Hoy finaliza otro año más.
Hoy finaliza otro año más.
La Laurentina puede rivalizar en importancia con los más de 150 códices de la Real Colegiata de San Isidoro, algunos insuperables como los Morales de Job del 951, la Biblia mozárabe del 960 o la Biblia románica de 1162; pero también con las inigualables joyas que guarda el Tesoro de la Real Basílica: el Cáliz de ágata de Dª. Urraca, el Arca de la reliquias de San Isidoro, la Arqueta de marfiles de San Pelayo, la Arqueta de los esmaltes, el espléndido Pendón de Baeza realizado en tafetán carmesí del s. XII, o con el crucifijo de Fernando I, expoliado en el siglo XIX y actualmente en el Museo Arqueológico Nacional.
La campana de San Lorenzo o Laurentina es prácticamente desconocida, a pesar de ser considerada la campana más antigua de España y una de las más antiguas de Europa. Existe otra pieza en el Museo de Córdoba de fecha anterior (año 930), pero se trata de una pequeña campanilla votiva (21 x 30 cm.) donada al Monasterio de San Sebastián del Monte, en plena sierra cordobesa.
Sin embargo, la campana de San Lorenzo, fundida en 1086, el mismo año en el que Alfonso VI de León es derrotado en Sagrajas por las tropas almorávides de Yusuf, es ya una campana de significativas medidas para la época: 57 cm de diámetro, 1,75 metros de circunferencia y aproximadamente 80 kg. En una época (finales del XI) de construcción-remodelación de la iglesia y su Panteón Real, su destino sería la torre del templo con el objeto de ser oída en toda la ciudad, y no simplemente para ser utilizada en los actos litúrgicos del interior. Esta última, sería la función de la pieza cordobesa que, curiosamente, es idéntica a la que porta uno de los ovinos reflejados en la "Anunciación a los pastores" del propio Panteón Real de San Isidoro.
La utilización de las campanas para comunicar cualquier tipo de acontecimiento viene de antiguo, pero en las iglesias cristianas comenzaron a usarse tardíamente. En los primeros siglos, los anuncios y las llamadas se hacían de puerta en puerta por medio de los “cursores”, diáconos dispuestos para esta ocupación. Más adelante, se usaron objetos de madera o platillos de metal, que se golpeaban unos con otros, pero también trompas o bocinas.
En sus inicios son denominadas “signum” (en el epígrafe de la campana leonesa se la designa así), comenzando a fundirse las de mejor calidad y tamaño en la región italiana de Campania en el siglo VII, de ahí el origen posterior de su nombre. También se las conocen con el nombre de “nolas”, debido a que la ciudad de Nola es la capital de la Campania, si bien este apelativo queda con el tiempo para designar las de pequeño tamaño: campanilla, esquila, codón, etc., que se utilizaban en el coro, refectorios, instrumentos o actos litúrgicos.
En las iglesias antiguas y en las de nueva construcción, se impone la edificación de torres con el fin de instalar las campanas para que su sonido, gracias a la altura, llegara lo más lejos posible, convirtiéndose, de alguna manera, en el medio de comunicación tradicional que el pueblo escucha y sabe interpretar. Marcan el tiempo de la colectividad e identifica el lugar donde suceden asuntos importantes, tanto religiosos como civiles.
Estas torres imitan en altura a los minaretes de las mezquitas, y las campanas a la voz del almuédano convocando al pueblo a la oración. Pero los musulmanes siempre fueron contrarios a su uso al pensar que su tañido asusta a los espíritus vagabundos e interrumpe el descanso de las almas. En su expansión militar, hicieron enmudecer las campanas que había en los territorios ocupados, bajándolas de las torres y utilizándolas como lámparas o adornos en sus mezquitas y palacios. Conocida es la historia de las campanas de Santiago de Compostela, que desmontadas por Almanzor en la invasión del año 997, las trasladó a la mezquita de Córdoba a hombros de esclavos cristianos; Fernando III las recuperó en su conquista de 1236, y las devolvió, esta vez a hombros de musulmanes, a la catedral de Santiago.
Según va avanzando la Reconquista, las campanas se multiplican en la España cristiana, y entre los siglos XV y XVI se funden las mejores campanas de bronce (80% de cobre y 20% de estaño), muchas de las cuales aun siguen sonando espléndidamente. Actualmente, y siguiendo al experto valenciano Frances Llop, existen 150.000 campanas censadas en la Península, de las que 1077 están ancladas en las 94 catedrales españolas.
