domingo, 20 de abril de 2008

Moisés de León

En julio de 1196, durante los días que duró el asedio al Castro de los Judíos por parte de castellanos y aragoneses, muchos judíos huyeron a la ciudad de León, instalándose en la zona sur de la ciudad, lugar que ya se encontraba ocupado desde el s. X por prósperos artesanos y mercaderes hebreos.

Se conoce la existencia en el Castro de una importante comunidad erudita que, como es lógico, con su éxodo trasladaron también los documentos y libros que custodiaban. Según cuenta Abraham Zacuto en su obra Séfer Yuhasin, la importancia de los manuscritos existentes era extraordinaria, encontrándose, entre ellos, algunos documentos de más de seiscientos años y, según referencia del propio autor, se trataba de textos capitales y únicos: “eran los libros perfectos que corregían todos los libros”.

De esta manera, la aljama leonesa adquirió una importancia religiosa y cultural notable, contribuyendo a que, durante los siglos XII y XIII, el Reino y concretamente la ciudad de León, fuera considerada como uno de los más importantes focos de la espiritualidad judía de occidente.

En el seno de esa floreciente y culta comunidad hebrea, nació en 1240, aunque hay quien lo retrasa hasta el año 1250, Mosé ben Sem Tob, conocido universalmente como Moisés de León. Moisés pertenecía a la familia Sem Tob, una de las más influyentes y cultas de rabinos y maestros, de la que existe referencia desde el año 1049 como vecina de la ciudad y residiendo en el castro iudeorum.

No se conocen muchas circunstancias de su vida, debido a la obligada discreción intelectual de los hebreos, pero, también, a la humildad en que fundamentó su existencia, plenamente dedicada al estudio y a la meditación; una vida tranquila propiciada por su apego a la filosofía y el ambiente de tolerancia que se respiraba por aquella época en el Reino leonés.

Sus estudios y escritos marcarán un antes y un después en el desarrollo universal de la intelectualidad judía. Su mayor grandeza como pensador y escritor, reside en la autoría del Séfer ha-Zóhar, el Libro del Esplendor, uno de los grandes libros de la Humanidad, un revulsivo místico que llega a ensombrecer incluso al Talmud. Este leonés universal, fue considerado como hombre santo, respetado por las gentes de las tres religiones imperantes en su época, y conocido como “el hombre del Nombre”, al popularizarse entre sus contemporáneos que obraba milagros utilizando el nombre de Dios.

La madurez de Moisés de León es un continuo viajar por las tierras de Castilla, recorriendo distintas comunidades judías en una búsqueda constante del conocimiento y el aprendizaje. Residió en aljamas como la de Burgos, en la de Guadalajara de 1280 a 1290; en el año 1295, se le cita como una de las 50 familias de la judería de Ávila, teniendo como vecino y amigo a Don Yosef de Ávila, hombre influyente y arrendador de impuestos del rey Sancho IV.

Al final de sus días, residió en Arévalo, donde al parecer falleció en 1305. Se conoce que tuvo una hija y que, tras su muerte, ésta y su mujer se trasladaron nuevamente a la ciudad Ávila. Allí, curiosamente, Don Yosef propuso a la viuda casar a su hijo con la hija de Moisés, solicitando como dote el manuscrito del Zóhar.

No se puede hablar de la obra de Moisés de León, y especialmente del Séfer ha-Zóhar, que se fragua con seguridad en nuestra ciudad, sin relacionarla con la construcción de la Catedral de Santa María. Mientras el Libro del Esplendor, suma de la Cábala judía, cimentó la flor de la espiritualidad y un misticismo que subsiste hasta nuestros días, la Catedral de Santa María de León, gracias a sus vitrales, matiza, eclipsa y trasforma la luz exterior creando un ambiente místico excepcional, que todavía hoy sigue cautivando.

