jueves, 29 de octubre de 2009

Ascensión al Fontañán. De Olleros de Alba a La Pola de Gordón


Después de la sorprendente experiencia en Picos, surge la propuesta de una nueva y atractiva ruta, madurada por varios compañeros, además de amigos y veteranos montañeros, que conocen bien la montaña leonesa y las dificultades y carencias con las que, algunos, nos movemos por las alturas.



Ver El Fontañan en un mapa más grande


La opción propuesta, muy asequible para la mayoría, es la travesía entre Olleros de Alba a La Pola de Gordón, ascendiendo el Fontañán, una cima de 1632 metros. El propósito, una jornada festiva de convivencia para disfrutar de la prodigiosa naturaleza de la provincia leonesa, observando su vegetación, su orografía, sus espléndidos paisajes y horizontes, conocer un poco nuestra atormentada historia reciente y saborear el buen hacer de la cocina de la zona.



El Fontañán, en las primeras estribaciones de la Cordillera Cantábrica, a escasos kilómetros de la ciudad de León, se encuentra en la margen derecha del valle del Bernesga, río que discurre de norte a sur, desde su nacimiento en el Puerto de Pajares hasta la desembocadura en el río Esla.


Por esa misma margen, el Bernesga se sustenta mediante numerosos arroyos y torrentes entre los que sobresalen el Rodiézmo y el Casares, que se abren paso de oeste a este entre los materiales más fáciles de erosionar, describiendo pequeños valles entre las crestas de rocas más duras formadas por cuarcitas y calizas. En uno de estos anticlinales es donde se sitúa el Fontañán, delimitado al norte por el valle del río Casares y al mediodía por el sinclinal de Alba, por el que discurre el arroyo Olleros. Precisamente es desde la localidad de Olleros de Alba, a 1100 m. de altitud, desde donde iniciaremos la ruta y ascensión, concretamente a partir de una pronunciada curva de la carretera que antiguamente bordeaba la población.


La mañana del pasado 3 de octubre, día escogido para la travesía, aunque fresca a primera hora, resultó espléndida. Atrás dejamos la niebla cubriendo el valle del Bernesga, a la altura de La Robla, y, a nuestra llegada a Olleros de Alba a primera hora, el cielo ya se encontraba prácticamente despejado, situación que nos acompañará durante toda la travesía.


Pasadas las 9, y desde el punto en el que comienza la ruta marcado con un sencillo panel informativo, realizamos los preparativos y ajustes necesarios de botas, mochila, prenda de abrigo para las primeras horas, etc., e inmediatamente iniciamos el recorrido que está previsto finalice sobre las 14:30. Seis horas y aproximadamente 12 km de trayecto, salvando una pendiente de 530 metros y un desnivel posterior de descenso de más de 600, hasta la llegada a La Pola de Gordón.


El inicio discurre por una buena pista entre laderas bordeadas de helechos, matorral y agavanzos, que, en principio, asciende paralela a la margen izquierda del arroyo de San Martín o Martino, que desciende desde la cumbre hasta el curso del Olleros y en el que crecen con profusión pequeños chopos y vegetación propia de ribera.


En suave pero continua pendiente, ascendemos entre paredes de calizas que en algunos puntos se estrechan contra el camino formando pequeños desfiladeros o cañadas, en las que podemos observar los fuertes y espectaculares pliegues producto de la aguda formación de estas rocas. Un poco más arriba, el espacio se abre lentamente retirándose las formaciones calizas, permitiendo así un cambio en la vegetación ahora a base de brezos y retamas (escobas), que crecen con profusión gracias a una mayor abundancia de sustratos en la superficie.


Dejamos a la izquierda una cadena de altos o cimas como el de Cerra, Lampas o el Cordeal, que separan nuestra ruta de las localidades de Carrocera y Santiago de las Villas, hacia el oeste, en el valle del río Torre. A la altura del Cordeal, antes del tramo más duro de subida, hacemos un breve descanso que sirve para reponer fuerzas y aligerarse de algo de ropa, que empieza a estorbar a causa del esfuerzo y del sol que se va imponiendo.