Como curiosidades, Llop señala que la más antigua en funcionamiento es la “Wamba”, que suena en la catedral de San Salvador de Oviedo nada menos que desde 1219; la segunda más antigua es “María Caterina”, que está ubicada y funcionando desde el año 1305 en la torre del Miguelete de la catedral de Valencia. La catedral que posee más campanas es la de Málaga, con 37 piezas, y la más grande, con 2,90 metros de diámetro y 7500 kg. de peso, es “La Gorda” en la catedral de Toledo, fundida en 1753; según se decía, su potente tañido hacía abortar a las embarazadas y, en algunos días, podía oirse desde Madrid.
Pero existen otras anécdotas, como la condena a muerte que sufrió "Honorata", la campana de la Catedral de Barcelona que en 1714, tras el sitio de la ciudad, fue sentenciada por Felipe V que ordenó fuera ajusticiada por haber tocado a rebato contra su ejército. Fue bajada de la torre, destrozada públicamente y fundida para hacer cañones.
En la catedral de Murcia se encuentra desde 1383, “La Mora”, llamada también de “Los Conjuros”. Era costumbre que, desde mayo a septiembre, sonara todos los días a las 5 de la tarde con el fin de ahuyentar de la ciudad todo tipo de males: riadas, epidemias, tormentas, etc. También se decía que su tañido servía para "conjurar" a las nubes y hacer que descargaran su lluvia, siempre muy escasa en la zona.
Pero la campana más conocida por el suceso ampliamente divulgado en literatura, teatro y pintura, es la legendaria “campana” de Huesca, aquella en la que en el año 1136 el rey aragonés Ramiro II mandó colgar como escarmiento las cabezas de los nobles rebeldes de la ciudad, siguiendo los consejos del abad de San Juan de la Peña.
Como ya hemos comentado, la campana leonesa de San Lorenzo mide de 57 cm. de diámetro y pesa unos 80 kg.; tiene una bella forma de tulipán y su corona posee tres anillas, más grande y potente la central, y dos pequeñas foraminas triangulares, llamadas "oídos": dos orificios para modificar y mejorar su sonoridad. No obstante, una grieta importante impide su utilización a pesar de los vastos intentos de soldadura que, en su momento, se realizaron para solucionar su estado. A pesar del fracaso en el intento de rehabilitación, no debe darse por perdida ya que la técnica actual permite su restauración, pudiéndose recuperar totalmente sus valores culturales, sonoros y sus toques tradicionales.
En el círculo o anillo sonoro posee, muy bien grabada en escritura visigótica, una inscripción de aproximadamente 3 cm. de altura entre dos franjas con dos cordones incisos; se trata de una roboratio, denominada así porque da noticia significativa del donante que ofrece el objeto votivo:
+ INNME DNI OBHoNOREM SCI LªVRENTi ARCE DCNI RVDERICVS GVNDISaLBIZ HoC SiGNUM FiERI ISSIT INERA CXXIIII P T S
+ EN NOMBRE DEL SEÑOR. EN HONOR A SAN LORENZO EL ARCEDIANO RODRIGO GONZÁLEZ MANDÓ QUE SE HICIERA ESTA CAMPANA EN LA ERA DE 1124.
Hay que tener en cuenta en relación con la datación de la inscripción, que la “era hispánica” llevaba 38 años de adelanto (fecha de referencia de la “pacificación romana": 1 de enero del 38 a.C), usándose con normalidad este calendario en documentos e inscripciones del s. III al s. XV en España y sur de Francia. Teniendo en cuenta esta práctica, la leyenda de la campana que hace mención a “Era Centesima vigesima quarta post millesima” (INERA CXXIIII P T S), corresponde realmente al año 1086.
Como señala la inscripción, la campana fue donada a finales del siglo XI por un arcediano, principal dignatario del cabildo, en honor a San Lorenzo. El arcediano Rodrigo González sería con seguridad el "padrino" en la consagración y bautizo de su campana.
El cáliz y las campanas son los únicos vasos litúrgicos que se consagran, los demás únicamente se bendicen. La ceremonia de consagración de las campanas, llena de simbolismo, se realiza en un bello ceremonial protagonizado, generalmente, por el obispo.