Ambas obras, texto y arquitectura, tan revolucionarias en sus conceptos, se desarrollan durante los mismos años, y ambas están atrapadas en el hermetismo, el misterio, la magia, la alquimia y la luz.


domingo, 13 de abril de 2008

Antes del 24 de abril, el 28 de marzo de 1808

A menos de dos semanas de la “celebración” del 24 de abril, no se deben olvidar los sucesos producidos un mes antes en la ciudad, el 28 de marzo, y que, posiblemente, encierran un carácter más crítico contra la situación política del momento y la estancia del invasor francés, que había entrado en la Península en el mes de febrero.

Según refiere el Conde de Toreno en su obra, “Guerra de la Independencia”, el Conde de Montijo fue en el encargado de unir en torno al Príncipe de Asturias a todos los nobles y de, en cierto modo, lograr el apoyo del Consejo de Castilla.

En la noche del 17 al 18 de marzo de 1808, el conde de Montijo junto con otros nobles amotinó a los habitantes de Aranjuez y de otros pueblos cercanos, para que acudieran al Real Sitio a “defender” al rey: “… rondaba voluntariamente el paisanaje durante la noche, capitaneándole disfrazado, bajo el nombre de tío Pedro, el inquieto y bullicioso Conde del Montijo …”. El resultado fue la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando y la detención de Godoy.

En la capital leonesa hubo un trasunto de la rebelión de Aranjuez a los once días del acontecimiento, que quedó reflejado en el acta municipal correspondiente al 1 de abril de 1808. En dicha memoria, se da cuenta de los acontecimientos referentes a la renuncia de Carlos IV y la subida al trono de Fernando VII, pero también, se hace cumplida mención de la revuelta que protagoniza la población leonesa y que se conoce como “motín de la hogaza”.

El 28 de marzo de 1808, los leoneses, conocedores de lo acaecido en Aranjuez unos días antes, se concentran ante la residencia de D. Felipe Sierra y Pambley, comisionado regio, requiriéndole que arroje a la calle el retrato de Godoy para arrastrarlo por las calles y quemarlo, solicitando además, la supresión de la nueva e impopular tasa sobre el vino, de la que se decía que había sido impuesta por el favorito. El comisionado real se negó a las exigencias de los alborotadores y, en vez del retrato de Godoy, lanzó desde una ventana a los amotinados una hogaza de pan.

Puestos a comparar las dos algaradas leonesas, resulta significativo que, mientras las concentraciones del 24 de abril se producen en apoyo y exaltación del nuevo monarca Fernando VII, y nada tienen que ver sobre la presencia de los franceses en León, ni en el territorio nacional, la revuelta del 28 de marzo en la ciudad tiene un carácter más "revolucionario", en cuanto que se trata de una manifestación popular contra la política seguida por el valido de Carlos IV, que implicaba el tratado con los franceses y la consecuente ocupación militar de la Península.

- "Motín de Aranjuez". Grabado s. XIX.
- "Manuel Godoy". Antonio Carnicero

- Felipe Sierra Pambley
- Consistorio. Plaza Mayor de León



sábado, 5 de abril de 2008

Santa María y sus restauraciones

De nuevo aparecen graves problemas en la Catedral. Según leemos en la prensa, los trabajos urgentes de sustitución de la cubierta, que debían de haber comenzado en el mes de septiembre, se retrasarán todavía unos meses. Por si esto fuera poco, el Gobierno ha reducido casi a la mitad la cantidad comprometida hace ahora un año, lo que significa que el presupuesto para restaurar el hastial, arbotantes y pináculos, se ha esfumado. Más de lo de siempre.

Tampoco sabemos nada del acuerdo firmado en diciembre de 2006, en el que la Junta de Castilla y León se comprometió con el Ayuntamiento de León y el Cabildo catedralicio a realizar una aportación anual de 90.000,00 €, con el fin de poner en marcha un taller permanente en la Catedral.