Continuamos levemente hacia el noroeste hasta alcanzar Collado Yeguas y el Currichico, a más de 1500 metros, desde donde tenemos la primera vista del Fontañán con sus dos características peñas en forma de U. Desde allí, un giro brusco de 180º en dirección este, por el camino que va cresteando los cordales calizos que conducen directamente al Fontañán.


A esta altura, y entre piedras muy fragmentadas, crece el árnica y el té de roca (foto izquierda) aunque en la zona umbría la vegetación adquiere una tipología especial, arrastrándose por el suelo para sobrellevar las abundantes y frías ventiscas del invierno. Entre estas formaciones rastreras, que solo se elevan unos cuantos centímetros del suelo, distinguimos sabinas, uvas del oso (centro) y enebro (derecha), que encontraremos permanentemente durante el resto del ascenso.


Más adelante, la pista, en una subida muy suave y llevadera, circula por un melojar, cuyos robles o rebollos, aunque de pequeño tamaño debido principalmente a la pobreza del suelo y a las continuas heladas, nos proporcionan durante unos cuantos metros sombra y un magnifico respiro en la marcha.


El camino finaliza unos metros más adelante, en una zona denominada la Caleriza, a 1550 metros, desde donde existe una vista extraordinaria del valle de Gordón, con la localidad de La Pola en el centro, rodeada de numerosas cimas que sobresalen mágicamente entre la niebla que todavía reposa en el fondo de los pequeños valles que se distinguen hasta el horizonte. La espléndida panorámica es un marco excelente para la foto de grupo, que en este caso realiza Javi, al otro lado de la cámara.


La niebla desaparece por momentos y es cuando los expertos montañeros como Vicente, Jacinto o Mar, identifican y señalan algunas de las cimas: el Fontún y Brañacaballo, al norte, con más de 1900 y 2000 m., respectivamente; en dirección este, detrás de Vegacervera, los picos Correcillas, Valdorria y Peña Galicia, esta última con 1656 m.


Después de la breve pausa para admirar el sorprendente paisaje y dejarlo atrapado en las cámaras, se impone la marcha con el fin de asegurar la hora de llegada. Continuamos la ruta que ahora trascurre por un estrecho y accidentado sendero cresteando las cimas, poblado de irregulares piedras y casi cerrado por los enebros rastreros y el bajo matorral.


Continuamos por veredas casi imperceptibles, cruzando un pequeño melojar que trata de brotar sobre el terreno en el que se aprecia indicios de un antiguo incendio. Una pronunciada subida, colmada de matorral, nos conduce directamente a las dos crestas o roquedos del Fontañan, coronadas por dos pequeñas cruces que indican la cimera de cada cumbre.


Nos dirigimos en primer lugar a la que se encuentra en el lado norte, en una pequeña crestería. Desde allí, existe una nueva y mayor perspectiva del valle del Bernesga, llegando a distinguir perfectamente, parte de la Estación Invernal de Valgrande, donde tiene su nacimiento el río, hasta la localidad de La Robla. Se distinguen perfectamente hacia el norte, importantes alturas como el Amargones, Cueto Negro, las Tres Marías, Fontún, Brañacaballo; hacia el este, sobre La Pola, el Cueto de San Mateo, Correcillas, etc.; a lo lejos, en el horizonte, una mole piramidal de casi 2500 m., que, según los expertos, puede tratarse del Espiguete, enclavado en territorio palentino, prácticamente en el límite con la provincia León.


La otra cima del Fontañán situada hacia el sur, permite contemplar perfectamente La Robla y el valle de Alba, así como una panorámica sorprendente de la meseta que conduce hasta la ciudad de León.


Apoyadas y excavadas bajo las rocas de las dos cumbres, se conservan todavía impresionantes construcciones de la Guerra Civil, y es que el alto del Fontañán formó parte de la importante línea defensiva que el ejército republicano empleó para tratar de contener al ejército franquista.


Casualmente, en estos primeros días de otoño, se cumplen 72 años, concretamente el 21 de octubre de 1937, del anuncio a través de las ondas de Radio Nacional de Salamanca de un breve, pero significativo parte militar: “El frente del Norte ha desaparecido”.