La campana se suspendía sobre el suelo en un acto solemne, donde participaban los fieles y el clero. El padrino y la madrina, en su caso, se situaban junto al obispo que rociaba la campana con agua bendita con el fin de ahuyentar los demonios, alimañas, granizo, los rayos, etc. Los diáconos la lavaban por dentro y por fuera también con agua bendita y luego era cuidadosamente secada mientras se entonaban salmos.
El obispo se ponía debajo con el incensario inundando todo su interior, mientras era uncida por dentro y fuera con los óleos sagrados. Los padrinos debían elegir un nombre, por lo general correspondiente a un santo, en este caso San Lorenzo, y el obispo se dirigiría de esta manera a la campana:
"En honor de San Lorenzo, que la paz sea contigo de ahora en adelante, querida campana".
¿Porqué San Lorenzo? Los arcedianos, como en este caso el donante Rodrigo González, se encargaban, entre otras misiones, de las obras de caridad y la administración de los bienes de la diócesis; San Lorenzo, mártir en el siglo III, es nombrado por el Papa Sixto para administrar los bienes de la Iglesia y el cuidado de los pobres, por lo que es considerado el primer "tesorero" de la Iglesia. Seguramente el arcediano leonés quería rendir tributo al primer diácono que, como él, se encargaba de gestionar y gobernar el patrimonio eclesiástico.
Actualmente, la campana de San Lorenzo está colgada de uno de los muros de la Capilla de los Vacas, una de las salas-capillas del claustro de la Colegiata de San Isidoro dedicadas al enterramiento de importantes familias leonesas. Junto a ella, en el centro de la sala y dentro de una vitrina, el "Gallo de San Isidoro" que posee sus correspondientes, aunque simples, paneles explicativos. La Laurentina simplemente tiene una escueta referencia: "Campana mozárabe. 1086". La campana más antigua de España, no muestra más reseñas.
Pero no solo su antigüedad la hace interesante. La Laurentina no estaba situada en un templo o ciudad cualquiera de la Península, se ubicaba en un lugar privilegiado y trascendental de la España que iniciaba el segundo milenio. Se hallaba en la capital del Reino que hacía frente al poder musulmán, y concretamente en el templo emblemático de la ciudad en el que los reyes leoneses eligieron como lugar de enterramiento. Pero también sobre el Camino de Santiago, en la torre del templo que controlaba la Puerta de Renueva de la muralla defensiva leonesa, la salida natural de la ciudad hacia el Oeste, hacia Compostela.
Desde en su otero en la torre de la Basílica, la campana de San Lorenzo llamaría a prelados, nobles y reyes, convocaría Concilios y Cortes, sería testigo de grandes hechos y empresas, de excelsos enterramientos, celebraría hazañas, revelaría a los leoneses peligros y riesgos, fijaría la liturgia y marcaría las horas de la vida en la ciudad. Pero a la vez, sería testigo del paso de generaciones y generaciones de peregrinos que, desde los comienzos de la ruta ancestral, pasarían por la ciudad de León, la capital del Reino, en dirección a Finis Terrae mientras escuchaban sus solemnes tañidos.
Ahora, desde el vacío claustro de San Isidoro y cerca de cumplir 1000 años, solo puede esperar mejores tiempos y escapar de la condena de olvido y de silencio obligado.
- La Laurentina. Capilla de Los Vacas, Claustro de San Isidoro de León. - Campanilla votiva del abad Samson. Museo de Córdoba. - "Anuncio a los pastores". Panteón Real de San Isidoro. - "Los campaneros". Alexandre Gabriel Decamps. - Traslado campanas de Santiago a Córdoba. Catedral de Santiago de Compostela. - Grabado del regreso de las campanas a Compostela. - "Wamba". Catedral del Salvador. Oviedo. - "La Gorda". Catedral de Toledo. - "La Mora". Museo, antes Catedral de Murcia. - "La Campana de Huesca". José Casado de Alisal. - Grieta en la Laurentina. - Inscripción "San Lorenzo". - Beato de Tábara (siglo X). Imagen campanario primitivo con dos campanas y campanero. - Carrillón diatónico. Cantigas, siglo XIII. - Claustro y torre de la Real Colegiata de San Isidoro de León. - Carrillón martillo. Cantigas, siglo XIII. - La Laurentina en su ubicación.