Según este acuerdo, la Catedral leonesa dispondría de personal perteneciente a las brigadas de obras del Ayuntamiento y una cuantía económica de la Junta para realizar pequeños trabajos de mantenimiento del templo, como limpiezas, reparaciones o deficiencias urgentes que surgieran de improviso y pusieran en peligro el edificio. Con la puesta en marcha de este taller, se pretendía lograr un mantenimiento cotidiano que complementase los proyectos extraordinarios de restauración.

Esta idea, en principio válida, no es nueva. La fotografía inferior muestra una de las últimas cuadrillas de mantenimiento que tuvo la Catedral en los años 20 del siglo pasado, y cuya misión era encargarse de las obras y reparaciones que surgían inesperadamente en el templo. En el centro, al frente de la misma y con guardapolvo blanco, Manuel Gutiérrez, el que fuera padre del escultor Manuel Gutiérrez, autor, entre otras, de la talla de la Virgen de las Lágrimas, propiedad de la Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias y Soledad, y abuelo de Carlos Gutiérrez, actual gerente de la empresa DECOLESA, conocida por sus recientes y brillantes trabajos de rehabilitación y restauración en distintos edificios singulares de la ciudad.

martes, 1 de abril de 2008

La destrucción del Castro de los Judíos

Uno de los hechos que destacan en el largo reinado de Alfonso IX, último monarca leonés (1188 - 1230), es la constante pugna fronteriza con Castilla. En esta obstinada disputa, la guerra alcanza las puertas de la ciudad de León y se produce el asalto y destrucción del asentamiento denominado, Castrum Iudeorum, el Castro de los Judíos, enclavado sobre el actual cerro de la Mota o de las Motas, en el extremo sur del conocido en época medieval como Monte Áureo, cárcava que serpentea la margen izquierda del río Torio.

Desde su llegada al trono, hasta la paz con su propio hijo Fernando III en agosto de 1218, los enfrentamientos con Castilla fueron permanentes. De febrero a junio de 1188, el castellano Alfonso VIII, aprovechando la inestabilidad política que produce la sucesión del reino leonés, destruye la mayor parte de las defensas fronterizas leonesas, tomando varias fortificaciones en el norte y en Tierra de Campos, entre las que sobresale Coyanza (Valencia de Don Juan).

No hubo guerra abierta. Los dos monarcas, a la sazón primos (Alfonso IX y Alfonso VIII, son hijos de los hermanos Fernando II de León y Sancho III de Castilla respectivamente, hijos éstos de Alfonso VII), mantuvieron diversas entrevistas, y en la Curia celebrada en Carrión en el verano de 1188 llegan a un principio de acuerdo fronterizo. En ese ambiente de buenas relaciones, el día de San Juan Bautista en el Monasterio de San Zoilo, Alfonso IX es armado caballero por el rey castellano.

El tiempo pasaba y el tratado no se cumplía. En 1194 y en Toledo, se produce una nueva entrevista con el fin de establecer una alianza ante la inminente ofensiva almohade. En aquellas conversaciones y con la ayuda militar en juego, probablemente hubo promesas de devolución castellana, ya que, en el verano del año siguiente, Alfonso IX acudió con un ejército en ayuda de Alfonso VIII. El monarca castellano, creyendo conseguir una fácil victoria en Alarcos, hizo frente en solitario sin esperar al rey leonés que ya se encontraba en Toledo con sus tropas, al ejército del tercer califa almohade, Abu Yusuf Yáqud, sufriendo una estrepitosa derrota el 17 de julio de 1195.

Desde aquél suceso, las relaciones de los dos monarcas se deterioraron. No obstante, se produce nuevamente un encuentro en Toledo a finales del año 1195. En ese momento, las exigencias de Alfonso IX debieron ser muy claras, reclamando, a cambio de una nueva ayuda militar contra los almohades, la rectificación de la frontera y la entrega de los castillos en litigio. Alfonso VIII se negó. La negativa castellana, propició un pacto entre Alfonso IX y los almohades, que fue considerado por Roma como una traición a la cristiandad, y facilitó el establecimiento de una alianza entre Castilla, Portugal, Navarra y Aragón, contra musulmanes y leoneses.

