullo el joven, hijo de Lucio,
legado de la Legio VII Gemina Feliz.”
Este doble e interesante documento epigráfico realizados en caliza, hace explícitamente referencia a un manantial, a una fuente que debió de ser muy apreciada en la ciudad, bien fuera por la abundancia y pureza de su agua o por sus facultades medicinales. Esta veneración especial dio lugar a que el propio legado augustal, el general de la Legio VII, interviniera personalmente en la dedicación a las diosas protectoras: las ninfas de la fuente Ameva.
Podemos presuponer la cercanía del surtidor al recinto amurallado, donde acudirían con frecuencia los legionarios y demás pobladores del campamento y la cannaba, para disfrutar de las excelencias de su potabilidad o de su poder salutífero, además de poder agradecer, venerar e implorar a las ninfas del lugar en una pequeña capilla, un oratorio rupestre o un espacio sagrado limitado.
Sin duda la fuente Ameva se encontraría al norte-noroeste del campamento (actualmente en terrenos de Navatejera, San Esteban y Ventas de Nava) zona antiguamente boscosa y repleta de fuentes, arroyos y manantiales. Testimonio de ello son los antecedentes que aun quedan o se tiene testimonio reciente. Según Matías Alonso en la obra “Mitos y leyendas de la tierra leonesa”, son varias las referencias a las fuentes en la zona: fuente del Medio, la Mosquitera, de las Huergas, la Valdesera; cerca del complejo hospitalario la Pardala, en una cercana elevación la Portillera, también la Vallina del Fontanal. Al lado de la villa romana la de Valdeiglesias, y más al norte, la Copona y la Fontanilla (¿Fontaninfa?).
En cuanto al pozo artesiano del que hablamos al inicio, la fuente del Espolón, tiene su origen, como ya comentamos, en los primeros años del siglo XX, cuando se realiza y se pone en marcha el nuevo método de obtención de aguas subterráneas mediante sondeos a los acuíferos profundos del Terciario. Estos sondeos artesianos permitieron obtener una calidad y cantidad de agua hasta ese momento imposible de conseguir. Con el tiempo, la profusión de pozos y la ejecución de muchos de ellos en fincas particulares sin medios ni conocimientos técnicos adecuados, produjo un agotamiento de las reservas artesianas, originando en algunos casos, como el de la fuente del Espolón, la obligación de utilizar un medio de bombeo para extraer agua.
Para solucionar la situación, en los años 50 el Ayuntamiento intenta la recuperación de alguna de estas fuentes semiagotadas. En 1951 se realiza una importante perforación en el Espolón. De los 90 metros de profundidad anteriores se alcanzan los 220, obteniendo un caudal importantísimo de 815 l/min., que permitió instalar una gran pila con 12 caños, perdiéndose prácticamente la totalidad por el alcantarillado. Este enorme e innecesario derroche, significó que, en unos pocos años, se agotara prácticamente el acuífero. Aquel sutidor desapareció y durante años estuvo cegado; más adelante se construyó un pequeño caño que relativamente viene satisfaciendo en la actualidad a los deseosos de agua artesiana.
Estamos ante una nueva etapa en la fuente del Espolón. Está previsto la instalación inminente de un nuevo surtidor circular de cuatro caños en el lugar, para que los vecinos puedan disponer y disfrutar con más comodidad del único pozo artesiano existente en la ciudad. Esperemos que el vertido este controlado y no suponga un nuevo colapso en el acuífero, para ello, sería conveniente "consagrar" el lugar, elevando y dedicando una nueva ara votiva a las antiguas ninfas leonesas para que protejan el futuro de la nueva fuente.
- Diana y sus ninfas sorprendidas por Stiros. Pedro Pablo Rubens.
- Fuente artesiana del Espolón. Principios del s. XX.
- Ninfas y sátiro. William Adolphe Bougereau.
- Eco y Narciso. John William Waterhouse.
- Hilas y las ninfas. John William Waterhouse.
- Mosaico romano: Hilas y las ninfas. Museo de León.
- El ninfeo. William Adolphe Bougereau.
- Diana cazadora y sus ninfas. Anónimo (escuela de P.P. Rubens).
- Ara de Diana. Museo de León.
- Ara votiva a las ninfas. Museo de León.
- Ara votiva a las ninfas de la fuente Ameva. Museo de León.
- Fuente del Espolón. Años 50.
- Fuente y ninfas. Peter Lely.