Desde agosto de aquel mismo año, los republicanos solo contaban como único reducto de resistencia en el norte peninsular, el territorio asturiano y la montaña, el norte de León. Trataron de imponer una resistencia a ultranza y, llevados de la locura colectiva de aquellos momentos, pretendieron conseguir la independencia del resto de los territorios peninsulares, declarándose el Consejo de Asturias y León plenamente soberano en el terreno político, civil y militar, comunicando esta nueva situación a la Sociedad de Naciones.


En la provincia de León, el frente ocupaba las estribaciones de la Cordillera Cantábrica, formando una línea defensiva que, más o menos, enlazaba las localidades de La Magdalena, La Robla, Matallana, Valdeteja, Lillo, Maraña, Soto de Sajambre y Posada de Valdeón, con importantes fortificaciones en los altos. Esta línea estuvo relativamente tranquila durante la primavera y verano de 1937. Sin embargo, la importante ofensiva franquista del otoño, desbarató por completo las defensas republicanas y, en poco tiempo, acabó con su resistencia.


Una de las fortificaciones que sufrieron el ataque nacional y fueron protagonistas de los trágicos episodios, fue la instalada en el Fontañán. En el roquedo situado al sur, todavía se distingue una importante trinchera fortificada con seis troneras (foto izquierda), que controlaban la subida por el lado meridional, y que poseía una galería bajo la roca que la unía con el lado norte del mismo pico, hacia La Pola de Gordón. Junto a la trinchera, hacia el sureste, orientado a La Robla y camuflado perfectamente entre la masa rocosa, visitamos un pequeño búnker de hormigón (derecha de la fotografía), con cuatro troneras para la utilización de armas automáticas. Repartidas por todo el perímetro de las dos cimas, y situadas estratégicamente, comprobamos la existencia de varias trincheras excavadas en el suelo, protegidas con parapetos realizados con las propias rocas de la zona.


Después del breve descanso y la visita a las construcciones militares, sobre las 12 del mediodía, continuamos la marcha iniciado el descenso hacia La Pola, no sin antes dejar testimonio por escrito de la visita realizada por la “expedición” del INSS y la TGSS, en el cuadernillo de notas que se guarda en el cofre sujeto a la cruz que corona la cima sur del Fontañán.


Partimos dirección noreste, comenzando a descender por la pendiente muy erosionada que conforma una auténtica pedrera, efecto, sin duda, de su orientación norte, lo que propicia la presencia fuertes y frecuentes heladas que fragmentan las rocas. Al final de la pedrera, la presencia de un impresionante hayedo al que denominan en la zona como el Faedo (no confundir con el Faedo de Ciñera), muestra ya la imagen del incipiente otoño con el dorado de sus hojas superiores que le dan un bello y asombroso aspecto, trasformando por completo la fisonomía del monte. Si existe un lugar donde el otoño se manifiesta es, sin duda, en los hayedos.



Penetrar en el interior del hayedo es realmente irrumpir en un mundo de fantasía. La humedad, la constante niebla y la ausencia de luz, consiguen este ambiente encantado, al que hay que añadir el ensueño que produce la constante caída de frutos (hayucos) y de hojas que, en esta época del año, resulta un espectáculo inigualable de color, con mil tonalidades ocres, marrones, rojizas, anaranjadas y amarillas, que contrastan con el gris de los grandes troncos de ramas retorcidas, y el verde del musgo que se deposita sobre los árboles caídos.


Las hojas del haya establecen un auténtico parasol natural e indispensable para la supervivencia del ecosistema. Este árbol, curiosamente, es capaz de mover sus hojas y colocarlas en un plano inclinado para que atenúen el calor del ambiente y eviten una evaporación excesiva en el interior hayedo.


El sendero se pierde entre la alfombra de hojas doradas, vertidas sobre ramas, raíces o pequeñas rocas, que el hayedo oculta maliciosamente para añadir un punto de dificultad al descenso, aunque hay quien opina, que son las hadas o duendes que allí habitan, los que ponen pequeñas trampas a los senderistas para impedir su paso, y, si se descuidan, pueden quedar atrapados con sus encantos y acabar convertidos en uno de los pequeños animales del bosque, como un milano, una lagartija o, tal vez, trasformados en lirón o pica pinos.


