Formando leyenda con la falange macedónica y las legiones romanas, los tercios españoles ocupan un lugar destacadísimo en la historia militar. Durante la Edad Media los distintos ejércitos de los reinos hispanos estuvieron formándose en su lucha de 8 siglos contra la invasión islámica. Fue una sociedad adiestrada y preparada para la guerra que, con la llegada de la unificación nacional y su intervención fuera de sus fronteras, mostró su experiencia y supremacía militar en la mayoría de sus confrontaciones.
Ese poderío fue prácticamente total durante los siglos XVI y XVII, debido principalmente a un concepto distinto de ejército, a su formidable adiestramiento, a la coincidencia de unos mandos excepcionales (Fernández de Córdoba, Farnesio, Manuel Filiberto, Coloma, Álvaro de Bazán, Duque de Alba, Spínola, Fernando de Austria, etc.) y a la innovación en armas, tácticas y estrategias.
Se combatía bajo la cruz de San Andrés dispuesta de extremo a extremo de la tela, y representada unas veces lisa y otras con nudos. Su significado va unido al martirio del apóstol: humildad y sufrimiento. Aunque en un principio fue el emblema de la casa de Borgoña, ondeó por primera vez en los ejércitos hispanos en la batalla de Pavía con el aspa roja sobre fondo blanco. Más adelante, fue el símbolo por excelencia de los tercios, que la emplearon sobre distintos fondos de colores, casillas, rayas o jeroglíficos, siendo la más conocida la bandera del Tercio de Spínola: aspa roja sobre damero blanco y azul, que se puede observar a la derecha entre el enjambre de picas españolas del célebre cuadro la “Rendición de Breda” de Diego Velázquez.
Los tercios los formaban combatientes profesionales, orgullosos, celosos en extremo de su honor personal y su reputación como soldados. Formaban una tropa de difícil trato pero disciplinada, agresiva y con una extraordinaria confianza en sí mismos. Era tal su espíritu combativo, que hubo que incluir castigos para aquellos que rompieran la formación por el ansia de combatir.
Pero sobre todo, destacaban por su capacidad de sufrimiento, ya que, la mayoría de las veces, se encontraban en una situación de verdadera miseria: sin paga durante meses y siempre escasos de víveres, vestido o armamento.
No vamos a detallar aquí los antecedentes, costumbres, e historia de los tercios; para ello existen páginas espléndidas en donde se puede consultar y descubrir su origen, historia, modo de vida, organización, vestimenta, armamento, mandos, etc.
Solamente destacar, aquella terrible forma de combatir imperante entre los siglos XVI-XVII, en la que resultaba imprescindible mantener y aguantar una formación en cuadro o en rectángulo, recibir casi a bocajarro los disparos del oponente, las poderosas cargas de caballería y el cruel enfrentamiento cuerpo a cuerpo, cuyo preámbulo era un lento y peligroso avance con las largas picas (algunas de 5 metros) por delante, teniendo a escasos centímetros un amenazante enjambre de picas enemigas, algunas ya tintas de sangre. Cualquier desmayo o duda en la formación, originaría el avance brutal de la compañía enemiga que, sin la defensa adecuada, penetraría sin oposición con sus picas y originaría un desenlace fatal.
Un silencio extremo imperaba entre las formaciones hispanas, acrecentado por una pragmática de Felipe II, que permitía una perfectas trasmisión de órdenes y producía en las tropas enemigas una inquietud aterradora. Un silencio que, inicialmente, solo se rompía en las tropas españolas por el redoble del tambor mayor que daba la orden de combate y que era contestado como un solo hombre con el grito de: ¡Santiago! o ¡España!
Como terrible costumbre heredada de los moros asentados en la Península, en el caso de retirada o huida del enemigo y a la orden del Maestre de Campo, el tambor repicaba el toque "a degüello”. Esa orden implicaba que el tercio se lanzaba tras el enemigo y no tomaba prisioneros.
En este mes de septiembre, concretamente los pasados días 5 y 6, se cumplieron 376 años de la batalla de Nördlingen, ocurrida en 1634, donde los tercios viejos españoles demostraron su efectividad en circunstancias militares adversas, atravesando media Europa en un estado precario de avituallamiento, siendo, al final, los verdaderos protagonistas del cruento enfrentamiento.
En Nördlinguen, localidad situada entre las ciudades de Münich y Ulm, en el sur de Alemania, se enfrentaron más de 60.000 hombres pertenecientes a dos irreconciliables bandos: católicos y protestantes. El objetivo era dirimir, dentro del terrible episodio de la Guerra de los Treinta Años que asoló Europa durante la primera mitad del siglo XVII, la supremacía político-militar-religiosa en el continente.