El pasado otoño, tras la subida al Fontañan y la visita a su hayedo, "Andarines" prometió no dejar pasar el siguiente otoño sin volver a disfrutar de la belleza de otro de los hayedos existentes en las estribaciones de la Cordillera Cantábrica, a escasos kilómetros de la ciudad. Para ello, se preparó una nueva y completa jornada de convivencia que contase con una pequeña travesía por la cercana y sorprendente montaña leonesa, sin olvidar la admirable y valorada gastronomía de la zona.
El lugar elegido fue el Valle del río Casares que, como otros cauces (Rodiezmo, Valverdin, Olleros, etc), se abre paso de oeste a este entre los materiales más fáciles de erosionar. El curso de estas aguas crea angostos valles entre las cumbres más resistentes de la Cordillera, formadas especialmente por las moldeables calizas y cuarcitas, hasta su desembocadura en el río Bernesga, corriente que discurre de norte a sur de la provincia.
Dentro de este valle, como también ocurre en los demás, las corrientes de agua que desde el sur (zona de umbría) vierten sus aguas en el Casares, han ido conformando sorprendentes hoces o foces al traspasar sus laderas de calizas, en las que se asientan prodigiosos bosques, principalmente de hayas, abedules y robles, necesitados de un cierto grado de humedad para sobrevivir, y que rodean los afloramientos calizos conformando enclaves de una extraordinaria riqueza paisajística.
Por el contrario, en las laderas situadas al norte del valle, pero con las pendientes orientadas al sur, crecen, fijando sus raíces sobre la caliza completamente desnuda en donde apenas existe humedad, las sabinas o xinebros, árboles típicamente mediterráneos que aquí aprovechan durante todo el día el calor del sol, acrecentado por el que guarda y refleja la
Esta sorprendente diferencia de vegetación dentro del mismo valle, en la que cada una de sus vertientes o laderas poseen unas condiciones ecológicas bien diferencias debido a su orientación, es lo que hace a este espacio único en España y en Europa. La importancia natural del Valle del río Casares, se manifiesta al figurar incluido dentro de la Red de Espacios Naturales de la Unión Europea (Red Natura 2000 - Red ecológica europea de áreas de conservación de la biodiversidad) por su altísimo valor natural y paisajístico, además de formar parte de la Reserva de la Biosfera del Alto Bernesga como Zona Núcleo específica, declarada en 2005 por la UNESCO dentro del marco del programa MaB (Hombre y Biosfera). En un futuro está prevista su inclusión en la denominada Gran Reserva de la Biosfera Cantábrica.
La localidad seleccionada para el comienzo de la ruta será Cabornera, a 36 km. de León y a 1.018 m. de altitud, población perteneciente al municipio de Pola de Gordón. La elección no es casual, Cabornera es una de las poblaciones más importantes del valle y punto de inicio de una de las rutas de montaña más interesante de la zona: “Los puertos de verano”.
Hasta no hace mucho tiempo la ganadería ovina era la principal economía de la zona. Durante el invierno los rebaños se trasladaban a los páramos y riberas del sur de la provincia, mientras durante la temporada de estío, iniciado ya el mes de junio, volvían a lo que llamaban los “puertos de verano”: las alturas de la cara norte del valle; este corto periplo migratorio se le denomina "trashumancia de travesío". En los puertos, el ganado aprovechaba los prado
El día elegido para la travesía fue el pasado 23 de octubre. La mañana de otoño, desautorizando todas las previsiones, resultó espléndida, con una nitidez en el horizonte que permitía observar perfectamente todas las crestas calizas, que resaltaban sobre un espléndido cielo azul. Desde Cabornera, en la ribera del Casares, iniciamos el camino, la subida a “Los puertos de verano”. Teniendo como referencia la iglesia de San Cristóbal, nos dirigimos en dirección sur cruzando el puente que atraviesa el río, para tomar la pista que inicia el ascenso.
Desde el comienzo la inclinación es importante. El camino repleto de vegetación propia de ribera, coincide en algunos puntos con el Arroyo Fuente del Fraile, que en la población cuenta con una fuente del mismo nombre, muy conocida en la zona por sus aguas minerales ferruginosas, según dicen, beneficiosas para la salud.