En algunos momentos, el camino gira bruscamente hacia el sur donde las pequeñas lomas se descarnan de hayas, siendo el bajo matorral el rey del lugar a pesar de la aparición inesperada ante nuestros ojos de un serval, con sus exuberantes racimos de frutos grana.


Pero al volver a la zona umbría, retorna el hayedo, y la senda se introduce nuevamente en el misterioso túnel que abren las grandes hayas, reapareciendo los colores y el hechizo que envuelve a estos bosques. Alguien dijo, y no le falta razón, que los hayedos son los templos, los auténticos santuarios sagrados de la Naturaleza.


Un poco más abajo, la pendiente se suaviza, el hayedo deja paso a un robledal que desciende hasta el valle acompañando al sendero y a un pequeño arroyo que se oculta por completo bajos los abundante helechos que crecen a su paso, y que comienzan a escasear en las primeras insinuaciones del valle, en donde el camino se hace mucho más cómodo.


Sin embargo, antes del final de la ruta, habrá que hacer un último esfuerzo girando 90º hacia el norte, en una corta pero dura ascensión a un pequeño cerro desde el que se divisa perfectamente La Pola y los caseríos de los alrededores. Bajamos hacia la localidad por un camino utilizado por el ganado, que cruza pequeños cursos de agua, donde predominan las moreras y los rosales silvestres o agavanzos que, ahora desnudos de flores y casi de hojas, muestran todavía sus brillantes frutos rojos.


Alrededor de las 14:30 llegamos a la localidad de La Pola. No ha resultado una travesía dura, pero sí repleta de grandes contrastes e impresionantes paisajes. Un estupendo ejemplo, una buena muestra, de las innumerables opciones que posee y ofrece toda la montaña leonesa.


Pero no todo resulta tan halagüeño. Existe autorización desde primeros de este año expedida por la Junta de Castilla y León, para que la compañía eléctrica, Endesa, instale un parque eólico en la zona, incluyendo los altos del Fontañán.


La energía eólica forma parte de las "famosas" energías renovables, por ser considerada una energía limpia y respetuosa con el medio ambiente. Sin embargo, esto no es del todo así. Este tipo de energía pone en peligro la supervivencia de las grandes aves, además de producir graves daños durante su instalación, obligando a desbrozar y desbastar grandes superficies de la montaña como consecuencia del trasporte por caminos o pistas construidas al efecto, para el paso de las gigantescas piezas de los aerogeneradores. Pero lo que resulta más escandaloso, es su impacto visual, la trasformación del paisaje colmado de molinos, que destrozan por completo la hermosa visión del horizonte.


Desde La Pola, nos acercamos a la localidad de Barrios de Gordón, donde María, del Mesón La Montaña, tiene preparada para nosotros su especialidad: una estupenda fabada. Entre el vino, la fabada y, como postre, un exquisito flan y sus conocidos "borrachines", los restos de fatiga desaparecen por completo. Una auténtica jornada festiva para recordar, mientras esperamos la próxima.


Fotos: Javier, Miguel y Paco. Otras, Diario de León.




domingo, 18 de octubre de 2009

El Estanque y la Peregrina


La tercera esposa de Felipe II, Isabel de Valois, hija de Enrique II de Francia y Catalina de Médicis, contaba trece años cuando se casa por poderes con el rey español en 1559. Pasó de jugar en las salas y jardines del castillo de Blois, a orillas del Loira, a ejercer de soberana del mayor reino existente que se administraba desde la austeridad del Alcázar de Toledo, recinto que nada tenía que ver con el lujo y la belleza que desplegaban los palacios y castillos franceses.


Isabel no llegará a España hasta el año siguiente, no consumándose el matrimonio hasta 1561, dos años después de la boda, cuando contaba 15 años. En estos dos años, el desarrollo y evolución física de la reina fue sorprendente, y su belleza era comentada en toda la Corte.


Esta extraordinaria belleza, la completaba y resaltaba aún más con su exquisito gusto en el vestir, empleando una estética y un lujo exclusivo y personal en los trajes y vestidos a los que era gran aficionada, comentándose en la Corte que ninguno de ellos era repetido por la Reina en actos públicos.