En 1634 la situación era insostenible para el emperador alemán Fernando II de Habsburgo. El formidable ejército sueco, que llevaba años tratando de imponer la supremacía de Suecia en Centroeuropa, apoyado por los príncipes alemanes protestantes de Sajonia, Brandeburgo, Franconia, Alto Rin y Suabia, dominaba la situación, amenazando a los católicos imperiales que contaban con tropas y mandos menos experimentados.
España decide intervenir ante la posibilidad de una derrota imperial, que la dejaría completamente aislada. Felipe IV resuelve formar un potente ejército expedicionario al mando de su hermano el Cardenal-Infante Fernando de Austria, que, partiendo de Milán, se unirá al ejército imperial que manda Fernando, hijo del emperador y Rey de Hungría. El objetivo será doble: por un lado apoyar al bando imperial para impedir su completa derrota y, por otra, presionar por el sur a los Países Bajos con el fin de conseguir una paz duradera.
Los generales del bando protestante, el mariscal sueco Gustavo Horn y el príncipe alemán Bernardo de Sajonia-Weimar, situados en mejor posición estratégica, desechan esperar la llegada de refuerzos desde el norte, a la vez que infravaloran en número y potencial a las fuerzas españolas que se dirigen desde el norte de Italia para apoyar el asedio imperial a Nördlinguen. Allí, el ejercito expedicionario español al mando del Cardenal Infante Fernando, deberá enfrentarse a la orgullosa infantería sueca, a la perfecta organización de sus regimientos, a las cargas mortíferas de su caballería “acorazada” y a las tácticas innovadoras y eficaces de sus mandos; toda una perfecta maquinaria de guerra que había creado Gustavo II Adolfo de Suecia y que había sobradamente demostrado su poderío en sucesivas batallas en Dinamarca, Polonia y Alemania.
El 4 de septiembre, cerca de Nördlinguen, se produce el encuentro de los dos ejércitos y se ocupan posiciones con vistas al inevitable enfrentamiento. La mañana del día 5, los protestantes inician los ataques, principalmente contra las colinas Hasselber y Albuch ocupadas por los católicos. El empuje y la efectividad de las tropas suecas, desarbola en un primer momento a las tropas hispano-imperiales que ceden y abandonan distintas posiciones a primera hora de la mañana, entre ellas el cerro de Hasselber. La colina Albuch, objetivo principal ya que desde allí se pueden batir todas las posiciones del ejército católico, aguanta a duras penas.
Según van trascurriendo las horas y los acontecimientos, resulta claro que Albuch será la clave de la batalla. El Cardenal-Infante refuerza la colina con el Tercio napolitano de Torralto y dos regimientos alemanes, colocando dos potentes escuadras españolas de caballería pesada en los flancos. Sin embargo, la precisa y determinante decisión de Fernando de Austria fue situar un contingente de experimentados y veteranos combatientes en la reserva: el Tercio de Idiáquez, compuesto de veintiséis banderas o compañías y 1800 hombres.
D. Martín de Idiáquez, cuya vida desde los 16 años estuvo dedicada al ejército formando parte de diversas unidades y tercios por África y Europa, es designado el 25 de julio de aquel mismo año por el Cardenal-Infante, como Maestre de Campo del veterano tercio de D. Juan Díaz de Zamorano, unidad que, desde aquel momento, adquirirá su apellido, Tercio de Idiáquez, y, después de la batalla, la eternidad y la gloria.
El combate continua durante la noche del 5 al 6, sucediéndose tenazmente los ataques suecos a la colina. Los dos regimientos alemanes se descomponen, pero el Tercio de Torralto aguanta las embestidas. Una nueva ofensiva sueca protagonizada por el famoso regimiento Amarillo produce la huída de los alemanes, pero el de Torralto, aunque muy desgastado, mantiene su formación. Las posiciones abandonadas por los alemanes son ocupadas por el Tercio de Idiáquez, que en perfecta formación avanza hacia los suecos empujándoles con sus picas, mientras los arcabuceros realizan cerradas y precisas descargas que logran desalojar del lugar a los protestantes.
El Tercio de Idiáquez, con el apoyo del diezmado de Torralto, aguanta las sucesivas cargas de la potente caballería luterana y los ataques de las sucesivas formaciones de infantería sueca. Los generales protestantes saben que el desenlace de la batalla se encuentra en la cima de Albuch, y envían el resto de sus mejores tropas para acabar con la resistencia hispana: los legendarios regimientos Negro y Azul.