En la primavera de 1196, las tropas almohades avanzaron hacia el norte y las leonesas, apoyadas por fuerzas auxiliares musulmanas, penetraron en Castilla hasta alcanzar Carrión y Villarcázar de Sirga, aunque ambos ejércitos terminaron replegándose. La intervención de tropas africanas en la campaña, dio lugar a que se sucedieran desmanes y hechos incontrolados: se destruyeron cosechas y se arrasaron por completo aldeas, iglesias y monasterios.

El papa Celestino III consideró el pacto con los musulmanes y la incursión leonesa por Tierra de Campos como un ataque directo a la Iglesia. El 31 de octubre de ese mismo año, Celestino III anuncia la excomunión de Alfonso IX y el entredicho de su reino, en el caso de que el rey leonés no renuncie a la utilización de tropas musulmanas y abandone de inmediato el pacto con los almohades.

Antes del pronunciamiento del Papa, Alfonso VIII y su nuevo aliado, Pedro II de Aragón, una vez alejado el peligro almohade y como réplica y venganza a la feroz invasión leonesa de la primavera, irrumpen en territorio leonés por la ruta que seguía la calzada romana Zaragoza-Astorga. Llegan a Intercacia (Villalpando) y toman al asalto el castillo de Castroverde, continuando hacia Benavente y Astorga. La irrupción de Alfonso VIII y su aliado no desmerece la anterior del rey leonés, y su paso queda sembrado de ruina. Desde Astorga, toman Ardón, y continuando por el curso del río Bernesga llegan hasta la ciudad de León. Su primer objetivo será el asentamiento judío situado a escasa distancia de la ciudad, el Castro de los Judíos.

En las regiones reconquistadas a partir de los ss. X-XI, todas las ciudades del norte peninsular poseían una pequeña población judía, que formaban micro-sociedades complejas, estratificadas y jerarquizadas, siendo el Castro leonés un lugar ideal para ellos: separado del núcleo principal de habitantes, les facilitaba la práctica de su religión y costumbres y, a la vez, suficientemente cerca para ejercer un comercio productivo.

La temprana fecha de construcción del recinto, implicaría la precariedad de los materiales de su fábrica. Mampostería, adobe y madera, ésta última sobre todo en torres, empalizadas y construcciones anejas, formarían el conjunto defensivo que resguardaría humildes viviendas de adobe. Por las condiciones del terreno, la poca superficie para el despliegue y ataque, y la fuerte pendiente hasta alcanzar el Castro, sería inútil el empleo, por parte de castellanos y aragoneses, de importantes máquinas de asalto. Las murallas se ganarían mediante arietes, todo tipo de escalas y la lucha encarnizada en los glacis.

Según las crónicas, el asalto duró tres días, desde el martes 26 al jueves 28 del mes Ab (23 al 25 de julio de 1196) y, aunque algunos de sus habitantes consiguieron huir hacia León, la destrucción y el saqueo, costumbres habituales, se cebó sobre los moradores. Los que no fueron muertos, fueron hechos cautivos sin hacer distinción entre hombres, mujeres o niños.

No resulta fácil establecer el número de víctimas que produjo la destrucción del Castro, debido al eterno problema de determinar el número de pobladores en los núcleos habitados cristianos de la Alta Edad Media. Julio Valdeón, citando a Estepa, fija para la ciudad de León, a finales el s. XII, momento del asalto al castillo, en 3.000 habitantes. Según estos datos, se puede aventurar que la población del Castro en el momento del ataque, entre vecinos y defensores, no llegaría a 500 individuos.