Esta suntuosidad en el vestir, era también acompañada por un gusto extraordinario por las joyas como complementos a sus trajes, y es ella la primera de las reinas de España que posee y luce el llamado “joyel de los Austrias”, que exhibe con frecuencia en las jornadas solemnes. En los dos cuadros de Antonio Moro, se aprecia el joyel sobre el pecho de, todavía, una joven Reina, y en el segundo (detalle), Isabel de Valois, exhibe su belleza y la perla sobre su cabello.


En 1559, el mismo año de su matrimonio y cuando aún no se conocían, Felipe II hace tallar un diamante que había adquirido en Amberes para regalar a su nueva esposa. Es la piedra preciosa que más leyendas ha generado en España, encarnando, por su perfección, el ideal de aquella época y el canon de belleza manierista, muy distinta a la actual. Tallado en España, posiblemente en Sevilla, el reconocido orfebre leonés Juan de Arfe llegó a decir de él que se trataba de un diamante perfecto, labrado de tal manera, que toda su área era cuadrada, con cuatro lados perfectos e iguales en ángulo recto, dando lugar a ángulos completos y enteros y a esquinas muy agudas, en resumen: un espejo limpio y trasparente.


Por esa trasparencia, su tono acerado y forma cuadrada, se le denominó El Estanque. Su valor y rareza residían más en su calidad que en su tamaño, ya que resultaba una pieza única. Con posterioridad, su talla anticuada y su escaso tamaño, le relegaron ante las grandes y soberbias piedras que las distintas Cortes europeas pusieron de moda a partir de s. XVIII. Por este motivo, la memoria de este tesoro, “la piedra más hermosa de Europa”, fue desapareciendo de la historia de la joyería, hasta que, al parecer, acabó engastada en la empuñadura de una espada que Fernando VII regaló a su suegro Francisco I, rey de las Dos Sicilias. Esto al parecer ocurrió una vez recuperado el diamante por el Rey español de manos francesas, debido al saqueo que realizaron los gabachos durante la Guerra de la Independencia en el Palacio Real.


Pero el “joyel de los Austrias” no solo lo conformaba el diamante El Estanque bellamente engarzado, sino que se remataba con una perla pinjante, que, según se decía, resultaba una perla “colmada de color y esplendor como no había otra”.


Descubierta en s. XVI en el Archipiélago de las Perlas, en Panamá, esta perla posee una historia fascinante. Su gran tamaño, su forma de pera o lágrima, la hicieron única por su escasez, pero sobre todo por su extrema belleza. Fue conocida también como la margarita, la huérfana o la sola, pero ha pasado a la historia con el nombre de La Peregrina, no debido a su gran periplo viajero, sino a que antiguamente (hoy menos) el vocablo peregrino se empleaba como sinónimo de exótico, singular o precioso.


La Peregrina se unió a El Estanque, constituyendo el “joyel de los Austrias”, pero unas veces unidos, otras por separado, la perla y el diamante formarán un conjunto radiante en la representación del poder, pero también del color, suntuosidad y belleza en un largo e importante momento de la Historia de España, como iremos viendo.


Hay opiniones acerca de que Felipe II ya había regalado a su segunda esposa, la reina María Tudor de Inglaterra, La Peregrina, y de hecho, la Reina inglesa luce una gran perla en el retrato que realizó Antonio Moro (arriba), sin embargo, y según los datos existentes, no coinciden las fechas estimadas en la compra de la perla, con las del matrimonio de María y Felipe. No obstante, no se debe descartar tal posibilidad, y la Reina inglesa pudo ser la primera en lucir La Peregrina.


La cuarta y última esposa de Felipe II y madre del heredero Felipe III, fue su sobrina carnal Ana de Austria, mujer bellísima que posa en tres espléndidas pinturas realizadas por Sánchez Coello (detalle abajo), Antonio Moro y Bartolomé González Serrano (derecha) con el joyel, en el que destaca claramente La Peregrina, aunque en los dos últimas obras el diamante va montado sobre águila bicéfala bajo la que cuelga La Perergrina, pudiendo ser una licencia y homenaje del artista hacia la Reina por su origen austriaco.