Poco a poco nos adentramos, en permanente subida, en la Foz del Calero, una garganta caliza abierta por el cauce del arroyo que muestra un paisaje impresionante debido a los soberbios pliegues calizos en las laderas; algunas de ellas poseen perfectos ejemplos de lapiaces, grandes surcos producidos por el agua de escorrentía que ha afectado a la superficie caliza produciendo estas importantes oquedades tabicadas. En la falda de algunas de estas paredes observamos grandes canchales o pedreras producto del hielo y deshielo sucesivo, que fragmenta la caliza facilitando su desprendimiento y el posterior deslizamiento por los verticales desniveles.
Parte de la subida se realiza por un camino enlosado que figura como “camino romano” en algunas informaciones, pero que simplemente es un empedrado reciente que está preparado de esta manera para combatir las
Después de aproximadamente una hora de camino y de haber recorrido, en constante pendiente, unos 3 km y haber dejado a la izquierda Peña Forcada (1.400 m.), llegamos al primer punto de la ruta, el Puerto de Fonfrea a 1.338 m. El paisaje se abre y desde allí descubrimos parte
del camino de subida que recorre hacia el oeste las laderas del sur del valle hasta perderse en el horizonte. Ahora, fuera de la protección de las paredes calizas del Calero y cerca ya del mediodía, el sol comienza a molestar, forzando a arrinconar alguna que otra prenda de abrigo.
Después de franquear una cancilla para el ganado, continuamos en dirección al Puerto del Espineo por el cómodo camino ascendente, mientras a la derecha dejamos la pirámide del Arbalejos de 1.500 m., salpicado de sabinas. En su falda el primer rebaño, en este caso de vacuno, guardado
Aún hoy, el mastín, con su carranca al cuello, sigue acompañando y cuidando los escasos rebaños que se mueven por estas montañas. Esta escasez de rebaños y de actividad pastoril, se comprueba fácilmente en los laterales de la pista invadidos ahora por helechos, retamas y otros matorrales, resultado del abandono paulatino de algunos pastizales o brañas. Estas especies arbustivas colonizan rápidamente las laderas cuando el ganado deja de alimentarse en ellas.
A 4 km. aproximadamente de la salida, coronamos el Puerto del Espineo a 1.360 m. de altura. Un panel explicativo revela y aclara la espléndida panorámica que se puede contemplar desde allí: al frente las laderas calizas ocupadas por solitarias sabinas, a nuestra izquierda, por la zona denominada Las Dueñas, un espléndido hayedo desciende desde lo alto, atraviesa el camino y se pierde en el fondo del profundo valle.
A la derecha de la pista, un vallado protege una parcela con un pequeño refugio. Su dueño, ha construido también un teito o palloza, habitáculo propio de los antiguos pastores con una base de piedras y un gran techo de cubierta vegetal, en este caso de grandes retamas. Un poco más adelante, al mismo borde del camino, una inesperada sorpresa que en este escenario de fantástica belleza, de hechizados bosques y de paisajes de hadas, no podían faltar: un muérdago, parasitando un pequeño roble, y un espléndido acebo.
Según ancestrales creencias, el muérdago fue traído a la Tierra por los dioses como mágica medicina y amuleto contra el mal. Es una planta ajena a la tierra y el cielo; sus raíces no tocan la tierra, pero tampoco se sostiene en el aire sin la ayuda de otro arbusto. Son los zorzales los que originan su curiosa expansión. Primero comen el fruto, para dejar posteriormente la semilla con sus excrementos en las aberturas de otros árboles. Los druidas (“hombres de robles”), veneraban aquél de los robles que tuviera muérdago, es decir el robl
Pero también el acebo posee su leyenda atávica. Solía llevarse a casa en los inviernos, en los meses “oscuros”, como protección contra el mal, y era costumbre que los bastones, los báculos sagrados, se confeccionaran con madera de acebo.
Llegamos al Puerto de Santa Cruz, a 1.477 m., donde hallamos una majada, un r
La pista llega hasta la majada. Para continuar la ruta, hay que ir girando hacia el norte por un estrecho sendero que discurre entre enormes retamas. En los claros existentes, aparecen generosamente las mensajeras del otoño: las “quitameriendas” o azafrán silvestre, flores características de esta época en los altos pastizales, pero que también podemos encontrar en los prados meseteños. Junto a ellas algunos rosales silvestres o escaramujos, repletos de brillantes frutos rojos, y alguna que otra lengua de vaca, con sus bellas corolas violáceas.