Hasta ese momento, durante la noche y primeras horas de la mañana, el Tercio de Idiáquez lleva rechazados catorce ataques. Ahora tienen que enfrentarse a los prestigiosos y potentes regimientos, entre los que hábilmente se intercalan tropas especializadas en combate con armas de fuego (cartucheras y mosquetes ligeros), nueva táctica empleada con éxito por el ejército sueco en los años anteriores.
En aquel crucial momento, el Maestre de Campo D. Martín de Idiáquez, se dirige a sus hombres de esta manera:
“Ea señores, parece que esos demonios sin Dios nos quieren dar la puntilla y contra nosotros viene lo mejor que pueden poner en el campo, será cuestión de echar redaños y aguantar firme. Cuando esos diablos de colores se dejen ver, no quiero que ninguno desfallezca, aguantad firmes ante ellos y esperar a oír la detonación de sus mosquetes, en ese momento todo el mundo a tierra”.
De esta manera, el Tercio, a pesar del movimiento suicida que resultaba deshacer la formación de combate, contrarrestaron el potencial de fuego de los disciplinados enemigos y alargó el tiempo de la descarga de sus propios arcabuceros, que lo hicieron a bocajarro barriendo por completo las primeras líneas de soldados enemigos. Ante el tremendo e inesperado castigo, los suecos dudan en su avance. Estos momentos de titubeo y vacilación de las tropas luteranas, son aprovechados asombrosamente por las formaciones españolas que, inesperadamente, contraatacan y empujan a los suecos con sus picas y disparos de arcabuz colina abajo.
En otras posiciones la situación para los protestantes no mejora. Es entonces cuando Fernando de Austria ordena a los tercios avanzar y cargar contra las formaciones enemigas en retirada. Con paso firme y tranquilo el Tercio de D. Martín de Idiáquez avanza y carga ferozmente contra el enemigo; como dejaría escrito un coronel sueco que se encontraba en aquella colina: “Avanzaron con paso templado, cerrados en masas compactas … la mayoría veteranos bien probados: sin duda alguna, la infantería más fuerte, la más firme con la que he luchado nunca”.
Temiendo que los católicos rompieran el frente, el mariscal Gustav Horn decide retirarse. La retirada se trasforma en desbandada y todos las líneas luteranas se hunden. Un auténtico desastre militar que supuso para el bando protestante 7000 muertos y otros tantos prisioneros, entre ellos el propio Horn, un botín de 4000 carros repletos de suministros y vituallas y más de 50 piezas de artillería.
Las consecuencias de la derrota fueron asombrosas: la Liga de los príncipes alemanes rebeldes desapareció, el poder sueco en Alemania se desintegró y todas las guarniciones al sur del río Maine fueron desalojadas, manteniendo solamente la Pomerania, en la costa báltica.
Tres años más tarde, en 1637, el cronista Diego de Aedo, en su obra “Viaje, sucesos y guerras del Cardenal-Infante Fernando de Austria”, comentó sobre la batalla y el Tercio de Idiáquez: “… seis horas enteras sin perder pie, acometidos dieciséis veces, con furia y tesón no creíble; tanto que decían los alemanes que los españoles peleaban como diablos y no como hombres, estando firmes como si fueran paredes.”
Otra época, otra manera distinta de vivir y sobrevivir, pero sin duda, somos herederos de aquellos hombres que, de guerra en guerra y en enfrentamientos trágicos, conformaron las sociedades occidentales en las que actualmente vivimos. Sirva esta entrada para mostrar sus terribles sufrimientos y como homenaje a su bravura y heroicidad.
- Bandera Tercio de Spínola.
- Rendición de Breda o Las lanzas. Diego Velázquez.
- Desembarco de los Tercios en las Islas Terceiras (Azores) (fragmento). Anónimo.
- Defensa con picas. Grabado.
- VIDEO: You Tube - Battle scene spaniards against dutchem (lthrbreeches). Basado en la película "Alatriste" y en la serie de novelas de Pérez Reverte.
- Fernando II de Habsburgo, Emperador de Alemania. Anónimo.
- Cardenal-Infante Fernando de Austria. Hoeke.
- Gustav Horn. Anónimo.
- Bernardo de Sajonia-Weimar. Anónimo.
- Combate nocturno. Esaias van de Velde.
- Regimiento sueco "Amarillo".
- Regimiento sueco "Azul".
- Tercio español en combate.
- Arcabuceros de los Tercios.
- Tercio español en marcha (fragmento). Anónimo.
- Batalla de Nördlinguen. Pieter Meulener.
- Páginas sobre los Tercios:
http://www.tercios.org
http://ejercitodeflandes.blogspot.com/