El hijo y heredero de Ana de Austria y Felipe II, Felipe III, posa a caballo para Diego Velázquez luciendo sombrero con plumas blancas, bajo las cuales luce espléndida La Peregrina. Su única esposa, Margarita de Austria, vinculará las joyas heredadas, entre ellas el “joyel de los Austrias”, a la Corona española, para de esta manera impedir su dispersión por motivos hereditarios.


La propia reina Margarita se retrata con el joyel, como se aprecia en el retrato ecuestre (abajo y detalle izquierda), cuadro ejecutado post mortem por Velázquez, a petición de su esposo con el fin de decorar el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, y que se emparejaba con el mencionado anteriormente de su esposo Felipe III también a caballo. Del mismo modo, Juan Pantoja de la Cruz retrata a la Reina con las joyas, así como otra pintura de autor anónimo (derecha) en el que la Reina muestra un tocado de plumas blancas y rojas, y en el que el “joyel de los Austrias” destaca admirablemente sobre su pecho.


La hija de Enrique IV de Francia y María Médicis, conocida como Isabel de Borbón, se casó a los 13 años con el futuro Felipe IV. La Reina destacó por su belleza, inteligencia y una gran personalidad, pero también por su vanidad y eterna coquetería.


Al cumplir los 17 años su suegro, Felipe III, le mostró y entregó las joyas de la Corona española entre las que se encontraba el joyel, del que quedó maravillada, luciéndolo con profusión. Muestra de ello, son dos cuadros en los que destaca El Estanque y La Peregrina sobre el pecho de la Reina, pintados por Rodrigo de Villadrando (arriba izquierda) y Gabriel Bocángel, cuadros muy semejantes, en los que Isabel muestra una actitud muy relajada, apoyando su mano izquierda con desenfado sobre la cadera, mientras la derecha sostiene, presumidamente, un abanico.


Diego Velázquez también retrata a Isabel de Borbón sobre un hermoso caballo blanco llevando el joyel, pero también de pie con el diamante y la perla que cuelga ahora de su cintura (arriba derecha), pintura en la que tampoco falta ya el recurrente abanico.


Mariana de Austria estuvo comprometida desde niña con su primo Baltasar Carlos, heredero e hijo de Felipe IV e Isabel de Borbón, pero al fallecer el príncipe inesperadamente, Felipe IV, viudo tras la muerte de Isabel, se casó con la princesa austriaca con objeto de conseguir un heredero. Velázquez pinta a la joven Reina con La Peregrina sobre un extraño y extravagante tocado, que no puede disimular su físico poco agraciado, su insignificancia, ni su semblante amargado y aburrido, como cuentan las crónicas.


Cuando le mostraron las joyas de la Corona, en particular el “joyel de los Austrias, María Luisa de Orleans, que había sido escogida como esposa para el último de los Austrias, Carlos II, quedó maravillada. Cuando el pintor José García Hidalgo quiso pintarla, la Reina se retrató con aquella joya (abajo derecha). También su esposo, Carlos II, llevó, según cuentan, en alguna solemne ocasión La Peregrina prendida mediante un lazo de su sombrero.


Los avatares del joyel finalizan con la Guerra de Sucesión y la llegada de los Borbones. De El Estanque ya no se habla, posiblemente porque los grandes diamantes empiezan a abundar en las Cortes europeas. Sin embargo, La Peregrina continuará su periplo aventurero y curioso hasta la actualidad.


Existe constancia de que el primer Borbón, Felipe V, durante la Guerra de Sucesión, ordenó a su esposa María Luisa de Saboya, enviar sus joyas a Francia para empeñarlas o venderlas, entre ellas El Estanque y La Peregrina. A pesar de ello, en las Memorias que realiza el duque de Saint Simón, se describe a Felipe V en una visita realizada a Versalles, portando la famosa perla en su sombrero.


En el incendio y destrucción del Alcázar madrileño ocurrido en 1734, se perdieron joyas universales: cuadros, planos y dibujos históricos, relojes, mobiliario, etc., dándose por perdidas las joyas de la Corona, entre ellas la célebre perla. Pero La Peregrina vuelve a aparecer en un inventario realizado a finales del s. XVIII en manos de la reina María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV. Curiosamente, la Reina incluyó La Peregrina dentro de un óvalo de diamantes con la siguiente inscripción: “Soy La Peregrina”.