Después de cruzar el curso del Arroyo Valdecuevas que nace en la zona, dejamos a nuestra izquierda la senda que lleva al Puerto de Meleros y nos adentramos por otro cauce, el que corresponde al Arroyo Fozescura, en este caso completamente seco. Este arroyo es el causante de la configuración de la Foz Escura, una impresionante y estrecha hoz, con altas paredes verticales y sorprendentes conos de derrubio.
Al inicio de la hoz, aparecen restos de cabañas construidas con el abundante material de las pedreras, que forman parte de una leyenda que circula por las tierras de Gordón. Se cuenta que, ya por el siglo X, existía una ermita y un poblado de pastores en la parte más baja del Puerto de Santa Cruz (la entrada de Foz Escura), que desapareció en extrañas circunstancias. Dicen, que fue una tremenda tormenta la que destruyó el asentamiento y provocó que todos los vecinos se desplazaran con sus enseres y ganado hacia el Valle del Casares; pero también atribuyen la desaparición de la aldea a la intervención de una serpiente que envenenó la harina del molino, acabando con una parte importante de sus habitantes.
La leyenda que alude al veneno y la harina, estaría más bien relacionada, no con serpientes, sino con el peligroso cornezuelo. En un momento determinado, no se sabe cuando, por ignorancia o influencia de la necesidad, debió molerse el centeno con cornezuelo, resultando una harina tóxica que envenenaría a parte de la población y produciría la huida al valle de los supervivientes.
Continuamos descendiendo con dificultad por el curso seco de la reguera. A los lados, grandes e inestables canchales, salpicados por incipiente vegetación, que hacen complicado el paso. Lentamente la hoz se abre y va surgiendo el asombroso hayedo atravesado por el serpenteante curso del arroyo. Como hemos contado en otras ocasiones, adentrarse en el interior de un hayedo es penetrar en un paisaje, en un mundo de fantasía. Su espectáculo de color, con tonalidades amarillas, marrones, rojizas, … la ausencia de luz directa, su alfombra de hojas doradas, la falta o trasformación de los sonidos o la quietud, que todo lo invade, ocasionan este ambiente encantado.
Pero el hayedo de Foz Escura todavía resulta más especial por su encajonamiento entre las calizas que afloran por todas partes, y permiten el crecimiento de extensos tapices de musgo y líquenes. Los salientes calizos forman mágicos rincones donde se esconden, junto a los troncos secos abatidos, los helechos amantes de la oscuridad y alguna que otra planta que consigue sobrevivir en el peculiar sotobosque que configura el hayedo, como los escaramujos y pequeños brotes de fresno, avellano o alisio. Como un milagro aparece en un recodo, junto al curso del torrente, una Hierba o Geranio de San Roberto, con su floración rosada de cinco pétalos.
Poco a poco las paredes de la hoz se van separando y el hayedo se abre hacia el valle. Surge ahora, como por encanto, el agua en el Arroyo Focescura, y los tallos de jóvenes robles y abedules disputan ahora el espacio a las hayas. Dejamos el arroyo por la derecha, subiendo unos metros para tomar una nueva pista que, después de adaptarse a los desniveles del terreno, nos llevará hacia el puente sobre el río Casares, frente a Paradilla de Gordón, donde finaliza la travesía.
Nuevamente, la ruta escogida por nuestra montaña ha resultado un éxito. Entre rosales silvestres con sus llamativos frutos, las grandes retamas y abundantes andrinos, cuyos frutos negro-azulados maduran en esta época, dirigimos una última mirada hacia atrás, hacia la Foz Escura, con su hayedo que, aun desde la distancia, atrae con sus vivos colores. Un premio a los sentidos en una espléndida mañana de otoño.
En Geras de Gordón, en el mismo Valle del Casares, se encuentra el restaurante emblemático de la zona: Entrepeñas, conocido por la calidad de sus embutidos curados especialmente gracias al particular clima de la zona. Unas patatas con congrio, unas carrilleras y una caldereta de cordero, hicieron el milagro y consiguieron la desaparición del cansancio; vino, postre y chupitos permitieron todo tipo de comentarios sobre las circunstancias de la travesía y, por supuesto, el compromiso y voluntad de “Andarines” de regresar el próximo otoño a la montaña leonesa.
- Fotografías: Jacinto, Coca y Mar ("Andarines" -TGSS e INSS León).