Durante los veinticinco años que duraron los enfrentamiento entre Alfonso IX y Alfonso VIII, se cumplieron escrupulosamente los dos principios fundamentales de la estrategia militar en la Edad Media: el temor a un combate frontal en cambio abierto y el llamado “reflejo obsidional”, una respuesta espontánea y repetitiva que lleva a protegerse en lugares fortificados conocidos, con el fin de resistir un ataque enemigo. Así se entiende la escasez de grandes batallas. Todo se reducía a un avance lento y “anunciado” por parte de los atacantes, y una defensa a ultranza de los defensores. Operaciones limitadas en espacio y tiempo, y una búsqueda de beneficio material inmediato: ataques por sorpresa, pérdida y recuperación de castillos, de pasos fortificados, ataques rápidos y emboscadas. De vez en cuando, ocurría algún encuentro importante, batallas más “solemnes”, cuya infrecuencia podía compensar el carácter brutal y sangriento que, a menudo, implicaban. Una derrota suponía, casi con seguridad, un cambio importante en la vida del combatiente: una futura situación política catastrófica, la ruina en el caso de caer prisionero y tener que pagar un rescate y, en el peor de los casos, la muerte, entre un 30 y un 50% del total de efectivos; por esa razón se medían cuidadosamente los riesgos antes de un enfrentamiento.

Tras la conquista del Castro, las tropas invasoras, aunque no es probable que tuvieran intención de conquistar León, se vuelven contra la ciudad y le ponen cerco. En la traducción al romance de los capítulos 52-75 del Liber Miraculis Sancti Isidori, de Lucas de Tuy, referencia tomada de la obra de D. Antonio Viñayo, Santo Martino de León, concretamente en el capítulo XX se narra: “Don Alfonso, rey de Castilla, vino a conquistar León con ayuda de Don Pedro, rey de Aragón. Y trajo muy grandes ejércitos de gentes de armas de Castilla y Aragón. Y puso luego cerco sobre el Castro de los Judíos, que está una milla de la dicha ciudad de León. Y tomólo por fuerza. Y después de tomado el Castro comenzó su ejército a combatir la ciudad fuertemente …”.

Alfonso IX, conocedor de la situación, realiza el movimiento táctico necesario para que acudan emisarios al campamento sitiador comunicando a los monarcas aliados que Castilla peligra: “ … havrá presto mensajeros y nuevas que el rey de León le toma por la fuerza su reino de Castilla, y alzará el cerco que tiene puesto sobre esta ciudad, y irse ha a resistir al rey de León: más ninguna batalla ni rompimiento havrá entre ellos”.

El ejército castellano-aragonés, tan decidido en su asedio, levanta el cerco precipitadamente ante un posible peligro en retaguardia y parte hacia Castilla, pero no se dirige a interceptar a Alfonso IX, ni éste tampoco intentará una batalla frontal.

Las hostilidades entre los dos monarcas continuaron. Alfonso IX llegó a visitar Sevilla en el invierno de 1197 para solicitar ayuda del califa, sin obtener resultados. Al año siguiente, es Alfonso VIII quién invade tierras leonesas llegando nuevamente cerca de León. Se detiene en Ardón y a continuación emprende una campaña hacia el sur, por Zamora y Salamanca. A pesar de ello, y tras nuevas conversaciones, se celebra en ese mismo año, en la Iglesia de Santa María la Mayor de Valladolid, el enlace de Alfonso IX con la primogénita de Alfonso VIII, Berenguela, lo que supone un paréntesis en el conflicto fronterizo hasta la disolución del matrimonio en 1204.

Una enfermedad de Alfonso VIII, que le pone al borde de la muerte, motiva un reconocimiento mediante testamento de la soberanía leonesa sobre plazas como, Valderas, Melgar, Almanza, Castrotierra, etc. Sin embargo, con la salud recobrada, los propósitos y promesas del monarca castellano se desvanecen y campañas hostiles y treguas se suceden, dando lugar a que el rey leonés no se encontrase presente en la jornada importantísima de las Navas de Tolosa, contra el cuarto califa almohade Muhammad al-Nasir, aunque algún noble leonés si llegó a participar.

El 5 de octubre de 1214 muere Alfonso VIII. Las hostilidades fronterizas del rey de León con su propio hijo, Fernando III, continuaron hasta la paz de Toro en agosto de 1218.