La Guerra de la Independencia deshizo por completo el patrimonio artístico español. Miles de objetos fueron saqueados por franceses, ingleses, portugueses y por los propios españoles, que se llevaron vajillas, cuadros, joyas, reliquias, platería, muebles, etc., en definitiva, todo lo que podían trasportar de palacios, casas, conventos e iglesias. Desaparecen definitivamente todas las joyas vinculadas y pertenecientes a la Corona española, siendo, desde aquel momento, bienes exclusivos y privados las joyas que posean los reyes de España.


En esta disposición, La Peregrina desapareció. José Bonaparte afirmó que se encontraba en poder de su esposa, el propio Napoleón aseguraba que se encontraba en Nápoles en manos de un joyero de la ciudad y Fernando VII creía que la tenía la esposa de Godoy.


Sin embargo, la perla siguió en poder de José Bonaparte y en su testamento la hizo llegar a su cuñada, la ex reina Hortensia de Holanda, con el fin de que sirviese para sufragar las actividades políticas de su hijo Luís, el futuro Napoleón III. Con el tiempo y los sucesos políticos europeos todo se complica. Durante su exilio en Londres en 1848 y en un momento de necesidad, Luís Napoleón decide vender la perla al primer duque de Abercorn, si bien la familia Abercorn vende posteriormente La Peregrina a una joyería de Londres, R.G. Hennell&Sons, y es así como comienza el periplo inglés-norteamericano de la perla, que aún continúa.


Alfonso XIII quiso adquirir la joya para regalársela a su futura esposa, la princesa Victoria Eugenia de Battenberg, y al mismo tiempo recuperar una joya histórica vinculada durante siglos a la Corona de España. Pero la venta no se llevó a cabo por la elevada pretensión económica de la firma inglesa.

A lo largo del siglo XX, la perla paso por las manos de dos multimillonarios, hasta que el año 1969 sale a subasta en una galería de Nueva York. La Casa Real española pujó por la joya, pero fue adjudicada al actor Richard Burton que se la regaló a su esposa la también actriz Elizabeth Taylor, que aún la tiene en su poder.

La contrariedad que causó la venta en la Casa Real española, en aquel momento representada por la Casa Real de la reina Victoria Eugenia fue significativa. En boca de su portavoz el Duque de Alba, Luis Martínez de Irujo, la Casa Real convocó a la prensa en Suiza para declarar que la perla subastada en Nueva York, no era la auténtica Peregrina, si no que ésta se encontraba en poder de la Reina Victoria Eugenia, desde que fue regalada por su esposo, el rey Alfonso XIII, con motivo de su boda. En la rueda de prensa el Duque de Alba mostró la perla, que ahora está manos de la reina Sofía.

Esta declaración no surtió el efecto deseado, y expertos, joyeros y la propia casa de subastas desmintieron esta afirmación, declarando que la perla subastada en Nueva York, es la auténtica Peregrina, ahora propiedad de la actriz americana, y que la perla en poder de Victoria Eugenia no es otra que la que, como regalo de bodas, recibió de su esposo Alfonso XIII, colgando de un broche de brillantes en forma de lazo y que nada tiene que ver con La Peregrina.

Viendo la trayectoria y las sugestivas aventuras de la perla en estos últimos 500 años, seguramente la historia y avatares de La Peregrina no acabarán aquí.


Isabel de Valois. Antonio Moro.
Isabel de Valois (detalle). Antonio Moro.
“Joyel de los Austrias”. Reconstrucción.
Isabel Tudor. Antonio Moro.
Ana de Austria. Bartolomé González Serrano.
Ana de Austria (detalle). Sánchez Coello.
Felipe III y detalle. Diego Velázquez.
Margarita de Austria (detalle). Diego Velázquez.
Margarita de Austria. Anónimo.
Margarita de Austria. Diego Velázquez.
Mariana de Austria. Diego Velázquez.
María Luisa de Orleans. José García Hidalgo.
María luisa de Parma (detalle, Familia de Carlos IV). Francisco de Goya.
Victoria Eugenia de España. Álvarez de Sotomayor.
Reina Sofía de España.
Elizabeth Taylor con La Peregrina.